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FÚTBOL
Columna
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Mbappé y el peligro de la felicidad

En Barcelona hace tiempo que renunciamos a esa misma felicidad; quizás no sepamos cómo hacerlo o ya no podamos acostumbrarnos a ella

Mbappé, en el partido de preparación para la Eurocopa entre Francia y Luxemburgo.
Mbappé, en el partido de preparación para la Eurocopa entre Francia y Luxemburgo.Johanna Geron (REUTERS)
Rafa Cabeleira

De tanto firmar jugadores que llegaban al club perdiendo dinero se fue el Barça a la ruina, lo digo por si alguien necesita de un pequeño empujón emocional para superar la crisis mundial desatada por el fichaje de Kylian Mbappé apenas unas horas después de que el Real Madrid se proclamase, otra vez, campeón de Europa. “El Madrid ficha la bomba atómica”, escribía nuestro compañero Manuel Jabois al poco de confirmarse la noticia, un texto en el que también deslizaba que el delantero francés llega a la capital de España perdiendo mucho dinero: a eso debemos agarrarnos los no madridistas.

Es una vieja historia de amor la del deportista profesional que antepone los sueños al dinero, sobre todo cuando ya ha ganado el suficiente para echarse a dormir y ponerse a soñar. No sé si es, exactamente, el caso de Mbappé, cuyo entorno filtró a principios de año unas cantidades de mínimos muy concretas para sentarse a hablar con cualquier club interesado en un atacante de destrucción masiva: 120 millones de euros en concepto de prima de fichaje y un mínimo de 50 millones como salario, si brutos o netos ya es una cuestión casi metafísica, ahí mejor ni entrar. Tampoco debería importarnos más de la cuenta cuánto le paga o ha dejado de pagarle el Madrid al francés, ellos sabrán.

Lo único que parece demostrable es el estado de felicidad perpetua en que parece encontrarse el internacionalmadridismo de la última década. Es un hecho incontestable que se adivina al primer vistazo, tampoco se necesitan el olfato y la inteligencia de Sherlock Holmes. En Barcelona, por ejemplo, hace tiempo que renunciamos a esa misma felicidad. O a una parecida, ¿quién soy yo para andar comparando? Quizás no sepamos cómo hacerlo. O puede, simplemente, que ya no podamos acostumbrarnos a ella, a la felicidad, o a la parte proporcional que nos corresponde después de haberla manoseado hasta el infinito en los años de Guardiola, Messi, Cruyff, Unicef, los conciertos de Manel, el Viva la vida de Coldplay, las roldanas y el interminable goteo de La Masia, donde todos los que asomaban la cabeza nos parecían xaviniestas.

Y no es que renunciemos voluntariamente a ella, como también dijo Manuel Jabois en un tuit allá por el año 2012 (Jabois lo dice todo siempre antes, como Churchill, o Chesterton), sino la aceptación total y sincera de que ya no es para nosotros, de que no nos corresponde. Simplemente, no sabemos ser felices, sin más, como demostramos al agotar la paciencia de Guardiola -un santo- o despachar por fascículos a toda la familia de Messi para no tener que despacharlo directamente a él. Son apenas detalles, simples y pequeños gestos, pero de los que cuentan mucho y lo explican casi todo.

Bienaventurados los no madridistas, pues suyo será el reino de los cielos: este podría ser el resumen perfecto del momento. Las promesas casi nunca son mucho más que eso, promesas, salvo que en la ecuación introduzca uno a Florentino Pérez. Entonces todo se torna obsesión y nada hay más peligroso en la vida, o en el fútbol, que un hombre listo con una obsesión. “Son demasiado buenos y son demasiados, en general”, nos decimos a oscuras, en nuestra habitación, para convencernos de que es posible la gesta, de que se les puede derrotar. O simplemente esperar a que se devoren entre ellos, esa es ahora misma nuestra mejor baza: que la ambición colectiva se lo llevé todo por delante, como en Falcon Crest. No en vano parecen haber fichado a Lorenzo Lamas.

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