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Fermín, víctima del deporte mal entendido

A Fermín le han roto una pierna. Hay grupos de futbolistas: los que dan patadas y los que juegan al balón. Fermín pertenece al segundo, pero la mayoría de sus colegas están en el primero.El fútbol vive una época de iconoclastas; quiere héroes anónimos y tolera mal los ídolos. Hoy, los entrenadores prefieren disponer de pupilos que en vez de acariciar el balón (según la vieja máxima carioca) lo maltraten. Y es así más que nunca desde que se ha inventado el fútbol total.

El fútbol total es un fútbol totalmente homogéneo, monótono e irrelevante. En él se renuncia al chispazo en favor de la tenacidad, a pesar de la definición que dio un conocido técnico:

«El fútbol total es el que pueden hacer once futbolistas capaces de estar corriendo ininterrumpidamente durante los noventa minutos y de jugar bien en cualquier posición.

Sin darse cuenta, este filósofo del fútbol estaba hablando de 11 Di Stéfanos, aunque también condenaba a Puskas y a todos los hombres que, como los buenos bailarines de chotis, sólo necesitan un baldosín para ganar un trofeo. Despreciaba a los especialistas; seguramente habría convertido a Gento en un «líbero», a Garrincha en un lateral derecho y a Beckenbauer en extremo izquierdo para que aprendieran. Once Di Stéfanos juntos son una utopía, despedir a Puskas por analfabeto es un sofisma, así que nuestro entrenador, uno de los más famosos del mundo, hizo el prodigio de ser, a un tiempo, un inocente y un hereje.

Fermín llegó al fútbol en una mala época. Era un artista en un mundillo en el que sólo tenían porvenir los artesanos. Comenzó jugando en los equipos juveniles del Real Madrid, de manera que los aficionados capaces de subordinar el «hinchismo» a la belleza del juego concibieron esperanzas de que algún día aquel futbolista elegante y vertebral llegara al primer equipo. Y llegó, tras una brillante estancia en el Salamanca y otra en el Córdoba, pero tuvo la mala fortuna de encontrarse con un Miguel Muñoz a quien los regates de Amancio parecían haber mareado un poco, porque le miró con idiferencia y le hizo pasar de largo.

Nuestro aventajado futbolista se decepcionó: sus mejores jugadas tenían siempre el contrapunto de alguna mala crítica.

-Ese chico juega bien, pero corre muy poco.

-En ese caso, fiche usted a Emil Zatopek, que corre mucho, pero no distingue balón de melón.

Además, a los hombres como él se les podía y se les puede dar un puntapié en el campo con cualquier pretexto. Porque retienen mucho la pelota, porque la llevan muy controlada, porque son demasiado finos e, incluso, porque querrían meter gol. La violencia tiene siempre una justificación machista: se puede romper un hueso al delantero contrario en nombre del fútbol viril, como si la sexología tuviera algo que ver con el tiro a puerta.

Lo cierto es que algunos aprovechan el término virilidad para portarse en el terreno de juego como si tuvieran licencia para matar. Convendría, pues, que comenzásemos a cambiar la expresión falta al borde del área por criminal atentado, y que solicitáramos que en vez de mostrar tarjetas, los árbitros estuviesen facultados para pedir el número del carnet de identidad del agresor.

Porque, de lo contrario, se repetirá muchas veces el caso de Fermín, que ha sido la víctima, no de un defensa rival, sino de un costumbrismo que se ha extendido impunemente.

El caso de Fermín es el triste caso de Fermín. Ahora, cuando él había conseguido satisfacer una antigua querencia, afincarse de nuevo en Madrid junto a su familia y encontrar un puesto en un club tan familiar como el Rayo, vuelve a estar fuera de combate.

Sabía jugar al fútbol; ahora está aprendiendo a guardar el equilibrio sobre una sola pierna.

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