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La lidia

Esta vez, Paco Camino no atrajo la lluvia

En las gradas revolotearon miles de pañuelos en un instante. El toro profirió el último suspiro; el diestro, con un movimiento nervioso, se dio media vuelta para dirigirse hacia el burladero de capotes. El mozo de espadas le recoge los trastos de matar al tiempo que le ofrece un vaso de agua. Se enjuaga la boca, la garganta y la cara. Debe sentir cientos de emociones en un segundo, docenas de escalofríos en un momento. El público espera que el presidente posé su pañuelo sobre la tela roja de su balcón. Al fin se decide. El alguacilillo, presto, corre a cortar una oreja de la res muerta.La entrega, el abrazo y la vuelta al ruedo. Paquirri recibe la ovación de los aficionados. Recoge flores de la arena, remite sonrisas en todas las direcciones y levanta ambos brazos para mostrar el trofeo. La segunda vuelta al coso es más rápida. Las palmas disminuyen en intensidad. El saludo desde el centro del redondel es el adiós de su triunfo.

Rinconete y Cortadillo serían unos párvulos, principiantes o novatos -como se prefiera- al lado de los revendedores de 1976. Unos pícaros personajes, éstos a los que el martes fallaron las previsiones, pero que ayer se resarcieron de las «ganancias perdidas» el día anterior. No se vieron forzados a invadir las escalerillas del Metro para proveerse de entradas. Ayer las tenían en cantidad, en «cantidubi», que dicen los «desmadrados del 76». Pues bien, estos ilustres señores tienen la rara habilidad de duplicar el precio de cada billete sin necesidad de declarar a Hacienda. En la «corrida del arte» -como algunos dieron en llamar-, estos «mecenas» del aficionado sin en trada ofrecían la posibilidad de presenciar las seis faenas a un precio doble del «virgen». Todo, ¡claro está!, con la vieja y persuasiva técnica de la voz templada y el su surro al oído. «¿Desea usted alguna entrada, tiene usted entrada? Se la puedo proporcionar de andanada y tendido alto.» «¿Cuánto pide por un tendido?». «Mil doscientas pesetas.» «Es muy cara, muchas gracias.» Y el aficionado se va tranquilo a pensar que su bolsillo ha cruzado la explanada de la plaza sin haber mordido el anzuelo. Mil doscientas, pesetas. «Cuatro mil ochocientos reales, ¡qué barbaridad!»

La tarde amenazaba agua. La afición se hizo acompañar de paraguas, impermeables, gabardinas y prendas contra la lluvia. El causante de que pudieran caer chuzos de punta hubiera sido Paco Camino. Aquel espectador comentó que a nivel de agricultura, el diestro de Camas no tendría precio. «Si torease en Santa Cruz de Tenerife solucionaría el problema que Canarias tiene con el agua durante un mes, al menos.» Y es que nadie olvida la tormenta que el pasado año soportó la feria de San Isidro durante la faena del diestro. Y ayer todo parecía indicar que se iba a repetir la historia.

Los primeros aplausos fueron dedicados a Molés. El periodista no pasó desapercibido por el callejón cuando se dirigía hacia su puesto de trabajo. Los que le reconocieron comenzaron a gritar su nombre. La agresión que sufriera el día anterior no había sido olvidada.

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