Antes y después de un combate
Al destronado Durán le empezaron a salir mal las cosas ya antes del combate con Castellini. Por tomarse un vaso de leche previo al pesaje -en ayunas engorda más que con otros alimentos- tuvo su show particular en el estudio de RTVE donde se celebró. Enfadado al superar el límite de su categoría por unos gramos se quitó el calzón que llevaba para probar si era suficiente. No lo fue, pero sí lo bastante como para conseguir que una azafata de Prado del Rey presente en el pesaje desapareciera rápidamente. Con toda seguridad perdió en esos momentos tanto peso como después Durán por los alrededores.Después, ya en el combate, ante un Castellini que no hizo demasiados méritos para ganar un título mundial, perdió él solo la oportunidad de retenerlo. Eso es lo que más le ha debido doler a un honrado, serio y hasta comedido Durán. Su técnica, de la que tanto se ha hablado, quizá porque el tuerto es el rey en el país de los ciegos, tampoco da para más. Durán es un buen boxeador, pero no cumple todas las reglas de un verdadero técnico.
Lo que al margen de técnicas resultó triste comprobar es el, patriotismo mal entendido, amparado en, que «fuera no habrían hecho igual ». Si el boxeo es un tinglado mal montado, alguno tiene que empezar por ser justo. Y decimos justos, no mártires. Por favor, hablamos simplemente de deporte. El público del Palacio de los Deportes se pasó, como se pasó con mal estilo Roberto Duque, cuando quiso echar a Víctor Galíndez, campeón mundial de los semipesados y recién llegado de retener su título en Sudáfrica, de la localidad que ocupaba, próxima al rincón de Castellini. Mal anfitrión, señor Duque. ¿Es que con Durán no estaban más que Soria y sus ayudantes? Naturalmente, no.
¿Nos olvidaremos algún día de los títulos como propaganda fundamental?
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