Excusas, pelos y, menos mal, Gündogan
La falta de autocrítica en el Barça se va a llevar por delante un proyecto que nació con pocos mimbres y muchas esperanzas
Fue tras el primer Clásico de la temporada cuando Ilkay Gündogan se presentó ante los medios de comunicación desplazados a Montjuïc y se puso a practicar la autocrítica, como los hippies. Nos quedamos todos petrificados. Nadie sabía qué hacer, cómo gestionar aquel arranque de sinceridad con acento germánico, que siempre impone más, hasta el punto de que el socio y aficionado culé con al menos 20 años de antigüedad se quería morir. Directamente. Sin paliativos. ¿Dónde se había visto cosa semejante? Le cayeron tantos palos al centrocampista que no volvió a abrir la boca hasta ayer, de nuevo el encargado de poner a su equipo frente al espejo y frenar la tentación de denunciar un nuevo contubernio.
Ocurre que viene Gündogan de una cultura futbolística donde cada uno se responsabiliza de sus actos: el guardiolismo. El Barça también viene de ahí, o venía, hace ya mucho tiempo. Tanto que a menudo cuesta recordar todo aquello sin un punto de desconfianza, como si nadie pudiese asegurarnos al cien por cien que, efectivamente, éramos nosotros. A Gündogan no le cuente usted que el árbitro no debió expulsar a Ronald Araujo por una acción clarísima de expulsión. Y si alguien prefiere creer la palabra de un comentarista disfrazado de trencilla en televisión antes que, yo qué sé, a sus propios ojos, pues allá él y su ratio de exigencia. A Gündogan no lo van a convencer de lo imposible ni el tremendismo culé, ni los golpes enajenados en el pecho, ni la herencia del nuñismo enquistada hasta la médula. A Araujo, sí. Y a Xavi Hernández, por lo visto, también.
Escuchar al entrenador del Barça en la derrota es un castigo digno de estudio. Como caminar descalzo por las brasas o dejarse crucificar en la plaza del pueblo durante la Semana Santa. Una cuestión de fe, pues desde la razón no hay posibilidad de comprar un discurso que siempre termina culpando a los demás: al césped, al sol, al calendario, a los periodistas, al árbitro, a la OMS... Si el máximo responsable del equipo no es capaz de reconocer que con once jugadores ya le había encontrado Luis Enrique un agujero a la espalda de Pedri que parecía el pozo de Darvaza, en Turkmenistán, pues entonces tiene el Barça un problema. No Luis Enrique, ni los habitantes de Turkmenistán: el Barça. Y si tu entrenador es el primero en borrarse del partido en cuanto alguien mete la pata —por cierto, que lo de borrarse en cuanto vienen mal dadas empieza a parecer una pauta de comportamiento bastante alarmante—, pues entonces tiene el Barça otro problema. Y todos resultan ser el mismo problema.
La falta de autocrítica se va a llevar por delante un proyecto que nació con pocos mimbres y muchas esperanzas, algunas provocadas por el propio Xavi, que aunaba todo lo que la afición del Barça espera de su entrenador desde que descubriera el camino recto del cruyffismo. La idea la tiene. O la debería tener, y de carácter nunca estuvo mal servido, así que nadie mejor que él para dirigir un proyecto que arrancó ganando una Liga al segundo intento: ni tan mal. Luego llegaría todo lo demás, todo lo accesorio, todo lo negativo. Y por eso está bien que un futbolista como Gündogan salga en rueda de prensa a ponerle el cascabel al gato. Evita confusiones. Y sobre todo evita pelos, que es lo que menos querrá encontrarse el que venga, si es que al final viene alguien, con la excusa de sustituir a Xavi.
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