De penalti
Tendremos a tres equipos españoles en el bombo de la Champions, cuando la temporada pasada ya augurábamos que la invasión de ingleses sería imparable y que Italia era el nuevo fútbol
Cuando Jan Oblak puso su pie derecho un poco delante de la línea, dejó el izquierdo detrás de ella para que nadie pudiera dudar de la validez de su acción. Se fue a buscar lleno de fe y de calidad el tiro de penalti de Klaassen. Lo hacía con la convicción de quien ya había detenido el anterior, lanzado por Alexis Sánchez. Y de quien está convencido de que aquella pelota va a llevar esa trayectoria. Y también de que si el lanzador ha cometido el error de ahorrarse un palmo para asegurar el disparo, ese tiro acabaría encontrando sus guantes, terminaría con la pelota fuera de su portería.
Ese enorme Oblak de quien se decía que no era muy ducho en el arte de parar penaltis: bienvenido al club. No solamente llegó con uno de sus brazos, sino que en una parada enorme, elegante y poderosa consiguió desviar el balón con sus dos guantes. Logró que la pelota acabase fuera y que la luz volviera a hacerse rojiblanca. El penalti y sus misterios, esos que, tras muchos años de dejar al mejor tirador para el último disparo —ya se sabe, el de mayor presión, el más exigente—, actualmente haya cambiado la tendencia y sean los primeros en tirar para asegurar que la tanda comienza bien, que las energías son positivas, que el viento sopla a favor.
La Federación Francesa de Fútbol ha iniciado un estudio sobre el asunto de los penaltis, ya que esta suerte les ha sido esquiva en las últimas tandas disputadas, tanto en el Mundial masculino como en el femenino, buscando las claves para que la próxima vez la tanda sea exitosa. También el trabajo a realizar con los porteros para obtener mejores ratios de efectividad. Hay que recordar que, en estas tandas, vale tanto que el portero pare como que el lanzador envíe la pelota fuera de la portería. Vamos, como ayer en el Metropolitano, donde si las paradas y los penaltis colchoneros transformados fueron fuente de alegría, no lo fue menos ese disparo a la grada de Lautaro Martínez, otro especialista, que cerraba la tanda para darle el triunfo al Atlético y su pase a cuartos de final.
Claro que antes, la improbabilidad del futbol había hecho que fallaran —bueno, que parara Oblak— dos expertos lanzadores como Alexis Sánchez y Klaassen a los que Simone Inzaghi, entrenador del Inter, había introducido en la prórroga. Tal vez lo hizo pensando que especialista y descansado era una fórmula infalible para un penalti marcado. Y la realidad, el momento, la magia del Metropolitano o la calidad de Oblak, los sacaron de la ecuación y los redujeron a cero absoluto.
El caso es que, este viernes, tendremos a tres equipos españoles en el bombo, cuando la temporada pasada ya augurábamos que la invasión de ingleses sería imparable y que Italia era el nuevo fútbol. Tendremos a cuatro entrenadores de sello Barça con sus distintas y particulares evoluciones y sistemas. También tendremos ocho equipos entre los que se hace difícil elegir favorito, porque se diría que todos pueden eliminar a todos, pero en lo que el City, defensor del título y, por tanto, alguien que ya ha aprendido a ganar, y el gen Copa de Europa del Real Madrid, parece que les da unas milésimas de ventaja. Esas que luego el balón se encarga de desmentir… o confirmar. Tal vez la oportunidad histórica del Arsenal que lidera la Premier League, pero que vuelve tras 11 años a los cuartos de Champions.
O, tal vez, se diría los cuartos de los equipos en crisis con Bayern Múnich, FC Barcelona, Borussia Dortmund y Atlético de Madrid, metidos en muchos problemas y dudas en la competición local, pero buscando la luz en Europa. Y ese PSG, que siempre parece en convulsión, pero contra el que nadie querrá jugarse el pase a semifinales. Ah, por cierto, en los pasados octavos volvieron los penaltis para decidir el ganador después de estar ausentes desde aquella final entre Real Madrid y Atlético. El Arsenal ganó tirando, transformando, el primer penalti. El Atlético lanzando, convirtiendo, el segundo. Solo un dato.
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