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Juegos Olímpicos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Juegos de París: entre la inclusión y la laicidad

La dificultad está en compatibilizar un derecho individual con la autonomía de las federaciones, lo cual exige, según su interpretación, que se renuncie a exteriorizar ideologías para abrazar únicamente la del olimpismo

Mariam Mamdouh Farid de Qatar compite en el Campeonato Mundial de Atletismo en el Estadio Internacional Khalifa, el 1 de octubre de 2019 en Doha, Qatar.
Mariam Mamdouh Farid de Qatar compite en el Campeonato Mundial de Atletismo en el Estadio Internacional Khalifa, el 1 de octubre de 2019 en Doha, Qatar.Patrick Smith (Getty Images)

Uno de los temas más discutidos en el panorama deportivo internacional es hasta dónde debe extenderse la libertad de los deportistas para expresarse libremente. Las recientes declaraciones de Mbappé en las que pedía un voto responsable en las próximas elecciones legislativas francesas es uno de los diversos ejemplos que se podrían ofrecer al respecto. En general, la dificultad estriba en compatibilizar un derecho individual, el de los deportistas, con la autonomía de las federaciones para regular las competiciones y hacer que estas sean lo más inclusivas posible, lo cual exige, según su interpretación, que se renuncie a exteriorizar las diversas ideologías para abrazar únicamente la del olimpismo, que es mucho más ecuménica e inclusiva, ya que se basa en los valores deportivos. Según la justificación clásica, esta sería la única manera de salvar los agravios y ofensas que podrían surgir si cada deportista o federación expresara sus distintos valores o creencia. La universalidad del deporte podría entonces estar en peligro. Sin embargo, esta política de neutralidad ha ido evolucionando y en la actualidad, el COI ya no se opone de manera tan rotunda a las formas de expresión de las libertades de los deportistas, entre las que se incluye la utilización de los símbolos religiosos. No en vano, ha llegado a incluir la regla 40 en la que podría considerarse como carta constitucional del Movimiento Olímpico que señala ahora que “todos los competidores, dirigentes y otro personal de equipo en los Juegos disfrutarán de libertad de expresión, respetando los valores olímpicos y los principios fundamentales del olimpismo”.

Cuando ya parecía que el problema del reconocimiento de los derechos individuales de los deportistas en las competiciones olímpicas estaba resuelto a pocos días de comenzar los JJOO de París, un tercer actor ha entrado en escena cuestionando de nuevo el derecho fundamental de los deportistas a la libertad religiosa. En efecto, “para aplicar el principio constitucional de laicidad, los miembros de los equipos deportivos franceses no pueden expresar sus opiniones y creencias religiosas. Por lo tanto, no se puede usar el velo (o cualquier otro accesorio o vestimenta que demuestre afiliación religiosa) cuando se representa a Francia en un evento deportivo nacional o internacional”. Con estas palabras en el canal de televisión pública France 3, anticipaba Amelie Oudéa-Castéra, la ministra de Deportes de Francia, la imposición de la más absoluta neutralidad en la delegación olímpica francesa, aclarando además que, en la misma, no habría espacio para ningún tipo de proselitismo religioso.

Con respecto a los miembros de otras representaciones nacionales, por razones obvias, ni Francia tiene legitimación para imponerles este tipo de limitaciones, ni mucho menos, se encuentran vinculados por un régimen de laicidad estricta como el que pretende instaurarse. Nos encontraríamos así con unos Juegos en los que podríamos llegar a apreciar un derecho de libertad religiosa de dos velocidades, de mayor amplitud para los deportistas no franceses, propiciando un agravio comparativo de inauditos antecedentes en una competición de estas características.

¿Será capaz la France de mantener el pulso a los derechos de los deportistas a expresar su conciencia religiosa? Tal vez las luces que perseguimos puedan encontrarse en la normativa del COI. A la luz de la misma, la firme intención de las voces (políticas) autorizadas del deporte francés sobre la simbología religiosa pone en entredicho los fundamentos del olimpismo moderno. Si recordamos que entre ellos figuran valores como el respeto, la dignidad de la persona y el compromiso para con los derechos humanos, podremos convenir que las directrices deportivas francesas están tomando el sendero más que dudoso. El deporte tal y como ha avanzado en estas últimas décadas aboga por encontrar un equilibrio entre la diversidad y la inclusión y, en este sentido, no ha de servir para excluir, sino para integrar, más aún si el foro en el que se suscitan las controversias son los Juegos Olímpicos. El mejor de los argumentos que podemos esgrimir como prueba es el nuevo lema olímpico. Al clásico Altius, Citius, Fortius, en los últimos años se ha añadido, Communiter. Una ampliación conceptual que no persigue, sino dotar al mundo olímpico de un carácter más solidario, más equitativo y más diverso, en el que la supresión de los símbolos religiosos, entendemos, no ha de tener lugar.

Rafael Valencia Candalija es profesor de Derecho Eclesiástico de la Universidad de Sevilla.

José Luis Pérez Triviño es profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona).

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