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Relatos de una amateur
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Vinicius y los reptilianos

Crear una narrativa con chivos expiatorios a los que culpar de una pérdida ayuda a calmar la angustia existencial

Vinicius durante el partido contra el FC Barcelona.
Vinicius durante el partido contra el FC Barcelona.Angel Martinez (Getty Images)

Las teorías de la conspiración están hechas para perdedores, en el sentido literal de la palabra. Los que han perdido dinero, influencia, libertad, una idea, una convicción, a un líder, a una persona querida, incluso los que han perdido un Balón de Oro, todos buscan algo o alguien que explique esa pérdida. Y los culpables pueden ser desde la CIA, una camarilla de lagartos, pasando por los Illuminati, hasta la UEFA. No importa, crear una narrativa con chivos expiatorios a los que culpar de una pérdida ayuda a calmar la angustia existencial, como un Lexatin sin efectos secundarios.

Dice la escritora Naomi Klein que las conspiraciones son una solución práctica a una sensación de injusticia. “Los teóricos de la conspiración se equivocan con los hechos, pero a menudo aciertan con los sentimientos”, escribe la autora en su libro Doppelgänger: A Trip into the Mirror World. Ese sentimiento que describe es “la sensación de que toda miseria humana es el beneficio de alguien más”. Cuando alguien pierde, normalmente gana otro.

Véase el caso de José Mourinho, verdadero especialista en eso de exprimir la sensación de injusticia de sus jugadores para unirlos en torno a ella. Lo hace vendiéndoles siempre un relato imbatible: somos nosotros contra el mundo. Contra todo, contra los árbitros (su opción predilecta; recordemos la lista de los 13 errores que sacó en la rueda de prensa posterior al partido frente al Sevilla en 2010), contra el calendario, contra la prensa, contra el césped, contra los rivales, contra organismos internacionales. Xavi también tiene un graduado en conspiracionismo recubierto de excusas. En realidad, todos los damnificados por el fútbol hemos culpado en algún momento a entidades superiores de nuestras desgracias. Normalmente, culpamos al estamento arbitral, que es lo más fácil, y normalmente lo más acertado. Casi imaginamos reuniones secretas entre antorchas encabezadas por un Medina Cantalejo encapuchado, con pruebas de lealtad y un listado de equipos vetados.

En esas anda parte del madridismo estos días, teorizando sobre cómo una acción orquestada por la UEFA, Ceferín, todo el gremio periodístico, France Football o incluso alguna fuerza de la naturaleza, le ha sisado a Vinicius su merecido galardón dorado. Puede que tengan razón, puede que castigasen a Vinicius para mortificar al Real Madrid. El fútbol es rehén de intereses ocultos, por supuesto. O puede simplemente que a los profesionales que votaron el Balón de Oro les gustase más Rodri, al que algunos han dejado a la altura de un futbolista de Sexta División regional por aupar a Vinicius. Sea como sea, al Real Madrid le gusta verse no únicamente como un equipo o un gigante comercial, sino como una especie de institución aristócrata del fútbol, y la ausencia en la gala de cualquier representante fue una rabieta infantil impropia de esa categoría. A mí me gusta pensar que nadie fue a la ceremonia como labor social, para evitar una pataleta pública de Vinicius, como cuando le coges el móvil a una amiga borracha para que evite escribirle a su ex.

Las teorías conspirativas son poderosas por dos motivos: el primero es que desmentirlas es casi contraproducente porque solo vuelve a los conspirativos más convencidos de su causa. Lo que decía antes: ¡El mundo contra nosotros! Y, en segundo lugar, porque salvo que afecten a algo relativo a la salud, como el movimiento antivacunas, suelen ser tan ridículos que hasta parecen inofensivos (aunque no lo sean). Hablar de una campaña orquestada para evitar que Vinicius se llevase el Balón de Oro no le hace daño a nadie, como mucho produce alguna discusión en el apartado de comentarios de una columna de opinión. A quién no le gusta una buena fábula, aunque no tenga demasiada moraleja.

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