Franco vuelve al Bernabéu
El Madrid, desde la llegada de Francisco Franco al poder, tardó 14 años en ganar una Liga


En efecto, Franco Mastantuono vuelve esta noche al Santiago Bernabéu, donde hace dos semanas fue aclamado antes de debutar. Lo nunca visto. Tampoco había visto nunca que se acusara a alguien de ser portador de un nombre. El “Franco, Franco, Franco” desató repercusiones dignas de un análisis antropológico. Si el canto fue una broma, bien traída está. No hay exorcismo mejor que el humor. Si alguno entonó el nombre con particular pasión porque le trajo nostalgia ideológica, estaríamos ante un inédito tipo de estupidez. La de fortalecer los argumentos de la tribu rival. Pero estoy seguro de que la mayoría, sobre todo entre los más jóvenes, solo cantó el nombre del nuevo ídolo. No es fácil ponerle ritmo o encontrarle rima a ese apellido, que ni siquiera tiene una “R” para darle garra.
Sin embargo, en Barcelona se aprovechó el episodio para seguir alimentando la leyenda de “equipo del régimen”. Relato que no resiste el menor análisis, pero que se instaló en la memoria colectiva con gran eficacia. El cuento nació en Barcelona y en Madrid nunca se desmintió. Mi admirado Manuel Vázquez Montalbán hizo del Barça una bandera cultural y política aprovechando el peso identitario del fútbol y la represión cultural que sufría Cataluña. Así las cosas, el Barça pasó a ser “El ejército desarmado de Cataluña”. ¿Y el Madrid? No le dio importancia al debate. Ni siquiera hubo una respuesta que vertebrara una narración intelectual que lo defendiera de los discursos ajenos. Los triunfos eran tan abrumadores que parecía innecesario explicarse. El Madrid era por lo que ganaba, no hacía falta más.
Los datos debieron resultar suficientes. Voy a insistir en ellos porque la repetición se ha revelado como muy eficaz en la instalación del relato. El Madrid, desde la llegada de Franco al poder, tardó 14 años en ganar una Liga. Mientras el Atlético Aviación representaba al ejército (4 títulos en ese periodo) y el Barça (5) le colgaba insignias a Franco, el Madrid se recomponía de los destrozos de la Guerra Civil. Santiago Bernabéu supo imaginarse el futuro construyendo, en dos fases y sin ninguna ayuda oficial, un estadio para 120.000 espectadores. Lo demás fue cosa de Alfredo Di Stéfano y su afinada banda, que pusieron al club en otra dimensión, ganando de un tirón las primeras cinco Copas de Europa. Conviene recordar que la influencia de Franco en Europa era igual a cero. Desde entonces, el Madrid se convirtió en la primera multinacional española, aunque fuese en términos sentimentales. Y su fuerza representativa lo convirtió en embajador informal del país. Otra cosa es que el régimen lo aprovechara, como hace el poder de cualquier signo con cualquier triunfo deportivo.
Lo cierto es que el Barça construyó una narración que lo blindó como víctima. El “Franco, Franco, Franco” habrá provocado en Barcelona una dolorosa evocación mientras que en Madrid el canto no fue más que un recibimiento festivo.
El episodio por supuesto que habla también del poder del fútbol, que cruza y exagera todos los temas, y muy especialmente si son identitarios. En esta ocasión, el nombre de un chico argentino destapó fantasmas que en España nunca acaban de enterrarse, aunque en cada región truene con ecos distintos.
El único que no habrá sabido qué resonancias tenía su nombre habrá sido el mismo Mastantuono, orgulloso de sentirse recibido con todos los honores. De la polémica se habrá enterado por los periódicos y no encontrará manera de poner una barrera defensiva. Porque una cosa está clara: se seguirá llamando Franco. Solo cabe esperar que su juego cambie el rumbo del debate y que el fútbol nos devuelva a este presente, confuso, pero más acogedor.
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