El sol sale después de Bolt
Karsten Warholm, Yulimar Rojas y Elaine Thompson acaparan el protagonismo en la pista de atletismo con sus registros y su personalidad
Fueron los primeros campeonatos de atletismo de unos Juegos después de la era que marcó Usain Bolt. Se temía el vacío. Los desérticos Mundiales de Catar habían insinuado una caída en el nivel de los rendimientos tanto como de las audiencias. Tokio lo desmintió en plena pandemia. Sin público. En las peores circunstancias, los acontecimientos registrados en el estadio olímpico durante la última semana revirtieron la inercia. El atletismo se reafirmó a base de actuaciones espléndidas. Se batieron un puñado de récords olímpicos, como los del 1.500 en ambas categorías (Ingebrigtsen, Kipsang y Kipyegon), el lanzamiento de peso (Ryan Crouser), el decatlón (Damian Warner), y los 100 metros femeninos (Elaine Thompson); y se batieron récords mundiales en triple salto y 400 vallas en ambas categorías. Una sucesión de relámpagos que evocaron a 1968.
Fosbury, Beamon. En la vorágine de récords, zapatillas y tormentas de calor que se suceden en el estadio en nueve días, los periodistas que han leído las historias de los Juegos y el entusiasmo de los cronistas relatando los acontecimientos atléticos de México 68 —el Fosbury flop, el tartán, Bob Beamon, la protesta negra, la boina castrista de Lee Evans— creen ver su correlato en las calles limpias, en la perfección logística, en el orden japonés de Tokio. Y Sebastian Coe, quien como atleta llevó a la cumbre el arte del 1.500m y de los 800m, cree que no es exagerada la comparación entre los Juegos más añorados y Tokio: “Las marcas, la revolución tecnológica en las zapatillas, en los materiales sintéticos de la pista, el calor, la humedad, el ambiente tormentoso, la ambición de una nueva generación de atletas, su juventud, que no temen medirse con los récords históricos… todo está aquí en Tokio”, dice en el estadio Coe, que ahora es el presidente de World Athletics, la federación internacional de atletismo, y le faltan dedos en la mano cuando evoca los momentos más memorables de Tokio, los que tardarán en olvidarse, los nombres.
Atletas jóvenes. El relevo para el mundo. Tres plusmarquistas mundiales: Yulimar Rojas, Karsten Warholm, Sydney McLaughlin. Una reina de la velocidad para todos, Elaine Thompson. La revelación joven de Athing Mu (oro en los 800m y en el relevo largo, 1m 55,21s a los 19 años), la confirmación olímpica del pertiguista Mondo Duplantis, nacido para volar; los dos oros y el bronce de Sifan Hassan en su triple desafío estajanovista de los 5.000m, los 10.000m y los 1.500m, seis carreras en seis días: los últimos hurras de Allyson Felix; Jakob Ingebrigtsen cumpliendo con su destino; Eliud Kipchoge alcanzando a Abebe Bikila en el paraíso de los inmortales del maratón…
El triple salto. La resiente Yulimar Rojas pide palmas rítmicas antes de sus seis saltos de triple y le responde el silencio —algunos tomaron nota, y los técnicos y atletas australianos que siguieron el sábado la final de salto de altura de su Nicola McDermott, llevaron bongos para ritmar sus palmas amplificadas con los deseos de la saltadora que anota todos sus saltos en su diario—, pero aun así, la venezolana, la máxima expresión de la escuela de salto afrocubana, y caribeña, entrenada por el cubano Iván Pedroso, establecida en Guadalajara, acaba llegando hasta los 15,67m, el primero de los tres récords del mundo que, en cuatro días, se rompieron en el estadio de atletismo. Antes de Tokio, Rojas, tan amada por el público, tan amante de los aplausos y los entusiasmos en los estadios, lamentaba que no podría gozarlos en Tokio. Luego se olvidó de decirlo. Quizás no los echó tanto de menos. Su propia alegría ya la llenaba entera.
