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Area di rigore
Columna
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Mourinho, el hijo pródigo del interismo

El portugués se enfrentó el sábado por primera vez el equipo con el que logró un histórico triplete y cuya afición sintió indiferencia cuando este año fichó por la Roma

Mourinho, ante el Inter.
Mourinho, ante el Inter.ALBERTO LINGRIA (Reuters)
Daniel Verdú

No sucedía desde hacía 45 años. El Inter había ganado la final de la Champions en el Bernabéu contra el Bayern de Múnich, en 2010. José Mourinho subió entonces a un Audi A8 mientras toda la plantilla estaba ya en el autobús del club para ir al aeropuerto. Pero el portugués vio a Materazzi llorando de emoción contra un muro. Y, sobre todo, vio una cámara. Así que mandó parar el coche, se fue corriendo hacia él y escenificó una fabulosa llorera mientras se fundía en un abrazo con el defensa. Luego se dio la vuelta, regresó al coche y se largó. Ahí os quedáis. El Audi era de Florentino Pérez. Y aquella noche se fue con él a cenar ya como nuevo entrenador del Real Madrid mientras todo el equipo volvía a Milán para celebrar hasta el alba un título tan deseado. La escena explica bien la relación de Mourinho con el Inter. O, más bien, consigo mismo.

El sábado, por primera vez desde que se fue en 2010, se reencontró en partido oficial con su exequipo. Sabía que iba a perder. Y como sucedió tantas veces con el Barça, comenzó a poner vendas antes de que llegasen las múltiples heridas (0-3). Artífice de un histórico triplete, comparte hoy Olimpo con grandes mitos interistas como Facchetti, Helenio Herrera, Boninsegna, Luis Suárez y Zanetti. Absolutamente todos los tifosi le adoran. Eso no quita, claro, que alguien vaya a hacerse falsas ilusiones sobre su egoísta personalidad. Nadie está ofendido porque haya vuelto a Italia y ahora entrene a la Roma. Al contrario. La única división en la grada, que este sábado le dedicó una pancarta donde le mostraba “eterno agradecimiento”, se encuentra entre los que todavía se divierten cuando polemiza con los árbitros y los que, simplemente, le ven como un personaje amortizado.

Mourinho siempre será interista (de su Inter, el del triplete, eso sí). Pero su fichaje por la Roma tampoco fue ningún drama para los tifosi. Otra cosa hubiera sido el Milan o la Juve. Aunque da igual, porque tampoco le llamaron. Quién sabe si por eso, cuando en octubre fue a jugar a Delle Alpi levantó el brazo completamente hierático e hizo el gesto del triplete con los dedos. Esos, considera él, eran los rivales de su Inter. Aunque bien mirado, en la temporada del triplete el principal adversario fue el equipo que ahora entrena. El club al que le dedicó su famosa frase de “zero titoli”. Los mismos trofeos que, visto el lamentable partido del sábado, todo apunta a que ganará él este año.

Cuando Mourinho aterrizó en Milán se encontró a un Inter fuerte y sin grandes rivales. La Juve acababa de salir del pozo de la Serie B y el Milan estaba muy debilitado tras la pérdida de grandes jugadores. Fue inteligente. Vendió a Ibrahimovic y con ese dinero compró a Sneijder, Lucio y Eto’o para construir un verdadero equipo. Claudio Ranieri entrenaba entonces a la Roma y logró disputarle hasta el mes de abril el scudetto y llegar a la final de Coppa Italia. Pero los giallorrossi terminaron descolgados en liga tras perder contra la Sampdoria y cayeron en la final de la Copa, de nuevo, ante el Inter.

La Serie A dejó de ser un reto. Y así el cruce contra el Barça en semifinales de la Champions se convirtió en su obra cumbre. En todos los sentidos. Cuentan los jugadores que después de ganar 3-1 en la ida se plantó en Appiano Gentile (el campo de entrenamiento), sacó una pizarra y comenzó a plantear distintos esquemas de partido con 10 jugadores. “Míster, falta uno”, le advirtieron. Pero Mourihno estaba convencido de que en la primera parte expulsarían a uno y que convenía prepararse para jugar así el resto del encuentro. Luego Thiago Motta se encargó de cumplir la profecía con un manotazo a Busquets en el minuto 28, otorgando al portugués poderes ilimitados como pitoniso. Tras el partido todos contaron que estaban preparados para ese momento. Quién sabe si también Eto’o, que jugó como lateral por primera vez en su carrera, convirtiéndose en la Capilla Sixtina del esquema táctico de Mourihno, a quien siempre le sobraron delanteros. El sábado contra el Inter, para justificar su nueva derrota, se quejó de que le faltan.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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