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Y llegó el maestro

El júbilo de los sanfermines, e incluso de la fiesta se ha producido en la última corrida de feria, con la apoteosis del toreo de siempre, el toreo grande, obra de El Viti, yo no sé si en el despertar de una pesadilla, porque como pesadillas eran las actuaciones amaneradas que nos venía ofreciendo desde su reaparición. El Viti de ayer en Pamplona fue el de sus mejores años, un torero a carta cabal, maestro en su oficio, con casta sobrada para superar dificultades y ofrecerle al toro, esa gran verdad del toro, una técnica depurada y un corazón inmenso de valiente.Con El Viti de ayer se ha abierto un abismo entre él y todos los demás. No me olvido de Manzanares, no, el otro triunfador de la feria, cuya cadencia y cuyo arte permanecen inmutables en el sitio que merecen, pero la torería de Santiago, el mando que ejerció en la plaza en todos los momentos de la lidia -esos intensos momentos-, la hondura con que ejecutó la suerte, lo han borrado todo. O lo diré mejor: El Viti de ayer está en otra línea, en otro nivel, en otro capítulo del libro siempre abierto de la tauromaquia, y precisamente en el que ocupan los toreros de época.

Apoteosis de El Viti en la última corrida de los sanfermines, en la que se lidiaron cinco toros de Torrestrella y un sobrero (el sexto), de César Moreno

El Viti. Estocada y descabello (aplausos y también algunos pitos cuando sale a saludar). Estocada trasera y atravesada, pinchazo, estocada y descabello, después de una faena antológica (dos orejas y el delirio). Angel Teruel. Media atravesada (oreja). Dos pinchazos y estocada (aplausos). Niño de la Capea. Media estocada baja, de la que sale cogido, sin consecuencia (oreja con protestas). Media tendida y caída (palmas). Los toros. Bien presentados, dieron juego. El primero suena el estribo en una vara trasera y recargada en otra; media arrancada y puntea. El segundo, fijo en un puyazo trasero, derriba en el siguiente y se deja pegar en otro trasero y bajo; pronto y noble en banderillas, para la muleta es excepcional. El tercero toma un puyazo con fijeza y suena el estribo en otro, de mucho castigo; con genio, toreable. El cuarto, muy fijo en un puyazo trasero, los otros dos encuentros se simulan; noble para la muleta. El quinto toma con estilo un puyazo recargado, con la salida tapada, y los otros dos encuentros se simulan; quedado. El sexto, cojo, es sustituido por un toro de César Moreno, que recarga con gran fijeza en una vara y se revuelve con casta para dos picotazos más; noble, con genio.

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Hubo una faena ajustada a las condiciones de un toro que se defendía, porque le picaron demasiado y trasero, y esto hacía que punteara sobre la muleta, que El Viti no se dejó tocar -el temple- y que utilizó para dominar al animal y reducirle al terreno donde debía darle muerte. Pero sobre todo hubo otra, la del cuarto, que fue una filigrana, pura esencia, sencillamente arrebatadora. El Viti sometió a su enemigo en derechazos largos, que pronto se hicieron hondos y acabaron en la perfección. No es posible torear mejor. Torero y toro componían la antología del toreo de muleta; aquél, erguida, la planta, imprimía ritmo y profundidad al recorrido del pase, que terminaba con la justeza precisa para ligar otro, y otro, y otro, y así hasta el de pecho auténtico, que si era con la izquierda ponía al público en pie. Pero hubo uno que marcó la cumbre de la faena: se atrajo a la res despacio, se la echó por delante con lentitud, y al tiempo que levantaba la mano, la llevaba hacia el hombro contrario, de manera que los pitones le rozaran los alamares y el toro continuó la embestida hasta el sitio exacto, junto a la cadera contraria, donde el torero marcó el remate. La locura fue entonces. Más El Viti seguía, ahora para templar el natural también en un recorrido que parecía imposible, el olé profundo, gargantas enronquecidas . por la emoción, no terminaba nunca. Series de naturales de torero clásico, torero de ley, no iguales entre sí; distintas, acopladas a lo que el toro pedía en cada momento, y finalmente el alarde de la técnica, el natural ligado con el de pecho, un natural y uno de pecho, una vez, otra, cuantas quiso. Se emborrachó El viti de torear y los emborrachó a todos, de emoción y belleza, sí, pero sobre todo de afición. Reconcilió al público con una fiesta impar que cuando alcanza esta plenitud rebasa todo calificativo.

Cuando El Viti entró a matar, y lo hizo mal, que nunca ha sido un estilista volapié, fue como una liberación. La tensión había alcanzado límites difíciles de contener. Los tendidos eran un manicomio. En la vuelta clamorosa al ruedo le cantaron «¡Como El Viti no hay ninguno!», que es lo típico en Pamplona, pero también y aún con más fuerza, «¡torero, torero, torero!», en un clamor enorme; sol y sombra aunados en el mismo coro por el júbilo del retorno de un torero que había despertado de un sueño de pesadilla y que resucitó e arte de torear, para el asombro.

Angel Teruel, que con muchos remilgos y no pocos alivios desaprovechó el mejor toro de la tarde, cual era el segundo, y el Niño de la Capea, versión tosca de este oficio, hicieron lo que pudieron por agradar y dieron muchos pases. Que Dios se lo pague.

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