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Chile

La Democracia Cristiana chilena atraviesa la peor crisis de su historia

La razón más importante en la solidez del régimen del general Augusto Pinochet ha sido, según opinión general, la imposibilidad de los sectores políticos, especialmente la Democracia Cristiana (DC), de llevar adelante acciones para desalojar a los militares del poder o inducirlos a posiciones más moderadas, augurantes de una salida sin traumas.A dos años y medio del golpe proscrita la izquierda -hoy sólo ocupada en sobrevivir-, la responsabilidad de «hacer algo» ha sido depositada en la DC, ya que la derecha, salvo escasísimas excepciones, colabora incondicionalmente con el régimen y aspira a mantener las cosas como están.

A pesar del tiempo transcurrido, la DC aún no tiene una posición política coherente para afrontar la coyuntura. Ello ha devenido en el desaliento, creando en el interior del partido dos fenómenos concatenados: el «providencialismo» de superestructura dirigente y el «espontaneísmo» de las bases y mandos medios, lo cual ha estado posibilitando la lenta pero creciente desintegración, las rencillas personalistas, las disputas innecesarias y el olvido de las metas importantes.

La falta de consistencia de la postura DC ciertamente se apreció junto con el golpe cuando una declaración oficial apoyó la acción castrense sin antes buscar la unidad de criterio en el interior. Pocos días después un grupo radical DC condenó duramente, la intervención militar. Más adelante hubo más actitudes contradictorias que abonaron el desconcierto a todos los niveles del partido.

La primera etapa del régimen militar - 11 de septiembre de 1973, hasta fines de 1974, cuando Pinochet se afianzó- vio a una DC empujando la salida de los militares del poder a través de ellos mismos. Los contactos más significativos se efectuaron con los generales Oscar Bonilla y Sergio Arellaho, edecanes de Eduardo Frei cuando fue presidente.

La carencia de proposiciones concretas para una salida racional y honorable para las fuerzas armadas hizo fracasar los contactos. Más aún, el diálogo emprendido por Bonilla y Arellano debilitó a ambos generales y también al sector castrense, partidario del acercamiento civil. Bonilla debió alejarse cuatro meses de su cargo de ministro de Defensa -se dieron razones médicas entonces-, hasta morir trágicamente en un accidente aéreo cuando, aparentemente, había remontado la adversa situación y retornaba a reasumir su cargo. Arellano, solo, duró pocos meses más. El oficial, quien programó el golpe contra Allende, de gran prestigio, dentro del Ejército y en las otras ramas, fue rápidamente debilitado por Pinochet, quien llamó a retiro a casi todos los coroneles que ayudaron a Arellano en 1973. Cuando Pinochet percibió que Arellano ya no contaba con respaldo importante, le pidió la renuncia. Esto ocurrió el primero de octubre, pocos días antes de que Pinochet viajara a los funerales de Franco para evitar que Arellano quedara solo, se le llevó consigo. A principios de este año le hizo despedir con honores.

El fracaso de las maniobras sumió en tribulaciones a la DC. Se intentó, entonces, utilizar el expediente de Frei para que, a través de un impacto directo, provocara una reacción militar. Así, a fines de 1975 Frei sacó el libro «El mandato de la historia y las exigencias del porvenir», conteniendo su análisis de la realidad política, económica y social.

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La ausencia de alternativas políticas concretas del opúsculo de Frei -y la persistencia de la « fórmula freista»- provocó una reacción inesperada. Un alto oficial, uno de los interesados en buscar una salida, resumió el libro diciendo: «Frei nos ha dicho que él es extraordinario y está dispuesto a perdonar todo si le entregamos el poder. Así no podemos hablar».

El libro, hoy lo reconocen los propios DC, en vez de debilitar a Pinochet, le fortaleció, y todo indica que saltará sin problema la posibilidad de crisis que se le puede plantear en agosto próximo, al cumplir tres años como comandante en jefe del Ejército.

Una vieja tradición no escrita señala que los comandantes en jefe sólo pueden permanecer tres años en sus cargos. El almirante José Toribio Merino, comandante en jefe de la Armada, desechó ya públicamente la tradición cuando manifestó que sólo abandonaría su cargo «con los pies por delante». Pinochet, en tanto, no ha dejado oportunidad de recalcar su intención de gobernar «hasta la muerte».

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