Laboristas y "Trade Unions", aceptan la obediencia recíproca
"El problema no es que los sindicatos sean demasiado fuertes lo que ocurre realmente es que son demasiado débiles". Eso dijo Edward Heath en 1967. Tres años más tarde el líder conservador fue nombrado primer ministro. En 1974 el sindicato más débil de todos, es decir el más poderoso lo arrancó del poder. La resitencia minera condujo a Heath a tomar una decisión bélica -la semana laboral de tres días-, de la que se derivaron el caos y la vuelta al poder de los laboristas.Aunque los mineros no pretendían exactamente el regreso del laborismo al poder de los laboristas.
En 1999 el TUC (Trade Unions Congres) acordó pedir a sus miembros que cooperaran con otras organizaciones que la clase obrera creara para asegurar su representación en el Parlamento.
Fundado el partido laborista, los Trade Unions que se habían constituido en el ingreso en Manchester en 1868, empezaron a colaborar con ese nuevo partido. Ahora hay diputados laboristas en los comunes que fueron apoyados en el proceso electoral por los Trade del congreso de Unions. Paralelamente, el partido y el TUC crearon en 1971 un comité conjunto del que salen las líneas maestras de la economia británica, cuando los que mandan son los laboristas, como sucede ahora. Estas situaciones de acumulación de poderes no es sino, una consecuencia de la importancia creciente que tienen los sindicatos como elementos aglutinadores de fuerza humana y, además, de fuerza trabajadora.
La fuerza trabajadora británica es de 25 millones de personas. La mitad, casi exactamente, pertenece a los sindicatos. Un sindicato solo -el de transporte y actividades diversas- agrupa a cerca de dos Millones de afiliados. A pesar de que se dice que cada sindicato es un voto, resulta evidente que el líder de esa entidad que hemos citado tiene que concentrar un gran poder de decisión en sus manos. El número de miembros afiliados a los 108 sindicatos existentes en el país va creciendo. Formalmente pertenecer a un sindicato no es obligaltorio.
Pero a veces son los propios empresarios los que exigen esa pertenencia: un empleado ajeno a la disciplina sindical, puede causar mayores problemas que uno obligado a obedecer las normas dictadas por su sindicato.
Cuando Denis Healey, ministro de Hacienda, presentó en abril el presupuesto general del Estado ante el Parlamento, casi se produce la primera votación de censura del año contra los laboristas. Un área trascendental del presupuesto -la política de sueldos- quedaba indecisa, el Parlamento no se podía pronunciar sobre cifras seguras. Iban a ser los sindicatos los que dijeran sí o no -y en qué condiciones- a lo que el Gobierno. consideraba la clave del futuro económico. Hubo quienes, desde la oposición, calificaron el hecho de anticonstitucional. Después, cuando el TUC apoyó la propuesta gubernamental sobre restricciones de sueldos, un sector de la prensa se quejó de que la opinión internacional se enterara primero de ese acuerdo que el propio Parlamento británico. Las voces de desacuerdo se acallaron pronto en ambos casos. Todos los parlamentarios británicos saben ya que en este país no se mueve ni un dedo si no lo permiten antes «los que viven por sus manos». El Parlamento dificilmente puede ayudar a que la libra se rehaga en el mercado exterior Un soplo de los sindicalistas la puede hundir.
Obediencia recíproca
Este poderío político de los sindicatos un poderío político que cada día está más referido a la economía contrasta con lo que parece ser la teoría fundacional del TUC.Los Trade Unions declaran que cuando están reunidos en congreso forman un cuerpo independiente de todo grupo político. «Hay un error común con respecto a nuestras relaciones con el partido laborista.» Es cierto, dice un informe publicado por el congreso, que cuando los laboristas están en el poder, los sindicatos se sienten más obligados a estar de acuerdo con la administración, pero eso ocurre desde posiciones individuales, decididas por cada Trade Union. «Muchos sindicatos, aparte de estar afiliados al TUC, pueden ser miembros del partido laborista.»
Aunque el congreso como tal, tiene prohibido aportar fondos para propósitos políticos,. los sindicatos afiliados pueden subvencionar, y de hecho lo hacen, al partido laborista. Por otro lado, hay líderes sindicales y miembros destacados de los Trade Unions que pertenecen a grupos políticos -el comunista, por ejemplo- y que en el marco particular de sus sindicatos gozan de un saludable poder .
En cualquier caso, la obediencia entre el partido laborista y el TUC es recíproca. Eso, que en definitiva tiene visos constitucionales, es lo que más saca de quicio a los líderes conservadores; que han tratado en vano de controlar algunos sindicatos. Hace unos días, el actual cerebro gris de la política económica de la oposición, sir Keith Joseph, escribía en el Times: «La extrema izquierda laborista apoya el corporativismo porque en ese concepto se contiene la idea de que los sindicatos deben mandar en Gran Bretaña a través de su agencia política, el partido laborista.» Con su teoría económica, seguía diciendo sir Keith, lo que la izquierda quiere es que la situación británica empeore más, «para hacer más fácil la consecución de su objetivo final».
El «contrato social»
Lo que para los conservadores es un reproche, para los laboristas es un orgullo. El primer ministro Callaghan, ha dicho alguna vez que mientras el Gobierno anterior -el de Edward Heath- estuvo siempre en competencia con los Trade Unions, el Gobierno laborista ha sido capaz de crear un reino de verdadera cooperación laboral.Cuando la cooperación empezó a ser más efectiva en términos económicos fue en enero de 1973, cuando los sindicatos y el partido, es decir, los sindicatos y su agencia política adoptaron un acuerdo de sonido roussoniano: el contrato social. Para vender esa mercancía -los trabajadores iban a abstenerse de solicitar salarios por encima de un límite dado, entre otras cosas- los líderes sindicales presentaron el contrato social como un tratado sobre la inflación y el desempleo: El sacrificio, según ellos, ha validio la pena. Por eso han permitido que el Gobierno repita este año la experiencia. Al aceptar la idea de una prolongación del tratado los sindicalistas han explicado así su postura: «Sabemos que un voto a favor de la propuesta significaría la permanencia del Gobierno en el poder. De lo contrario, el contrato social se vería amenazado y laboristas serían depuestos fácilmente.»
A pesar de que se declaran contrarios a la sugerencia de que este país sigue los pasos de un Estado corporativo a causa del creciente poder, que ellos han tomado, y aunque dicen que los únicos que mandan en la política del Reino Unido son los parlamentarios, lo que se desprende de esa frase que hemos reproducido es que los sindicalistas británicos saben muy bien cuáles son las dimensiones del formidable poder que tienen en sus manos.
El contrato social de 1973 llevó a los laboristas al poder. Sin duda, el nuevo acuerdo los mantendrá ahí. En esas circunstancias es lógico que el partido no mueva nada sin antes consultar con su «parlamento sindical». La obediecia recípropa está más que justificada.
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