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El fútbol vence al miedo: miles de israelíes viajan al primer Mundial en un país árabe

Entre 20.000 y 30.000 ciudadanos del Estado judío se desplazarán a Qatar, pese a la ausencia de su combinado nacional y de relaciones diplomáticas. En un gesto conciliador, Doha permite los primeros vuelos directos entre ambos países

Yoni Alejandro Munafo, el pasado septiembre en Jerusalén.
Yoni Alejandro Munafo, el pasado septiembre en Jerusalén.Antonio Pita
Antonio Pita

Miles de israelíes tenían un buen puñado de motivos para no viajar al Mundial de Qatar, pero han elegido uno más fuerte para hacerlo: la pasión por el fútbol. Se calcula que entre 20.000 y 30.000 asistirán al torneo, pese a que no participa su selección ―eliminada en la fase de clasificación― y a que se celebra por primera vez en un país árabe y musulmán con el que, además, no tienen relaciones diplomáticas. Como buena parte del mundo árabe, Qatar no reconoce al Estado judío desde su creación en 1948. No obstante, hará una excepción y permitirá durante el Mundial los primeros vuelos directos entre Doha y Tel Aviv y la prestación de servicios consulares a los israelíes, en el marco de un acuerdo entre ambos países y la FIFA anunciado este jueves.

Así, a partir del próximo día 20, los israelíes podrán entrar en Qatar gracias a un permiso especial de un mes que obtienen con la compra de al menos una entrada, ya que la FIFA obliga siempre al anfitrión a garantizar el acceso a los estadios sin distinción de nacionalidad. Algunos aficionados con los que ha podido contactar EL PAÍS, como Gil Zilber o Liat Pessah Rozenwald, ocultarán en la medida de lo posible su nacionalidad, mientas que otros, como Walaa Afifi, lo ven como una oportunidad de visitar un emirato que ―cuando se apague el marcador de la final― no podrán pisar de nuevo.

Zilber tiene 53 años y entradas para dos cuartos de final y dos semifinales. “Las compré hace tiempo sabiendo que siempre podría venderlas si al final los israelíes no podíamos entrar”, afirma por teléfono desde Ramat Gan, una localidad del distrito metropolitano de Tel Aviv. Ya estuvo en el anterior Mundial (Rusia 2018) y ahora va ocho días con un conocido. “Qatar es un país enemigo, pero no enemigo de verdad. Y si nos pasa algo allí a los israelíes, irá en contra de ellos. No me da miedo, aunque tampoco voy a decir allí que soy israelí”, argumenta. Al tradicional recelo que la mayoría judía del país siente hacia lo árabe en general se suma que el emirato es, en particular, uno de los principales valedores del movimiento islamista palestino Hamás y lugar de residencia de su líder, Ismail Haniye. En Israel está además fresca la conmemoración, el pasado septiembre, del 50 aniversario de los Juegos Olímpicos de Múnich, en los que el grupo terrorista palestino Septiembre Negro mató a 11 atletas israelíes.

Por si acaso, Pessah Rozenwald, de 48 años, hablará con su hijo Mikey por la calle en inglés, en vez de en hebreo, hasta que vea si se siente cómoda. Es su primera experiencia en el mundo musulmán y admite que todo sería más fácil si viajase sola, en vez de temer por la seguridad de su hijo durante el regalazo que le está haciendo con motivo de su Bar Mitsvá, la ceremonia que marca el paso a la madurez en el judaísmo y que celebrará el próximo año, al cumplir 13. “No me lo llegó a pedir. Pero era consciente de que puede ser el último Mundial de Messi y de Cristiano Ronaldo, que son los dos jugadores de su infancia”, explica por teléfono. Teme que el resultado de las elecciones del pasado día 1 ―de las que probablemente salga un Gobierno solo de derechas que incluya formaciones de discurso ultranacionalista y racista― influya en cómo miren en Qatar a los israelíes. Y reconoce que ha reservado un hotel caro ―”una buena burbuja”, lo llama― por si al final no les apetece salir a pasear. Irán a dos cuartos de final. “Con quien llegue hasta allá, seguro que será un buen partido”, resume.

Mikey mira la pantalla del televisor en su casa en Israel durante un partido de la selección brasileña en el Mundial de 2014.
Mikey mira la pantalla del televisor en su casa en Israel durante un partido de la selección brasileña en el Mundial de 2014.Cortesía de List Pessah Rozenwald

Consciente del escrutinio al que está sometido, Qatar está facilitando la llegada de israelíes, pese a la ausencia de lazos diplomáticos. Por un lado, con el citado permiso inédito a los vuelos directos mientras dure el Mundial. El acuerdo, eso sí, “incluye que los medios de comunicación y los dueños de una entrada palestinos puedan viajar en esos chárter sin restricciones, ya que tienen el mismo derecho a disfrutar del torneo, que es particularmente especial por ser el primero en el mundo árabe y musulmán”, según un portavoz del Mundial citado en el comunicado de la FIFA. Ni Gaza ni Cisjordania tienen aeropuerto operativo o control sobre su espacio aéreo, por lo que sus habitantes palestinos solo pueden volar desde Tel Aviv con un permiso de las autoridades militares israelíes. El canal 11 de la televisión israelí informó este jueves de que 8.000 palestinos han recibido el visado de las autoridades cataríes.

