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Música y vuelta al ruedo a un toro de Guardiola

Plaza de la Maestranza. Tercera de Feria. Un novillo para rejones y seis toros, éstos de Salvador Guardiola, bien presentados, astifinos; al tercero se le dio la vuelta al ruedo; flojo y noble el primero; con gran trapío, manso y bronco el sexto; los demás cumplieron en varas y fueron reservones, de media arrancada y derrotaban.Fermín Bohórquez: vuelta con protestas«. José Luis Parada: vuelta. Silencio. Manuel Rodríguez: silencio en los dos. Curro Camacho: aviso y bronca. Silencio.

Un toro gordo y largo, serio,, bien puesto de cabeza y astifino era el tercero de la tarde, y tenía al público entregado porque había acudido con alegría tres veces a los caballos. Curro Camacho muy,gesticulante hasta entonces: con cojera visible y ostensible, había pedido cambio de tercio, pero, por aclamación, el público exigió una vara más. El toro andaba casi por el centro del ruedo, pero se fijó en seguida en el caballo. Hubo una pausa, muy breve, y el animal se fue de inmediato recto hacia la sluerte, con alegría, mientras toda la plaza era un clamor, la gente puesta en pie, la banda tompió a tocar el pasodoble de la solemnidad y el triunfo.

Un gran espectáculo el que ofreció ayer el guardiola en el marco único de la Real Maestranza donde todo en la fiesta -toro, lidia, triunfos y fracasos- adquiere un especial significado. El espectáculo del toro bravo, el trémolo de la emoción y la belleza en una sola sensación, que sólo pueden conocer (dudo que también describir) quienes han vivido momentos semejantes, allí quedó, para el recuerdo, y en nada le oscurece un análisis, un poco detenido, del comportamiento de la res, que no tuvo tanta, bra vura como se aclamó.

Porque sí recargó con fuerza y clase en la primera vara, en la segunda cabeceó mucho, a la defensiva; la tercera, que tomó de largo, fue sólo un simulacro; en la cuarta, cuando andaba por los medios y aun cuando estaba fija en el caballo, dispuesta a embestir, berreaba sin parar, y aun después de la carrera hacia la suerte, que había provocado el entusiasmó, al sentir el hierro -sólo un picotazo- rebotó en el peto. Después se dolería en banderillas y seguiría berreando. Pero para la muleta fue un buen toro; toro alegre y noble, para que un torero le cortase las dos orejas; cualquier torero, incluso de los del montón, porque su bravura no era tan agresiva que atosigara con sus embestidas.

Sin embargo, el matador que tuvo tal toro no era ni siquiera un torero de los de¡ montón. Ya hemos adelantado que le vimos gesticular, dar órdenes a las cuadrillas, las,manos para arriba y para abajo, como si dirigiera una orquesta (le faltaba la batuta también es verdad), y cojeaba: una cojera grave, cada vez se, le notaba más cojo. Mas llegado el momento de la verdad, el buen toro frente a la muleta, lo que salió del encuentro resultó un desastre.

Aún quedaba, no obstante, el mal trago del sexto, un ejemplar de mucho respeto, cabeza cornalona, comiabierta y astifina. Con el Capote, el buen Curro Camacho no resiste la más benigna crítica y fue en los torpes lances de recibo donde el torazo le arrolló, metió la guadaña del asta por la chaquetilla hasta atraVe sarla, y lo zarandeó de mala manera. Imagínense cómo salió Camacho de semejante trance: ileso, si, pero sobre lo cojo que estaba además mareado, es de suponer que amoratado y la tez blanca como la ¡echada de cal.

Era un toro de una pieza, a la defensiva y manso en varas, peligroso en banderillas, donde llegó a voltear a un peón, y para la muleta ni se sabe, pues Camacho le anduvo por la cara e hizo bien. Nadie quiere tragedias.

No seremos nosotros quienes cometamos la osadía de aconsejar a un torero (ni a nadie) lo que debe o no debe hacer, pero esta crítica es descarnada a conciencia, pues lo que, en cambio, no podemos hacer tampoco es derivar hacia la demagogia, y porque el protagonista del suceso sea de los modestos que pidieron una oportunidad, servirle de tapadera y justificar su fracaso. No es el caso que viéramos en Camacho un torero mediocre, malo o peor; sencillamente es que no vimos torero. El decidirá s¡ le compensa seguir en este duro oficio.

El primero de la tarde apenas soportó tres picotacitos y fue noble. José Luis Parada le muleteó con reposo, hizo una faena en el terreno adecuado, medida en el número y la variación de los pases, Mandó cuanto se puede mandar cuando la posición para ejecutar la suerte es con la pierna contraria atrás y con el pico. He aquí unos defectosque casi se han convertido en norma entre la torería. Ya en las postrimerías de la faena se descaró, citó de frente, cuajó en buen derechazo y lo ligó al de- pecho con gran torería. Allí se le entregó el público, la ovación fue de gala, y tuvo ganada la oreja, pero la perdió porque se puso a pinchar y a pinchar hasta siete veces, siempre quedándose en la cara, y si murió el toro fue porque la cuadrilla le hizo con los capotes una noria salvaje que lo tumbó y casi lo enterró.

El cuarto llegó al último tercio reservón, con la cara alta, y Parada se puso pesado al intentar pases que no tenía. Del mismo cariz fue el lote de Manuel Rodríguez, quien estuvo valentón y aguantó achuchones. El primero de sus toros se partió un cuerno al derrotar en un burladero, y el pitón saltó dentro de la barrera varios metros allá. Eso de «le ha tirado un cuerno» se hizo realidad aquí, y a media plaza se. le ocurrió el mismo chiste. La tarde acabó ventosa y fría. Cuando hacía sol, al principio, salió Fermín Bohórquez, jinete de espléndidos caballos, y pegó unas galopadas deliciosas ante un .manso que buscaba tablas y ante un público que había acudido a los toros y se había encontrado con una del Oeste. Hubo un par de banderillas por los adentros, a la velocidad del rayo, y la reacción popular sonó como cuando marca un gol el Betis. Bohórquez marcó el gol de la tarde y a caballo. Un caso.

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