Francia se prepara para una nueva etapa económica dirigida por Raymond Barre
«Yo sueño con el día en el que los sindicatos franceses, como los alemanes o americanos, aporten su pequeño granito de arena en esta lucha.» Quien así se expresaba el día 27 de agosto de 1974 era el presidente de la República, Giscard d'Estaing, que acababa de ser elegido y anunciaba a los franceses su decisión de luchar, con preferencia, contra la inflación, y, para ello, «soñaba» con la ayuda, es decir, con la «comprensión» de los sindicatos.
La respuesta, por parte de estos últimos, fue instantánea la CGT, comunista, le presentó un plan en cinco puntos, como base de una posible negociación. Pero todo quedó en las intenciones: los sindicatos se fueron por un lado, el Gobierno Chirac por el otro, y la inflación por el que va a colocarla, muy probablemente a finales de 1976, al nivel de un 10 por 100 como mínimo.Han pasado dos años y el escenario es idéntico. El objetivo número uno del Gobierno y del presidente de la República: luchar contra la inflación. Fueron las primeras palabras del «caballero de la austeridad», Raymond Barre. Y pocas horas después, los sindicatos respondían: una vez más la CGT, la primera, propuso un plan, en cinco puntos, que es exactamente el mismo que el de 1974. ¿Se va a repetir la trayectoria de aquí a 1978, fecha «histórica» de las legislativas?
«La batalla que debe ganar el Gobierno es la de la inflación -declaró a El PAIS un responsable de la mayoría que apoya a Giscard-. Esta cuestión resume los problemas políticos, económicos y sociales que nos colocarán en condiciones de vencer, dentro de dos años, a la unión de la izquierda. En caso contrario, el régimen se tambaleará, y Francia, entonces, iniciará una etapa sembrada de aventuras ... » Para extirpar el mal número de los tiempos modernos en los países industrializados, Giscard escogió como sustituto de Chirac «al mejor economista de Francia», reconocido en los medios internacionales. Su doble función, de primer ministro y de ministro de Finanzas, lo caracterizaron inmediatamente como el hombre-milagro, cuya misión, expuesta esquemáticamente, será la siguiente: reducir, si no eliminar, el déficit comercial, que ascendió, a 400 millones de francos mensuales de media durante el segundo trimestre del año en curso y, que el pasado julio subió hasta 1.700 millones de francos; restablecer el valor del franco, que en pocas semanas descendió hasta su nivel de 1974; frenar la inflación para que el tanto por ciento sea ampliamente inferior al 10, ya que el principal competidor francés, Alemania Federal (es el primer comprador y el primer exportador) es el «modelo» occidental, con sólo un 4 por 100. Reducir el paro, que oficialmente ronda el millón y moderar la progresión de salarios, dos veces superior a la alemana, lo que no quiere decir que el obrero francés vive mejor que el de la RFA.
De entrada, Barre parece contar con un cierto capital de confianza, en Francia y en el extranjero, gracias a sus capacidades técnicas. «Bien venido, Mr. Barre», se exclamó en la Bolsa de París el día que fue designado primer ministro. Desde entonces, una ligera mejoría del franco, aunque frágil, en los mercados internacionales, pudiera indicar que el profesor universitario de Ciencias Económicas es una garantía. En Francia, los sindicatos, en un principio, se disponen a dialogar con vistas a un posible «pacto», y el Patronato no se muestra menos esperanzado.
Una palabra ha servido para situar al cirujano responsable del mal número 1, la inflación: «austeridad». «Las economías occidentales, que vivieron largo tiempo del derroche alimentado por un exceso de consumo, tendrán que volver a economizar y privilegiar el ahorro y las inversiones ... » «Si los alemanes superan las dificultades mejor que los demás, frenando los precios y defendiendo su moneda, es porque creen en el mérito de la estabilidad y porque tienen un Gobierno decidido. » Son algunas de las recetas del economista Barre, que, traducidas en términos cotidianos, pretenden alertar a los franceses: «Es necesario que Francia deje de vivir por encima de sus posibilidades, que importe menos y que exporte más, es decir, que disminuya su consumo. »
Así se están perfilando, a nivel teórico, las medidas de austeridad que presentara Barre a los franceses hacia mediados de este mes de septiembre: recortes «dramáticos» del presupuesto, impuestos nuevos y restricciones draconianas en el crédito bancario. Estas armas, características de la ortodoxia económica capitalista, ya las anunció Barre como los tres grandes capítulos de su estrategia contra la inflación.
Pero la política de «austeridad» que Barre enmascara anunciándola como una técnica destinada a estabilizar el poder adquisitivo (bloqueo más o menos temporal de salarios, como lo consiguió el premier inglés, Callaghan, en Inglaterra), ¿contará, esta vez, con el «granito de arena» de los sindicatos, a pesar de sus buenas disposiciones iniciales para el diálogo?
El lunes próximo, Barre iniciará sus conversaciones con las centrales sindicales, cuyo caballo de batalla sería «lucha contra, la inflación, sí, pero, al mismo tiempo, lucha contra las desigualdades sociales». Después, en el despacho del primer ministro, les seguirán los patronos, cuya reivindicación intocable, según su presidente, François Ceyrac, consiste en «el relance de las inversiones», ya que, hasta la fecha, desde que se empezó a anunciar la salida del «túnel» de la crisis, lo único que ha progresado en Francia es el consumo. Mientras en los demás países, como Alemania, Inglaterra, Italia, opinan los medios económicos, se apretaban el cinturón, en Francia, los patronos «compraron» la paz social aumentando los salarios (el 8,6 por 100 en el primer semestre del 76) sin gastar ni un céntimo en inversiones productivas.
Los observadores, en este aspecto, antes de conocer con detalle el «plan Barre» se están manifestando unánimes: «ya se puede anticipar el fracaso de cualquier política contra la inflación que no vaya acompañada de medidas destinadas a «sacrificar» a los ricos y a los menos ricos que gozan de ventajas inexistentes en el resto de los países industrializados».
La situación actual en Francia no es la del 74, cuando Giscard «soñaba» con sindicatos susceptibles de contribuir a la lucha contra la inflación. Hoy, la opinión francesa está verdaderamente inquieta, y los sindicatos, como parece probarlo su actitud inicial, «reflexionan sobre los resultados dudosos, que pudiera proporcionarles una política reivindicativa dura».
«Pero seria una ilusión, de consecuencias graves -declaró a EL PAIS un funcionario-, pensar que se conseguirá una especie de neutralidad sindical si la moderación salarial no está compensada por una distribución más justa de los beneficios.» En los medios sindicales se opina de manera semejante: «Frente al paro alarmante, frente a las dificultades inconcebibles, en una sociedad como la francesa, de varios millones de asalariados que apenas ganan para comer, frente a la miseria de los inmigrados, ¿qué vemos?: lujo provocante, abusos, escándalos, privilegios fiscales no sólo para los más ricos, sino para muchas profesiones liberales, cuadros y asalariados, en general, que gozan de situaciones increíbles. »
¿Será capaz Raymond Barre de sacudir las columnas del templo?, se preguntaba un especialista. La cuestión es delicada, ya que detrás de los «privilegiados» se esconde un porcentaje de electores de la mayoría giscardiana, no fácil de convencer. Pero la apuesta por la «austeridad» del primer ministro de Finanzas, para luchar rigurosamente contra la inflación, «sería un suicidio probable del giscardismo si no va acompañada de otra apuesta: «la que debe garantizar a los franceses una justicia social más grande».
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