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alienación indebida
Columna
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Tan culé no serás, Guardiola

Quizás la última gran lección del maestro es que saber irse a tiempo es casi tan importante como saber conformarse

Pep Guardiola
Pep Guardiola, hace un mes entrenando al Manchester City.Lee Smith (Action Images via Reuters)
Rafa Cabeleira

Ha pasado mucho tiempo, pero de vez en cuando conviene recordar que el Barça era un club instalado en la felicidad más absoluta el día que Pep Guardiola anunció que dejaba su cargo como entrenador del primer equipo. A fin de cuentas, los socios habían votado por mayoría aplastante la llegada de Sandro Rosell a la presidencia, toda una declaración de intenciones. Y aquel equipo podía entrenarlo cualquiera, o eso se decía, con la salvedad de que dicho cualquiera terminó siendo Tito Vilanova, ni más ni menos, el lazo sentimental necesario para despedir a Guardiola sin el sabor amargo tan propio de las rupturas.

Toca insistir en ello, digo, porque la memoria acostumbra a ser tan líquida como el jabón y a todos nos gusta mantener bien limpios nuestros mejores recuerdos. Por eso incurrimos en el error de idealizar nuestra postura ante circunstancias pasadas. Y quizás por esto todavía circula en el entorno del club la sensación de que Guardiola se fue porque quiso, sin más motivo ni más cartón, una justificación sencilla para un momento complicado, que es todo cuanto puede desear un aficionado al fútbol para no sentirse interpelado en exceso y mucho menos agobiado.

Comenzamos entonces a leer y a escuchar que el de Santpedor tampoco era tan buen técnico como nos habían contado. La pizarra era cosa de Tito Vilanova, dato muy importante. Y Messi apenas necesitaba que le restringieran el consumo de hamburguesas y refrescos, de todo lo demás se ocupaba él en cuanto saltaba al campo y dejaba de filosofar, absorto en sus pensamientos junto a la línea de cal. Piqué era feliz, al fin, sin el guardián de la mazmorra. Y Cesc Fábregas también era feliz... Todo el mundo era feliz con Guardiola fuera de la ecuación, y así comenzó a instalarse la idea de que su adiós era lo más conveniente para todos, especialmente para aquella parte de la afición que prefería recordar el fichaje de Chygrynskiy por encima del juego o los títulos cosechados.

Saber irse

Luego llegarían las acusaciones de índole personal, aquel fango orquestado desde el club y que dio pie a que un contable de Murcia o un jubilado de Les Corts te explicasen, con pelos y señales, qué había pasado entre Pep Guardiola y Tito Vilanova. Como quien habla del último pique entre Rosa Benito y Amador Mohedano, a ese punto llegó la podredumbre moral de un entorno que casi siempre se mueve por arrebatos y cierta carencia de escrúpulos. Para cuando Guardiola regresó por primera vez al Camp Nou, esta vez como entrenador del Bayern de Múnich, la sopa ya estaba tan fría que solo unos pocos noctámbulos e inconscientes se atrevieron a recibirlo con aplausos.

Esta semana, tras confirmar Guardiola por enésima vez que no volverá a sentarse en el banquillo del Barça, una parte de la afición se ha revuelto incómoda en su silla y no son pocos los que se han lanzado a poner en duda el barcelonismo del técnico, especialmente en las redes sociales, donde uno no tiene más que mezclar el escudo del Barça con la foto de su superhéroe favorito para investirse de una cierta autoridad moral que todo lo juzga, también el corazón de una leyenda. “Si ahora que lo necesitamos no está dispuesto a volver, tan culé no será”, dice un buen amigo mío al que suelo perdonarle casi todos sus exabruptos, incluido este. Quizás la última gran lección del maestro sea precisamente esa: saber irse a tiempo es casi tan importante como saber conformarse.

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