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alienación indebida
Columna
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El triplete de Hansi Flick

El alemán se ha revelado como el entrenador ideal para una plantilla en construcción, el mejor portavoz del club, su embajador, el apagafuegos silencioso y el arquitecto emocional de una sociedad acostumbrada al ruido

Hansi Flick

Elegir al personaje del año en el mundo del fútbol resulta un ejercicio tan subjetivo que cualquiera puede conceder su propio premio sin miedo a equivocarse. Salvando todas las distancias, es algo parecido a lo que hace Jorge Mendes con los Globe Soccer Awards, solo que él se puede permitir mayor inversión, más focos, destinos más exóticos para la celebración de una gala y ningún pudor en premiarse a sí mismo. En estos terrenos siempre resbaladizos de los gustos personales, sin necesidad de jurado ni actas notariales, Hansi Flick aparece como una elección casi indiscutible, al menos para los culés.

Pocos se atreverán a negar que Flick ha logrado en tiempo récord algo que en Barcelona parecía imposible incluso a medio-largo plazo: poner de acuerdo a todo el mundo tras las salidas -siempre traumáticas- de los últimos héroes. No es la Cataluña actual una tierra de mayoría absolutas, ni falta que hace. Y tampoco se ha destacado el Barça, a lo largo de su historia, por aceptar a ninguna figura de consenso. Ni siquiera Messi o Guardiola, que siempre tuvieron dentro de casa a sus principales detractores.

Al menos de momento -pues el cielo siempre está a punto de caer sobre el Camp Nou como en la aldea gala de los cómics-, Flick no solo se ha revelado como el entrenador ideal para dirigir una plantilla en franco proceso de construcción; también es el mejor portavoz posible del club, su embajador, el apagafuegos silencioso y el arquitecto emocional de una sociedad tan acostumbrada al ruido que hasta el silencio va dejando ecos por los pasillos.

Llegó sin más padrinos que Joan Laporta, sin dominar ninguna lengua romance y con su currículo mellado tras un paso abrupto por el banquillo de la selección alemana. Y en poco más de un año ya se ha ganado el respeto de la afición, del vestuario y de un entorno que nació predispuesto a la sospecha. Nada que celebrar: si algo nos ha enseñado la historia del club azulgrana es que nunca es suficiente.

La hipótesis de su apocalipsis táctico

Su revolución táctica se sostiene sobre el principal precepto del cruyffismo: la audacia. Defensa adelantada, presión agresiva, riesgos asumidos sin red de seguridad ni petición de disculpas... Para muchos, una temeridad cercana al suicidio deportivo. Para otros, la constatación de que la fe y el romanticismo de mirar siempre hacia adelante sigue más vigente que nunca. El mundo, dicen algunos, siempre está a punto de castigarle. Todos esperan al rival adecuado, al día señalado, al partido que tire del mantel y lo desnude todo. Pero mientras la profecía se repite en tertulias de medianoche y artículos de advertencia, los resultados siguen empeñados en estropearla. De momento, el apocalipsis táctico de Flick sigue siendo una mera hipótesis.

Más allá de la pizarra, el gran tanto de Flick ha sido su concepto renovado de liderazgo. Sereno, pero firme. Sin necesidad de levantar la voz ni de escenificar su autoridad para una serie documental de Amazon Prime. No permite que otros hablen por él -bien lo saben los medios acreditados en sus ruedas de prensa-, pero tampoco se empeña en hablar demasiado, por eso nunca habla de más. En un ecosistema donde cada palabra se interpreta como un mensaje cifrado, el alemán ha convertido la normalidad en idioma universal.

Nombrar -yo le nombro, okey- a Hansi Flick como el personaje del año en nuestro fútbol no tiene tanto que ver con lo que haya ganado o lo que esté por ganar, sino con lo que nos ha devuelto: el debate al césped, la conversación al juego y la atención al equipo. Llamémoslo, si gustan, el otro triplete.

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