Los aficionados deben opinar en la reforma del Reglamento
Aunque la temporada está en México, la semana taurina ha tenido más resonancia en España. De allá poco más hay que añadir a la cogida que sufrió Angel Teruel en Lima, de la cual ya está recuperado. Aquí en cambio, tenemos, en primer lugar, el anuncio de la reaparición de Andrés Vázquez, con seis toros en la feria de San Isidro, de 1977; la posibilidad -aún remota- de que toros y toreros españoles vayan a Polonia; las especulaciones sobre cambios de empresas, con la nunca detenida expansión de Balañá, que lleva camino de erigirse en amo absoluto de la fiesta de toros en España; la formación o fortalecimiento de coaliciones para establecer defensas a aquella presión, etcétera.Pero quizá, lo verdaderamente importante sea, por los efectos que puede producir en el futuro, el estudio de la reforma del reglamento taurino, que se acomete estos días. Representaciones de diversos estamentos de la fiesta ya han establecido sus conclusiones y la intención es ahora ensamblarlas para su traslado al Gobierno en forma de propuesta. El paso siguiente parece lógico que sería la elaboración de un anteproyecto a nivel gubernamental, y finalmente la redacción del texto definitivo que, con rango de decreto ley, sería publicado en el Boletín Oficial del Estado.
Y si es así, algo faltará. Abogamos por que los aficionados conozcan el proyecto cuando aún admita observaciones y modificaciones.
Ellos tienen mucho que decir y lo afirmamos con plena conciencia de que semejante posibilidad será recibida con escándalo por parte del taurinismo. Para la mayoría de los taurinos, los aficionados, pues no torean ni negocian dentro del espectáculo, no tienen nada que opinar. Quisieran que su participación se quedara en pagar una entrada, pedir la oreja y callar, si la lidia no les gusta. Tampoco admiten la protesta. Y es lo cierto que el público -más aún, los aficionados, evidentemente- forman parte del espectáculo, pues su presencia no es pasiva; de su actitud depende el triunfo o el fracaso del espada, la devolución del toro al corral, es a su petición.
Hay, por supuesto, cuestiones que podríamos denominar de régimen interno, que sólo interesan a los profesionales. En este sentido sabemos de propuestas diversas; por ejemplo, que los matadores puedan revisar la enfermería antes de la corrida, y negarse a torear, si no se encuentra en condiciones; la regulación de los sobresalientes en festejos de un solo espada, o mano a mano, o de rejoneadores; que todos los toreros dependan de la Seguridad Social (por tanto del Ministerio de Trabajo) y no simultáneamente de otros departamentos u organismos, por ejemplo la Dirección General de Sanidad. Que sean condiciones indispensables para que tengan lugar una alternativa, que ésta se celebre en corrida de seis toros; en plazas de 1ª ó 2ª categoría, excepto cuando el torero sea nacido en la población donde se encuentra el coso; que el nuevo matador haya intervenido en quince novilladas con picadores dentro de la propia temporada en que tiene lugar la alternativa o de la inmediatamente anterior, y en su defecto que lleve toreadas veinticinco. Que en la fiestas camperas, cuando son de pago, participen un Matador y un subalterno profesionales.
Pero hay otras que también interesan al público, como cuanto se refiere al peso de los astados, el de los caballos con su peto (que no deberá rebasar los quinientos kilos, según proponen), que los novillos puedan ser de tres y cuatro años, medida de las puyas, etcétera, pues todo ello afecta al desarrollo y naturaleza de la lidia.
Volveremos, sobre el tema, que si fue noticia la semana quetermina lo seguirá siiiendo durante las venideras. Y con.éste (y como siempre), el caso de los victorinos, del quese barruntan cosas, objeto de múltiples comentarios, pero sin solución aún por parte de quien únicamente puede darla: la autoridad. ¿Quién mató los victorinos?
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