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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La Alianza Popular y el Frente Democrático

La agrupación de los «barones del franquismo» en la llamada Alianza Popular ha introducido en la política española un nuevo factor que para la oposición democrática adquiere los caracteres de un verdadero reto. Como es bien sabido, la tal Alianza ha sido objeto, por parte de un sector de la prensa, de una ácida crítica. Sin embargo, en mi opinión no se ha recalcado su verdadera significación ni descubierto su verdadero peligro. Se ha dicho, por ejemplo, que los «aliados» eran «neofascistas», cuando la realidad es que corresponden mucho más a un prototipo humano que se suele dar en los regímenes autoritarios conservadores: el de cierta clase de tecnócratas amantes del poder, capaces de monopolizarlo para hacer reformas adjetivas, pero incapaces, en cambio, de abrir el paso a la democracia. Por otra parte, lo que constituye a la Alianza Popular en verdadero peligro nacional no es tanto que establezca una dictadura, porque eso sería demasiado para la actual evolución de la mentalidad del español medio, sino que logre la identificación consigo misma de una parte del electorado español, ansioso, desde luego, de libertad y democracia, pero también de eficacia administrativa y de paz.¿Qué puede ofrecer la Alianza Popular a la España en transición hacia la identificación con el modelo europeo? Me parece obvio que muy poco. La palabra orden, ciertamente respetabilísima, puede ser objeto de lamentables manipulaciones políticas y, de hecho, a lo largo de la historia contemporánea española lo ha sido en numerosísimas ocasiones. Releyendo a Ortega, que escribía en 1919, he encontrado una alusión a lo que él denominaba colmo «fuerzas antisociales e insociables para quienes el "orden" quiere decir que esté en sus manos el Gobierno y se les deje usar de él como de una maza para confundir las testas de los demás españoles». ¡Qué cercanas suenan estas palabras en la España de 1976! A mí me parece que la actuación de los últimos ministros de la Gobernación no están nada lejos de merecerlas. Sin embargo, el principal argumento que cabe esgrimir contra las personalidades que militan en la Alianza Popular es que quizá nadie, en los últimos siglos, tuvo un poder tan amplio como algunos de los ministros de Franco. A ese máximo de posibilidades le ha correspondido, en verdad, un mínimo de realidades. Considerar a la ley de prensa del señor Fraga como un paso hacia la democracia o la libertad, como hace él mismo, casi parece una mala broma pesada: es, simplemente, confundir a aquélla con una especie de tolerancia «moderada» por la arbitrariedad. La más definitiva prueba de ello reside en la comparación entre lo que los «aliados» han hecho desde el poder y la labor cumplida por el Gobierno actual. No soy, por supuesto, partidario entusiasta de este último y creo que en el contenido de su gestión ha jugado un papel importantísimo la propia conveniencia, más que los principios y la presión de la oposición democrática. Pero, con todos los errores parciales que se quiera, a éste Gobierno hay que reconocerle que ha hecho mucho más en pro de la libertad que todos y cada uno de los de la época franquista sumados y con todos y cada uno de los ex ministros «aliados» incorporados a la lista.

El inequívoco propósito que guía a la Alianza Popular es el de convertirse, -a la vez, en albacea testamentario del franquismo y en heredera de su poder. Resultan verdaderamente reveladoras las recientes declaraciones de un ex ministro, el señor López Rodó, que consideraba que su condición de consejero nacional, en virtud del nombramiento digital entre los cuarenta de Ayete, no podía perderse después de la muerte del general Franco y que, en consecuencia, debía persistir en aquella condición que le había legado mortis causa el extinto dictador. Este tipo de actitud consiste, en definitiva, en pensar que ya que España fue una especie de cortijo para quienes ejercieron el poder durante cuarenta años, lo más correcto es que lo siga siendo en adelante. Y todo esto prima sobre cualquier tipo de declaraciones ideológicas o de consideraciones programáticas. El mismo grado de incoherencia, por el mero hecho de sentarse en la misma mesa, se da en el caso del señor Fraga que en el del señor Fernández de la Mora. Sucede, sin embargo, que este propósito es peligrosísimo para el país y que, por puro patriotismo, debe ser dejado de un lado. No es sólo que siempre existirá el temor de un peligro autoritario en este tipo de derecha, sino que, además, vistos sus antecedentes, nadie puede creerse una porción mínima de su programa y, sobre todo, que, caso de conseguir un porcentaje elevado de los votos en la consulta electoral, existe el grave peligro de que el sistema democrático funcione mal en España al ser imposible que esta derecha franquista pacte de algún modo con la izquierda.

En definitiva, España se merece algo mejor. Merece una opción que represente, como la mayoría de sus habitantes desean, una paz que no se conciba como un garrote, una democracia estable y garantizada por quienes en su pasado y en su presente se han demostrado capaces para ello, una transformación social sin aventuras revolucionarias y, en fin, una honorabilidad en la gestión pública verdaderamente intachable. Todo esto, a la vez, los españoles no lo podrán encontrar, en la manera en que lo desean, en la izquierda. No cabe la menor duda de que los socialistas españoles no van a hacer una revolución, a pesar de lo mucho que hablen de ella. A lo largo de cuarenta años de franquismo han jugado un papel muy importante e incluso decisivo en pro del establecimiento de la democracia, pero su misma vida en la oposición les ha dado un tono «gauchista» que se desdice con sus modelos europeos y que, probablemente, también contraría los deseos y los intereses de la mayoría de los españoles. Además, la misión histórica de los socialistas españoles en este momento de transición puede ser la de presentar una opción mucho más claramente democrática que la muy dudosa del comunismo.

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Creo que quien podría arrebatar a la Alianza Popular posibles votantes que tienen un interés semejante en la democracia y el orden, pero que se inclinarían a la extrema derecha, caso de que la situación continuara deteriorándose, sería un Frente Democrático en el que jugaran un papel fundamental socialdemócratas y demócratas cristianos, junto con sectores liberales y demócratas independientes. Estas opciones políticas son las que han hecho Europa y las que pueden estabilizar la democracia en España. Sus afinidades espirituales son estrechas, con independencia de las lógicas discrepancias. La colaboración electoral es, además, una necesidad porque, si el disfrute del poder ha proporcionado a la derecha unos cuadros, carece de ellos el Frente Democrático. Y, en fin, es una necesidad también porque en la confusa España actual la única ventaja que se deriva de la aparición de la Alianza Popular es la definición de una opción clara. No menos clara e infinitamente más valiosa para la estabilización de la democracia sería un frente como el que aquí se acaba de proponer.

Profesor agregado de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense, ha escrito varios libros sobre temas de su especialidad. Milita en Federación Popular Democrática.

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