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Testimonio de una guerra cruenta

, La autopista costera de cuatro vías que lleva de Beirut a Trípoli, al norte, a través de un territorio sólidamente cristiano, estaba muy animada con el tráfico del mediodía del sábado, y el pequeño automóvil blanco que mantenía su velocidad a 40 millas, parecía como todos los demás.Colgando detrás de él, con los pies por delante atados de una cuerda, iba un hombre muerto. Su espalda barría literalmente la carretera. Llevaba una camisa amarilla muy gastada, y pantalones oscuros, todo lleno de manchas de sangre y polvo. Tenía una herida en el pecho y le habían cortado una oreja.

Cuando el cuerpo golpeaba en algún hueco de la carretera, la cabeza recibía una sacudida, y los brazos doblados y rígidos se movían como los de un muñeco. La escena es indicativa del carácter de esta guerra, en la que cristianos y musulmanes mutilan a los muertos, torturan antes de matar y rara vez toman prisioneros. La impresión era mucho más fuerte debido a la normalidad que rodeaba la escena.

Los coches que venían detrás, muchos de ellos llenos de niños, disminuían la marcha para poder -mirar mejor, y luego continuaban.

Otros vehículos con hombres en uniforme de milicias cristialinas hacían lo mismo. Los camiones más pesados se echaban a un lado pera dejar pasar al coche blanco.

El sol caliente del Mediterráneo le daba al paisaje un brillo acogedor. El cielo y el mar estaban completamente azules; adondequiera que mirábamos sólo podíamos ver gente normal.

El conductor del coche blanco era un joven de aspecto agradable. Su compañero vigilaba constantemente la cuerda y saludaba a los amigos con gestos de la mano. Atravesaron un control cristiano sin dificultad. Traían el cuerpo desde Nabaa, la «ciudad miseria» musulmana enclavada en el sector cristiano del este de Beirut que había caído en poder de los cristianos a principios de esta semana en la cual se llevó a cabo el sábado una operación de «limpieza».

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Los captores trasladaban el cuerpo a un puente en donde los muertos musulmanes han sido arrojados desde hace meses. No hay manera de impedir esta costumbre, y cuando se hizo costumbre que los conductores se detuvieran en el puente para contemplar los cadáveres, colocaron una señal que decía: «No se detengan aquí».

De lado musulmán han ocurrido cosas parecidas. El lugar favorito para arrojar cadáveres en el Beirut oeste es un descampado donde se arroja la basura frente al mar y un camino poco usado cerca del museo, que es el punto de intersección de los sectores este y oeste de la ciudad.

Durante un alto en los combates a principios de este año, un jefe militar del grupo cristiano Falange, quiso dar un paseo en el sector occidental de Beirut. Fue reconocido, le mataron, le mutilaron, y le arrastraron por el suelo.

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