Louzán y los árbitros de Florentino
El caso Negreira ha venido a demostrar que algunos clubes (o uno en concreto) se toman muy en serio sus grandes complejos históricos
Se pasó el presidente de la RFEF por los micrófonos de El Chiringuito y tardó apenas unos minutos en reconocer las constantes presiones que recibe por parte de su homónimo en el Real Madrid respecto a los arbitrajes. “Tenéis que resolver el asunto de los árbitros porque nos está perjudicando”, asegura Louzán que le dijo Pérez durante un aparte mantenido en Arabia el pasado año. Tampoco pasó desapercibido ese momento en el que la máxima autoridad federativa de nuestro fútbol revela alguna de las ingeniosas ideas del propio Florentino para asegurarse un trato más ajustado a sus intereses. “Un día me dijo que iba a traer árbitros ingleses”, le confiesa Louzán al entrevistador. Basta con unir las líneas de puntos para que el mensaje resuene alto y claro: solucionadme este asunto cuanto antes o tendré que solucionarlo yo.
Lo cierto es que la opinión del presidente Pérez tampoco difiere en exceso de la mía, salvo por algunos matices. Yo también creo —es más, estoy convencido— que a mi equipo lo vienen perjudicando los árbitros desde que los antiguos chinos soplaban aquellas bellotas agujereadas para advertir de las invasiones mongolas e inventaron el silbato. Que los árbitros nos roban lo piensa todo el mundo, ¡nos ha fastidiado! Da igual el continente, el país y el barrio donde se asiente el club de nuestros afectos, incluso la categoría en que milite. De hecho, hasta los equipos sin categoría alguna se sienten robados varias veces en cada partido, pues la sensación de agravio en el fútbol es una constante universal como lo son la temperatura, el peso, la masa o el tiempo. El matiz, y sobre esto ya nos advertía Mecano hace muchísimos años, viene después: cuando lo hacen por debajo del mantel.
El caso Negreira ha venido a demostrar que algunos clubes (o uno en concreto) se toman muy en serio sus grandes complejos históricos, también hasta dónde están dispuestos a remar para tratar de resolverlos. Algún día, puede que en esta vida o en la otra, la justicia decidirá sobre los tratos que hasta cuatro dirigentes del Barça mantuvieron con el entonces vicepresidente del CTA. Y habrá que conformarse con los indicios y la imaginación hasta entonces. Y habrá que comprender, guste o no, las legítimas sospechas de Florentino y varios millones más de aficionados que ya se sentían agraviados mucho antes de conocerse el precio de un CD-ROM con los comentarios del director, que es el argumento más esgrimido en Barcelona estos días para espantarse las incongruencias durante la espera. “Aún tendremos que pagar nosotros también a los ingleses”, pensará más de uno tras escuchar las revelaciones de Louzán.
Hace años me contó el escritor Juan Tallón la historia de un periodista ourensano que compaginaba el oficio de contar noticias con las mieles del arbitraje en categorías regionales. Una tarde entre tantas, y tras un partido de naturaleza complicada, nuestro héroe se vio obligado a correr para salvar la vida. Lo quería matar todo el mundo: los dos equipos, sus aficionados, las familias, otros compañeros de profesión... Alcanzó la caseta casi de milagro y pasados unos minutos al abrigo de los bloques de cemento y la uralita, sacó los bártulos de plumilla y se puso a escribir la crónica del encuentro para el periódico que, religiosamente, le pagaba las nóminas. “Desastroso arbitraje en el Malecón”, tituló sin inmutarse: una prueba irrefutable de que los arbitrajes no suelen gustar a casi nadie, mucho menos a quienes les conceden una influencia absoluta sobre todas las competiciones perdidas, pero jamás sobre las que ganan.
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