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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Máxima tensión

La responsabilidad, la inconsciencia, sentir un proyecto que se escurre de las manos son razones para llevarnos a situaciones en las que no nos reconocemos

Allegri
Allegri levanta el trofeo de la Coppa tras superar al Atalanta.ANGELO CARCONI (EFE)
Andoni Zubizarreta

No conozco a Massimiliano Allegri, entrenador de la Juventus, más que de algún pasillo de algún estadio, algún hola y adiós rápido, pero le tenía por un tipo curtido y poco dado a los espectáculos, mucho menos al striptease, por lo que me sorprendió su reacción exagerada en el descuento de la final de Copa de Italia que enfrentaba a su Juve contra el admirable Atalanta. Verle irse despojando de sus ropajes a un experimentado entrenador, después de recibir una tarjeta roja, por protestar una falta en los segundos finales de un partido que podía darle un título a una entidad necesitada, podría ser una motivación para tan exagerada protesta. Bueno, habrá quien también pueda leer que detrás de tanta efusividad descontrolada había mucho de fina, que no fría, estrategia para parar el partido, detener los segundos finales, quién sabe si influir en el árbitro.

El caso es que esa imagen de un experimentado entrenador empujado hacia el túnel de vestuarios mientras hacía ademán de quitarse su camisa se suma a aquella de Pep Guardiola tumbado en el césped del Tottenham Hotspur Stadium mientras intentaba liberar esa vértebra lumbar que le trae a mal traer mientras su equipo remaba para asomarse al título de la Premier y la tensión, y las ocasiones del Tottenham, bloqueaban la lumbar del entrenador del City y le mandaban a la horizontal para recuperar el control de su espalda; o a esa otra de Valverde reclamando de forma desaforada por una acción que le mandó castigado mirando a la pared con una tarjeta roja y un par de partidos de sanción, tantas situaciones extremas como para que uno se alegre de no haber tomado nunca el camino de los banquillos como si allá arriba en el palco no se sufriera y no sobrase la camisa más de una vez.

Qué les voy a decir sobre el intenso debate entre Guardiola y su portero Ederson cuando Pep decidía cambiarlo tras el fuerte golpe recibido en la cabeza por el portero, que se sentía en condiciones de seguir pero la prudencia demandaba que saliese del terreno. Algo me vino a la memoria, no crean que mucho, para recordarme una acción parecida en la que anduve involucrado y en la que tras recibir un fuerte golpe en la cabeza fui atendido por el mágico Ángel Mur, quien con agua, masaje y tacto me recolocó todo lo que se había movido y seguí jugando. El caso es que como Ángel Mur sabía mucho más que yo de estas cosas, se quedó detrás de la portería para preguntarme cómo iba el asunto. Yo, responsable y profesional, le decía que todo bien, un poco de dolor de cabeza pero todo controlado. De pronto, cuenta Ángel porque yo no recuerdo nada, me giré para hacerle una pregunta : “Ángel, ¿dónde estamos jugando?”. De ahí al cambio, la camilla, la ambulancia y el ingreso en un hospital de Mallorca, porque del Lluís Sitjar se trataba, no hubo más de media hora. Un tiempo en blanco en mis recuerdos.

La tensión, la responsabilidad, la inconsciencia, el pensar solo en ganar sin atender a otras cuestiones, el riesgo a medir lo que tienes que hacer y no lo que debes hacer, el sentir que un proyecto se escurre entre los dedos y que el infierno del descenso, la derrota, el abismo absoluto se abre bajo nuestras mentes, puede llevarnos a situaciones en las que no nos reconocemos, de esas en las que sentado en la tranquilidad de tu despacho siempre tienes la respuesta adecuada, la frase justa y el argumento preciso hasta que, parafraseando a Mike Tyson, llega el juego y te da un puñetazo en la cara. Y te manda a la lona.

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