El genio noruego. El segundo récord del mundo en Tokio, el de los 400m vallas del noruego Karsten Warholm, supuso, quizás, el minuto más vivido en el estadio, el más recordable. Todos los planetas se alinearon, un mediodía de sol y calor; una pista de una calidad nunca vista, buena para fondistas y para velocistas, la cuadratura del círculo; unas zapatillas de fórmula 1; un norteamericano en busca de un récord, Rai Benjamin, que empuja más que nunca al recordman, el noruego sentimental; la decisión de ir más lejos, el coraje para intentarlo; la perfección del gesto… Son 45,94s para la historia.
Locura en las vallas. Animadas por Allyson Felix —11 medallas en cinco Juegos, y dos en Tokio, a los 35 años, ninguna como ella en la historia del atletismo olímpico, y solo uno, un finlandés de hace 100 años, Paavo Nurmi, por encima—, las mujeres norteamericanas nacidas con el cambio de siglo deciden tomar el poder del atletismo de su país. Son su voz y Sydney McLaughlin canta mejor que ninguna y, persiguiendo a su amiga Dalilah Muhammad, que quiere recuperar su récord mundial, vuelve a batir el récord de los 400m vallas, 51,46s.
La reina de la noche. Fue, la de McLaughlin, la tercera plusmarca mundial en cuatro días en el nuevo estadio de Tokio, y pudo haber habido dos más, las de los 100m y los 200m femeninos, si no hubiera existido el fenómeno anómalo de Florence Griffith, la velocista estadounidense que en los Juegos de Seúl 88 llevó la disrupción a la progresión de los récords mundiales de la velocidad. 10,49s para los 100m; 21,34s para los 200m. Elaine Thompson, la niña de Banana Ground, ganó de nuevo, como en Río, las finales de 100m y 200m, y añadió, novedad, la victoria en el relevo corto. Sus marcas, extraordinarias (10,61s y 21,53s), ambas, las segundas de la historia, son las que la progresión lógica, no excepcional, habría fijado como récords mundiales. Ese es el valor, tremendo, de la reina de la noche en Tokio.
Una medalla, 11 finalistas españoles y Marta Pérez. La ilusión de los aficionados españoles al atletismo no se medía en medallas, sino en emociones, las que debían alimentar los nuevos jóvenes, tan alegres y desenvueltos, tan novatos en unos Juegos la mayoría. Una terminó tercera, la triplista Ana Peleteiro, que se entrena con Yulimar Rojas, y mientras la caribeña podía con el récord del mundo, la gallega alcanzaba el récord de España (14,87m) para terminar con la medalla de bronce.
Cuatro terminaron cuartos: el saltador Eusebio Cáceres, que volvió a ser sólido en un concurso de gran campeonato, y tres marchadores, Álvaro Martín, María Pérez y Marc Tur, que hasta los últimos metros de sus pruebas pelearon por la victoria; tres acabaron quintos: los dos del mediofondo, Adrián Ben (800m, el primer finalista español en la historia de la prueba) y Adel Mechaal, el español más rápido jamás en una final de 1.500m, 3m 30,77s, imposible para él correr más rápido; y el maratoniano Ayad Lamdassem; dos quedaron sextos: el marchador Diego García Carrera, y el vallista Asier Martínez, la gran revelación para el atletismo español en los 110m vallas, la prueba en la que no participó, lesionado, el medallista Orlando Ortega, y uno quedó octavo, el atleta de todas las distancias, Mo Katir, de 23 años, en los 5.000m.
Y a dos décimas de ser finalista, novena, y a cinco de batir el récord de los 1.500m de Natalia Rodríguez, se quedó Marta Pérez, la soriana friolera, la médica que, con su entusiasmo, su calidad, su risa, su pasión, simboliza al atletismo español, del que se despidió en Tokio su figura más legendaria, el marchador Jesús Ángel García Bragado, que compitió a los 51 años en sus octavos Juegos Olímpicos y completó la prueba más larga, las más de cuatro horas de los 50 kilómetros marcha. Ninguno con su perseverancia en la historia mundial del atletismo olímpico.
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