Popovici gana la “pelea de perros” por dos centésimas
El mejor nadador de libre del mundo logra el oro en 200m tras un plan que no le funcionó
David Popovici perdió todo durante 199 metros y ganó el oro en los últimos centímetros de lo que él definió como una “pelea de perros”. La multitud convocada en el pabellón profirió un grito de asombro unánime al ver la última agitación en la piscina. Hubo algo mágico en el toque que decidió la final de 200 metros libres disputada ayer en el campeonato de natación de los Juegos. Algo estético, no por bello sino por emocionante en el sentido primitivo de aisthesis, aquella palabra que los griegos prehistóricos, fundadores del olimpismo, empleaban para señalar el conjunto de la vida sensitiva, inaccesible a los razonamientos pero manifiestamente hermosa en el discurso del cuerpo. No fue casual que el poético Popovici, el nadador más plástico que existe, se hiciera con la victoria de un modo agónico e inefable en la turbulenta piscina de París, y que así escalara a lo más alto de un podio por el que han pasado los mejores nadadores de siempre. Un título que define a los gigantes de cada época. A Phelps, a Thorpe, a Van den Hoogenband, a Spitz y a Johnny Weissmüller, este último, también nacido en Rumanía y, como Popovici, campeón olímpico en París, solo que hace exactamente cien años.
Una vez le preguntaron a Adrian Radulescu, su entrenador, si había visto algo sobrenatural en el niño que conoció con siete años en una piscina de Bucarest. “Todos en el grupo eran mejores que David”, dijo. “Les dije: ‘Vais a nadar carreras de 50. El último queda eliminado’. Y él se las arregló para acabar penúltimo siempre. Acabó nadando contra el ganador de todas las carreras. En la última carrera ganó David, porque había conservado energía”.
Así es Popovici. Así nadó Popovici en La Défense, en una final que comenzó dominando el alemán Lukas Märtens, campeón olímpico de 400, primero en el paso por el 50, el 100 y el 150. Le sucedió el británico Matthew Richards, que iba por la calle uno, pegado al rebosadero, y que se puso por delante en la segunda mitad de la prueba, junto con el estadounidense Luke Hobson, que hizo lo que hacen los nadadores avezados en las carreras universitarias. Hobson se pegó a la corchera que separaba su calle de la de Popovici y sencillamente se subió a su ola. Los vórtices que genera Popovici en el agua lo arrastraron en su remolino, ahorrándole muchos esfuerzos.
Los ocho nadadores hicieron el viraje casi a un tiempo en la última pared, al paso por el 150. Popovici, que había hecho su típico nado cadencioso de menos de 30 ciclos de brazada por largo, ondulando sobre su abdomen como un delfín que sube y baja en la línea de la superficie, comenzó a acelerar, como si percibiera la amenaza que avanza desde todas partes. “Fue una pelea de perros”, dijo, “la clase de carrera que tienes que disputar hasta la última centésima de segundo con el último átomo de nuestros cuerpos. Esto lo pudo ganar cualquiera de nosotros”.
Los ocho implicados en la final dieron la impresión de tocar la última placa simultáneamente. Popovici se giró, vio que era el primero con 1m 44,72s, y se agarró la cabeza como si sintiera vértigo. Matthew Richards, el británico, tocó en 1m 44,74s, el estadounidense Luke Hobson en 1m 44,79s y Duncan Scott en 1m 44,87. El intrépido Märtens acabó quinto.
Primero lo hice por el niño que hay en mi; después por mis amigos y mi familia, y luego por Rumanía”
“Mi idea era hacer el primer 100 en un segundo más rápido, pero no pude”, dijo Popovici, hierático pero muerto de risa por dentro, ya en la sala de conferencias. “¿Quién sabe? Sucedió así. Quizás fue para mejor. Quizás si hubiera salido más rápido me habría muerto en los últimos metros. Nunca lo sabremos. Ya se terminó y fue bonito. Me alegro de que haya resultado así”.
Popovici, ávido lector de los estoicos, duerme junto a un ejemplar de las Meditaciones de Marco Aurelio y tiene un inigualable modo de expresarse, siempre en un inglés académicamente exacto, en la pronunciación y en los términos. Tiene apenas 19 años y hace dos se hizo famoso cuando batió el récord absoluto de 100 libre. Ahora, con la medalla olímpica de 200 en su poder, ya no cabe duda de que es el mejor nadador de libre de su generación.
Popovici se instaló entre los más grandes por más que la marca que hizo este lunes, 1 minuto 44,72 segundos, corresponda a tiempos casi remotos, en concordancia con los establecidos en La Défense: probablemente la piscina olímpica más lenta del siglo. Eso lo nadaba Ian Thorpe hace más de dos décadas. Mucho más rápido nadó el propio Popovici en un mitin en Belgrado el mes pasado, en donde marcó 1m 43,13s sin apenas oposición. Un baño casi, comparado con su carrera más rápida, los 1m 42,97s de los Europeos de Roma de 2022, la tercera mejor marca de todos los tiempos y la número uno del ránking con bañador textil.
“Este es el primer oro que consigue Rumanía en toda su historia en categoría masculina”, dijo, cuando le preguntaron por Camila Potec y Diana Mocanu, sus predecesoras en lo más alto de los podios olímpicos de su país, en 2002 y 2000. “Estoy contento por el apoyo que he tenido en Rumanía, pero en definitiva, esto lo hice por mí, por el niño que hay en mí, que siempre quiso esto, por mis amigos y mi familia, y también por mi país, claro”.
El nadador perfecto simplemente no existe. Nadie lo es. Ni Michael Phelps. Phelps es el más condecorado y el mejor objetivamente. Pero todos estamos muy lejos de la perfección. Lo mejor que podemos hacer es perseguir la perfección. Eso es lo que tengo en mente cada vez que entreno. Acercarme. Pero con la conciencia de que nunca la tocaré”
No sonrió ni una sola vez. Recordó la crisis que sufrió el año pasado, cuando en los Mundiales de Fukuoka se quedó fuera de los podios de 100 y 200, y le brillaron los ojos cuando alguien le pidió que definiera al nadador perfecto. “En 2022 salté a la fama y empecé esta carrera nueva, como nadador”, recordó, “y en 2023 tuve que adaptarme a toda esta vida nueva. Este año, por fin, volví a disfrutar del entrenamiento extenuante. Pero nunca seré el nadador perfecto. El nadador perfecto simplemente no existe. Nadie lo es. Ni Michael Phelps. Phelps es el más condecorado y el mejor objetivamente. Pero todos estamos muy lejos de la perfección. Lo mejor que podemos hacer es perseguir la perfección. Eso es lo que tengo en mente cada vez que entreno. Acercarme a esa perfección. Pero con la conciencia de que nunca la tocaré”.
Por otra parte, el español Hugo González de Oliveira, el mejor nadador de su delegación, completó ayer su primera final en París, en la prueba de 100 metros espalda. Quedó sexto en una carrera que conquistó el italiano Thomas Ceccon en 52 segundos. El chino Xu Jiayu fue plata y el estadounidense Ryan Murphy, campeón en 2016, fue bronce con 52,39s. El español paró el cronómetro en 52,73 segundos, a tres centésimas de su mejor marca. Ahora se enfocará en el 200 espalda.
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