La otra novedad es la prestación de servicios consulares a los ciudadanos israelíes, en casos tales como la pérdida de un pasaporte o la repatriación de un cadáver. No lo hará personal diplomático, porque supondría un cierto reconocimiento de facto del país, sino “una empresa de viajes internacional privada con sede en Doha, en coordinación el Ministerio israelí de Asuntos Exteriores”, precisó la FIFA en su comunicado. Los palestinos tienen su propia Embajada en Doha.

Ya antes del anuncio de este jueves, las autoridades cataríes habían dado luz verde a la aerolínea chipriota TUS para que opere una decena de vuelos entre Doha y Tel Aviv con una breve “escala diplomática” en Larnaca para que, sobre el papel, no sean directos, según anunció la compañía el pasado domingo. Pasajeros y tripulación ni siquiera tendrán que abandonar el aparato. Otras opciones populares para llegar al país son vía Jordania, Turquía, Baréin o Emiratos Árabes Unidos. Estos dos últimos normalizaron sus relaciones con el Estado judío en 2020. Una empresa del sector tecnofinanciero, Global Remit, está posibilitando además comprar por primera vez en Israel la moneda catarí, el rial.

Un viaje en familia

Matan Peled, vicepresidente y responsable de comercio internacional de Issta Sport, la rama de viajes deportivos de la principal agencia de viajes de Israel, describe el perfil de los más de mil que han comprado un paquete que va desde los 3.000 euros (con vuelo, hotel y dos partidos) hasta los 15.000, si incluye las dos semifinales y la final. “Son sobre todo familias. En muchos de los casos, el padre con uno o varios de sus hijos. A veces, con abuelos o tíos. Parejas hay menos”, precisa. Al menos un 90% son hombres y prácticamente todos quieren ver a Argentina o a Brasil. “También piden mucho el Portugal-Uruguay y el España-Alemania. Hacen muchos cálculos para saber qué comprar. Miran los grupos y tratan de adivinar cuál será el cruce en octavos o incluso en cuartos”, explica Peled.

En un país con una población tan geográficamente diversa, por conceder la nacionalidad a quien tenga al menos un abuelo judío, sería raro que no existiesen hinchas como Yoni Alejandro Munafo. Nacido hace 44 años en Buenos Aires, capital del país con la mayor comunidad judía de América Latina, su padre lo llevaba de crío al Monumental a ver jugar al River Plate. Cuando tenía diez años, la familia se estableció en Israel, donde ―lamenta― “el fútbol no es muy profesional”. “Soy israelí. Es como pienso y como veo la vida. Pero en el fútbol soy argentino y lo vivo como tal. El único recuerdo que tengo de mi padre feliz es cuando Argentina ganó el campeonato [de México en 1986]. Falleció ese mismo año”, explica en una cafetería cerca del casco antiguo de Jerusalén.

Un hombre da toques al balón en Doha, este martes.
Un hombre da toques al balón en Doha, este martes.MARKO DJURICA (REUTERS)

Munafo sacia su pasión por el fútbol viajando un par de veces al año a España para ver al Real Madrid, al que ha acompañado en las últimas cinco finales de la Champions. Tampoco se ha perdido un solo Mundial desde 1998, salvo el de 2002 en Corea del Sur y Japón. Se lo puede permitir, explica, porque es empresario y tiene un buen sueldo.

Para Qatar tiene entradas de dos partidos de Argentina y uno de España, consciente de que siempre puede revenderlas (“se pagan hasta 7.000 dólares [o euros]”, subraya) y comprar otras en función de cuánto avancen los Messi, Lautaro Martínez y Di María. No le preocupa estar allí lo que le permita el trabajo. “Pienso que Israel sabe lo que hace. No soy el único israelí que viaja […] Miedo no tengo, y no lo digo por hacerme el capo. Pero si el nivel de alerta sube a cinco, no viajo, con todo el dolor de mi corazón. Pierdo la plata y ya. No estoy loco. Mi familia es lo primero”, señala.

El caso de Walaa Afifi es distinto. Es uno de los casi dos millones de palestinos con ciudadanía israelí, la minoría árabe del país que mira a Qatar de forma bien distinta a la mayoría judía, pese a compartir pasaporte. Afifi tiene cinco tickets para la fase de grupos, entre ellos el Túnez-Dinamarca y el Marruecos-Croacia. “Quería, primero, equipos árabes y luego equipos grandes”, explica por teléfono desde Sheij Danun, un pueblo del norte de Israel a diez kilómetros de la frontera con Líbano. Su primer Mundial ―en el que no podrá ver competir a su país favorito, Italia― es también “una ventana de oportunidad para visitar Qatar”. “Me gusta viajar. He estado en 24 países y Qatar, además, no está lejos. Iré allí en calidad de israelí, pero me da igual. Como árabe, para mí es un país árabe más que visitar”, resume. “Así puedo ver además la diferencia con otros, como Jordania y Egipto, en los que también he estado”.

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Sobre la firma

Antonio Pita
Corresponsal para Oriente Próximo, tras cubrir la información de los Balcanes en la sección de Internacional en Madrid. De vuelta a Jerusalén, donde ya trabajó durante siete años (2007-2013) para la Agencia Efe. Licenciado en Periodismo y Máster de Relaciones Internacionales y Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid.

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