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PAISAJES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camino al Sueño

Hubo un primer momento en el que mientras hacía esa maleta para el viaje decisivo, pensaba sólo en que no se me olvidase nada de lo imprescindible; vamos, la bolsa con los guantes

Andoni Zubizarreta
Andoni Zubizarreta atrapa el balón ante la presencia de su compañero Koeman y el rival del Madrid, Hugo Sánchez en la final de la Copa de 1990.EFE
Andoni Zubizarreta

Bueno, llegó el día y hay que empezar a hacer la maleta para un viaje extraordinario. Recuerdo aquellos tiempos de vestirme de corto, cuando la semana previa a aquel partido decisivo pasaba lenta, pesada, un poco precavida porque una mínima lesión te podía sacar del encuentro más deseado, una atención desmesurada por controlar todos los detalles, por preparar todas la situaciones posibles, por analizar y saber un poco más de nuestros rivales, ese poco más que traducía en acciones, esos que solemos denominar detalles y que pueden ser determinantes. Semana lenta en la que cada noche se jugaba en mis sueños esa final de tal manera que te levantabas entre más fatigado por la tensión y más alegre si el sueño había finalizado en Copa. Siempre he creído que estos partidos decisivos se juegan tantas veces en tu cabeza que si no controlas bien esa tensión, corres el riesgo de llegar agotado al momento del pitido inicial, pues toda tu energía se ha ido por el desagüe de lo imaginado y el depósito se queda vacío para cuando llega el momento de la realidad.

Qué envidia me daban en aquellos tiempos esos compañeros que eran capaces de reírse en los entrenamientos, que hacían bromas antes de aquel evento que para mí exigía cada gota de mi concentración, mientras ellos desparramaban confianza, desparpajo y hasta cierta desconsideración como si aquello no les afectase para nada, como si ellos estuvieran por encima de cualquier mal o dificultad. Luego, con el tiempo, aprendí que esa era su manera de gestionar la tensión y las expectativas, y que ellos también temblaban un poco cuando apagaban la luz antes de dormir y se preparaban para enfrentarse a sus demonios.

Hubo un primer momento en el que mientras hacía esa maleta para el viaje decisivo, pensaba sólo en que no se me olvidase nada de lo imprescindible; vamos, la bolsa con los guantes, porque neceser, chándal o pijama eran fácilmente reemplazables, y entonces no había ni móviles ni tabletas ni cargadores; solo un libro de título positivo y no sabría decirles el número exacto de revisiones. Pero aquella bolsa de guantes se abría y cerraba cada cinco minutos para confirmar que allí dentro había cuatro pares de guantes y un par de amuletos que un día, ya olvidado, se colaron dentro y que fueron saltando de bolsa en bolsa, de temporada en temporada, de club en club hasta el fin del fin.

Se diría que toda la responsabilidad de mantener el cero en la portería en aquellos partidos decisivos estaba concentrada en aquellos pequeños objetos, en aquellos colores de los guantes, en aquellos pliegues de las medias. Todo con tal de mantener a tu equipo dentro de la final, dentro del objetivo.

Luego, un día en que empezaba a peinar alguna cana, comencé a pensar en que un portero en otra ciudad, tal vez otro país, estaría en el mismo proceso. Solía entretenerme en reflexionar si tendría ritos similares, hábitos parecidos, o si pertenecería a la tribu de los ligeros y sobrellevaba aquellos momentos de forma más liviana, más ligera, mas disfrutona.

En algunas de estas cosas pienso mientras voy completando mi maleta y me entra la duda de si tendría que llevar la gorra de las semifinales contra el Atlético, aunque los 25 grados de Sevilla y el Gore-Tex de la gorra parecen desaconsejar su desplazamiento.

En algo de eso divago cuando me acuerdo de mis amigos mallorquines que estarán en el mismo proceso, en la misma ilusión, las mismas dudas y el mismo derecho a soñar.

En algo de eso reflexiono cuando recojo mentalmente toda esa energía positiva desplegada estos días en Bilbao, todo ese orgullo de pertenencia, toda esa singularidad convertida en relato que une generaciones; toda esa masa madre que constituye el pan de cada día del Athletic para embolsarla en el fondo de mi maleta y así poder tenerla delante en el desayuno del domingo, pase lo que pase en el césped, pase lo que pase con la Copa, para que el regreso sea también singular, también colectivo, también relato, también Athletic.

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