Bilbao entero celebra una victoria inevitable
La manera en que la ciudad, teñida de rojo y blanco, se ha entregado a la final de la Copa hacía inconcebible un desenlace distinto al de regalar a su afición el primer título en 40 años
Quizá la mejor observación de lo que se vivió este sábado en Bilbao la aportó Julia, una niña de siete años. En medio del ambientazo y los cánticos en la Plaza Nueva del Casco Viejo, a la hora del aperitivo, su padre le preguntó:
–¿Habías visto algo igual?
–Sí –respondió la niña–, en Dónde está Wally.
En realidad, era como Dónde está Wally, pero al revés. Si en los populares libros infantiles se trata de localizar entre las multitudes al personaje vestido con rayas rojas y blancas, este sábado en Bilbao el reto era encontrar, entre las hordas rojiblancas, a alguien que no luciera los colores.
Se festejó todo el día. Se sufrió por la noche y, al borde de la una de la madrugada, se ganó a los penaltis. Después de esta jornada de absoluta locura en Bilbao, no podía concebirse otro desenlace.
Había 70.000 hinchas del Athletic en Sevilla. Pero en Bilbao no faltaba ni uno. Al término del partido, en el Casco Viejo, riadas rojiblancas marchaban por cada una de las siete calles. Las mismas calles que llenaron de cánticos desde la mañana las cuadrillas y las familias. Ya de noche, la maldición de seis finales perdidas en lo que va de siglo sobrevoló por momentos la abarrotada Plaza Nueva, presidida por una de las siete pantallas gigantes que se habían instalado en distintos puntos de la ciudad. Pero el cuarto penalti, el que lanzó Berenguer ajustado al palo derecho, desató la locura. Casi llega a tocar Greif, pero en el fútbol un casi solo puede significar todo o nada, y la distancia entre el balón y la mano del portero ya es infinita. Como la alegría que en esta madrugada inunda, como una ría desbordada, las calles de Bilbao.
A Javier Valdivieso, 23 años, camiseta del Athletic y rayas rojiblancas pintadas en la cara, los nervios le impidieron ver en la pantalla gigante los penaltis que acabarían regalándole el primer gran título de su vida. Dejó a los amigos en la plaza y salió a apoyarse en una pared, en cuclillas, agarrándose la cabeza con la mirada clavada en el suelo. “Hemos sufrido, hemos sufrido demasiado”, reconocía al terminar el partido, al borde de las lágrimas. “Ha habido un momento que pensaba que podíamos perder. Pero este equipo lo puede todo. Es increíble, esta es la mejor afición del mundo. Solo mira, y escucha esto”, decía, rodeado de hinchas eufóricos que coreaban incansables los mismos cánticos que aportaron desde la mañana la banda sonora de una jornada inolvidable.
Todo en Bilbao ha sido rojo y blanco este 6 de abril que quedará para siempre marcado en la memoria de un club único en el mundo, por su filosofía cabezona de contar solo con jugadores locales en un fútbol globalizado y por su especialísima unión con un territorio. Un club deseoso de regalar un título a unas generaciones, las nacidas después de 1984, que no habían podido hasta esta noche celebrar ninguno. Ahora ya lo llevan clavado en su corazón y caminan abrazados dejando en silencio el Casco Viejo, en dirección a sus casas, algunos, o a seguir la fiesta en Pozas aquellos que no quieren dormir.
Ya al mediodía, las calles del centro de la ciudad eran una fiesta. Desde el Casco Viejo, pasando por la inevitable Pozas, hasta San Mamés. Allí, en la explanada, se guardaba cola para fotografiarse con la mítica estatua en honor a Iríbar. En el campo se habían instalado también pantallas gigantes para que vieran la final contra el Mallorca 48.000 aficionados, un detalle del club hacia la afición y, en particular, hacia aquellos socios a los que el sorteo de entradas les privó de viajar a Sevilla.
Socios como Iñigo de Salvador, de 46 años. Son seis en la cuadrilla, se rifaron sus tres entradas y no le tocó. Pero los que quedan, con sus familias, estaban aquí en San Mamés. “Nadie contempla que se pueda perder, estamos de celebración, independientemente de quién gane”, decía, a primera hora de la tarde. Le acompañaban sus hijas de seis y cinco años, que soñaban ya con la gabarra navegando la ría con los jugadores, un sueño que finalmente se cumplirá este jueves. “Mi hija mayor tiene la edad que tenía yo la última vez que salió la gabarra”, explica. “Nosotros nos hemos tenido que conformar todos estos años con unos recuerdos difusos. Pero ellas tendrán fotos y vídeos. No se les olvidará nunca”.
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