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EL JUEGO INFINITO
Columna
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España y el propósito de trascender

Se siente superior y pretende demostrarlo. ¿Qué la autoriza a tanta ambición? La valentía de un entrenador que considera el fútbol como un modo de alcanzar la grandeza

Pedri, durante el partido del jueves contra Japón en Doha.
Pedri, durante el partido del jueves contra Japón en Doha.Neil Hall (EFE)
Jorge Valdano

Copiones. El Mundial iguala. Iguala tanto que no distinguimos entre una selección africana de una europea. Como todos copian, eso que llamábamos estilo se fue perdiendo por la fuerza de la uniformización. El regate fue sepultado por el abuso de los entrenamientos en los que son obligatorios uno o, máximo, dos toques. Tampoco es fácil ver pases filtrados porque en el medio del campo es más importante no perder la pelota que arriesgarla para mejorar la jugada. Hay una paradoja difícil de entender: los equipos asumen más riesgos en el área propia que en la contraria. Razón por la cual se crea más peligro presionando la salida de los rivales que construyendo juego. Así es como vamos cayendo en un fútbol burocrático, técnicamente pulcro y de gran nivel medio, pero en el que poco a poco va desapareciendo el sentido de la aventura que caracterizaba a los jugadores diferentes.

Notables. Las metodologías que se están apoderando del fútbol premian la corrección colectiva y penalizan a los aventureros. El efecto más relevante es que se ha mejorado mucho el nivel de los jugadores mediocres. Aquellos que solo merecían un aprobado hoy reciben y tocan la pelota a un nivel notable. Ese tipo de jugador se ha beneficiado de una formación que no distingue categorías. El precio a pagar es que los jugadores sobresalientes han reducido el margen de libertad que disfrutaban en otros tiempos para plegarse al innegociable proyecto colectivo. Hay que tener mucha clase y personalidad para escapar del enjambre e imponer el poder dominante del que llega donde los demás no llegan. Por fortuna el fútbol se las arregla para seguir impactándonos con su capacidad para sorprender: aunque siempre jueguen los mismos, nunca vemos el mismo partido.

Los nombres propios. La metodología, los físicos cada vez más poderosos y la sofisticación táctica están terminando con los espacios. Como se sigue jugando en un campo de 100x70, deben ser los más inteligentes quienes tienen que descubrir dónde están los espacios que nos faltan. Y aquí las cosas empiezan a ser como parecen. Los grandes talentos son los únicos capaces de encender una antorcha en el fondo de la cueva para ver lo que otros no ven. Messi es el gran ejemplo en su nueva versión de caminante estratega. “Camina”, dice alguien, escandalizado, a mi lado. No, “piensa”, me quedo con ganas de contestar, cuando mira, decide y mete balones milimétricos que buscan al compañero mejor ubicado. Son ellos, los mejores, quienes nos ayudan a elegir a los equipos favoritos. Brasil e Inglaterra tienen en el banquillo tanto talento atacante como en el campo. ¿Cómo no creer que llegarán a las últimas instancias? A Francia le basta con Mbappé para considerarla una amenaza temible. La palabra equipo se agiganta, pero los partidos se siguen ganando con nombres propios.

Distinguirse ya es ganar. España es la única selección cuya fuerza reside en su intención siempre atacante. En su convicción colectiva para la presión si no la tiene y para la asociación cuando la recupera. Le da igual que el rival sea grande o pequeño, incluso ir ganando o perdiendo, España se siente superior y pretende demostrarlo de principio a fin. ¿Qué la autoriza a tanta ambición? La valentía de un entrenador ambicioso que considera el fútbol como un modo de expresión desde el que podemos alcanzar la grandeza. Los jugadores lo siguen por la más sencilla de las razones: el propósito de trascender. El futbolista es permeable a todas las ideas, pero si se le invita a ser parte de una revolución, se entrega con la fe del predestinado. Ahora empieza otro Mundial para España porque Japón le advirtió de que sueño y utopía no significan lo mismo.

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