Xavi, Pep y los topillos de la pradera
El Barcelona quizá necesite más tiempo para superar rupturas pasadas y zafarse de la alargada sombra de Guardiola
EL PAÍS difundió recientemente un interesantísimo estudio científico sobre “un modelo animal para la investigación neuroendocrina del comportamiento sobre los vínculos de pareja”, que preferimos titular “la lección amorosa del topillo de las praderas”. Entre llamativos datos –por ejemplo, que “solo el 3% de los mamíferos son monógamos”–, el texto explicaba cómo los Microtus ochrogaster podían enseñarnos a superar una ruptura. Pensé inmediatamente en Xavi y el Barça.
Tras comprobar, en los años setenta, que estos roedores caían en las trampas siempre de dos en dos, la comunidad científica empezó a investigar. Resultó que estos animalillos de brevísima esperanza de vida –apenas dos años, un poco menos de lo que ha durado Xavi al frente del Barça– mantienen relaciones exclusivas hasta que mueren y donde va uno, va el otro. Descubrieron, además, que las parejas de topillos se repartían los cuidados de sus crías. Decidieron entonces, como en La isla de las Tentaciones, ponerlos a prueba.
En su afán por averiguar qué mecanismo inducía aquella extraña conducta monógama –imaginen que pudieran comercializarse unas inyecciones de fidelidad–, los científicos sometieron a los topillos a un experimento que consistía en aislarlos durante cuatro semanas –para su corta vida, una eternidad–, y colocarlos en una jaula con dos puertas: al abrir una, aparecía su pareja –lo viejo conocido– y al abrir la otra, un ejemplar nuevo –la tentación–. Cuando se encontraban con su topillo de siempre, liberaban más dopamina y se acurrucaban junto a él, pero a medida que se repetía la operación con el paso del tiempo, el efecto decaía: sufrían menos, estaban preparados para superar la ruptura y explorar otras opciones.
Xavi pasará unos meses en la jaula, hasta que el 30 de junio, un año antes de lo previsto, concluya su relación con el Barça. El entrenador todavía no se ha ido, pero ya contempla el reencuentro, la segunda oportunidad: “No descarto volver. Soy un hombre de club”. La topilla no lo tiene tan claro: “Si no fuese Xavi, ya lo hubiese destituido”, declaró Joan Laporta refiriéndose a la dimisión en diferido, cuando la confesión ya era gratis.
No lo tenía nada fácil. Realizó el curso de entrenadores en abril de 2018 –aprovecho para agradecerle desde aquí la ayuda que me prestó ese día para hacer el reportaje–. Después de una breve experiencia como técnico en Qatar, ayudó a pagar, de su bolsillo, la cláusula de rescisión del emirato para cumplir el sueño de dirigir al Barça, en una situación económica crítica. Con todo, hace apenas ocho meses, ganó La Liga tras una temporada de 1-0 y 0-1 en la que la estrella, como explicaba Juan I. Irigoyen, había sido el portero, Ter Stegen, no Lewandowski. Era inevitable recordar a Xavi cuando, siendo aún futbolista de campo, criticaba el juego del Madrid: “No les importa si son superiores, si dominan o son dominados. Su filosofía es ganar”.
La idea del amor para toda la vida es tan bonita como la de que una leyenda del club termine dirigiéndolo con éxito. Pero no siempre sale bien. Se estrelló Maradona con la selección Argentina; Hugo Sánchez en México o Koeman en el propio Barça. Curiosamente, el mejor ejemplo de estrella del fútbol que brilla más como Míster pertenece a Barcelona: Guardiola. Su alargada sombra persiguió a Xavi desde el minuto uno. “No tenemos al Barça de 2010″, repitió, refiriéndose al equipo que entonces dirigía el hoy técnico del City y en el que el de Terrassa, como recordaba Rafa Cabeleira, construía sobre el campo “tres naves nuevas para la Sagrada Familia si le arrojabas un saco de cemento”. Es Guardiola quien está detrás de la puerta de la topilla de siempre. A Xavi le quedan 14 largas jornadas de Liga en la jaula. El Barça probablemente necesite más tiempo para encontrar al sustituto de su gran amor: Pep.
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