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El Atlético no arriesgó nada en Alicante

Santoro quiso regalar un punto al Atlético de Madrid. Rubén Cano, asturo, metió un gol cuando el guardameta del Hércules cumplía el ritual de dejar el balón en el suelo, para después recogerlo, dar unos pasos y enviarlo al campo de nadie. Durante seis minutos el Atlético tuvo en su cuenta un empate que no había justificado en el terreno de juego. Rivera, a cuatro minutos del final del encuentro, volvió a poner el marcador del Hércules en una franquía que nunca debió estar embargada. A Pereira le echó de menos el Atlético de Madrid en el Rico Pérez. Con el brasileño el resultado es posible que hubiera sido el mismo, pero no el juego de la zaga. Pereira ofrece seguridad a Eusebio, un marcador que per mitió a Barrios hacerse con un balón difícil, que iría a parar a las manos de Reina. Y Pereira asegura la inviolabilidad del área pequeña en el juego aéreo. Rivera, de un salto furioso, emergió de entre un cúmulo de jugadores para lograr el segundo gol del Hércules. Heredia, sustituto de Pereira, ofreció un fútbol de salón en los primeros minutos del partido. Sus pases temerarios, originales e imaginativos, se enfangaron en el juego arisco y primitivo del Hércules. El Atlético de Madrid realizó un encuentro de trámite en el Rico Pérez. Con el agravante de que no arriesgo nunca nada, salvo lo imprescindible para conseguir el empate. Leal y Salcedo tuvieron una tarde aciaga. Rubén Cano, Bermejo y Ayala, figuraban en el once inicial. Su labor no paso de eso, pues el trío de atacantes molestó a Santoro, por vez primera, cuando iban. transcurridos 59 minutos de juego. Hasta entonces las acciones rojiblancas no pasa ron de ser sustos esporádicos Leal y Salcedo, en la primera mitad, abortaron el gol. En la segunda, Bermejo lanzó suave a las manos de Santoro y Ayala, aun que de remate duro, vio frustrado el intento en la única ocasión de lucimiento para el guardameta del Hércules.

Juan, Baena y Aracil dieron buena cuenta de Leal, Salcedo y Robi, respectivamente, en el centro del campo. Charles fue el extremo fogoso y hábil; Barrios, el delantero luchador; y Lubecke, el atacante discreto, pero oportuno. El juego del Hércules se canalizó por la banda de Charles. Aunque los marcajes tenían mucho de férreos, José Antonio y Juan se convertían en el muelle que empujó de continuo al exterior argentino, vencedor en un mano a mano con Capón.

Tres tiros a la madera -de, Giuliano, Barrios y Baena-, dos intervenciones de Reina a remates de Lubecke y Charles, fueron el primer balance del Hércules. En una segunda relación habría que anotar una indecisión de Barrios y la ocasión más clara del encuentro: Reina despejó un balón a los pies de Charles, que, sólo en el área grande, se entretuvo demasiado en colocarlo. El Hércules ensayó el juego aéreo y el trenzado a ras de hierba dentro de unos cánones primarios.

El Atlético respondió con un intento de filigranas pacientes y lentas de ejecutar. A pesar de Santoro, al que la afición del Hércules chilló con denuedo después de que Rubén Cano consiguiera un gol similar al que Leivinha le hizo a Iribar en el año pasado en el Manzanares, el líder salió con la cabeza baja del Rico Pérez. Faltó Pereira a la cita y sobró lentitud conservadurismo y pases horizontales. Los rojiblancos hicieron del centro del campo su parcela favorita para entretener el balón. El Atlético resultó ser, en Alicante, el aburguesado, somnoliento y acomodado equipo que se sabe con rentas en la cuenta de la tabla clasificatoria.

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