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DE ÁREA A ÁREA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El enfado de Osasuna con el VAR

El vídeoarbitraje vino para quedarse, pero no ha terminado con las polémicas. Al revés: aumenta la frustración del que se siente agraviado

Ante Budimir conduce el balón frente a Ilkay Gundogan.
Ante Budimir conduce el balón frente a Ilkay Gundogan.Anadolu/ Getty Images

Osasuna regresó enfadado de Riad. Para ellos el primer gol del Barça, decisivo, pues el otro llegó ya en el descuento y cuando los navarros buscaban de forma desbocada el empate, vino precedido de una falta de Christensen a Arnaiz: entrada por detrás en la que le arrolla y le golpea con la rodilla en el glúteo; la jugada continúa y enseguida llega el gol, sin que el balón haya retrocedido desde que lo adelantó el danés ni haya sido tocado por algún osasunista, requisitos para que se considere acción continuada y el protocolo del VAR permita examinar el caso.

¿Hubo falta? Según se mire. Hubo faltita, en todo caso. Un árbitro minucioso la podría haber pitado, uno más consentidor, a la inglesa, como fue Alberola en la víspera, no. El problema fue que Muñiz pitó otras faltas tan menudas como esta, pero la de Christensen la dejó ir y esa omisión resultó decisiva para el partido. Pero no era a eso a lo que quería ir, sino a la abstención del VAR, que es contra lo que clama Osasuna. ¿Por qué no entró? Esa es la queja. ¿Por qué habría de entrar? Esa es la respuesta.

Esa distancia entre intervenir o no intervenir, demasiado borrosa, es el barranco por el que se despeña el VAR. Se establece el principio de sólo entrar en caso de “error claro y manifiesto” del árbitro, que puede no haber visto algo muy evidente, como que el gol lo haya metido Maradona (o Henry) con la mano, o que tal falta ha sido dentro del área y no fuera. Cosas muy claras.

¿Pero qué es muy claro? Según para quién. Para cualquiera de Osasuna la falta es clara, para cualquiera del Barça lo claro es que no hubo falta, para los neutrales fue una jugada fronteriza que en ningún caso albergaría “error claro y manifiesto”, así que nos quedamos con lo que dijera el árbitro.

Antes que esa hubo otra jugada que pudo tener su importancia: un derribo de Catena a Raphinha cuando enfilaba a portería perseguido por Moi Gómez. ¿Debió ser roja? ¿Era ocasión clara y manifiesta? En cuanto cayó, claro, Moi le adelantó creando la impresión de que Raphinha no se iba tan solo a portería, sino con un defensa con posibilidad de intervenir. Para los barcelonistas, era una ocasión clara y manifiesta y el infractor debería haber sido expulsado, no sólo amonestado. Tan claro y manifiesto como resultaba para los osasunistas que no hubo error arbitral ni claro ni manifiesto. ¿Y los neutrales qué vieron? Pues otra jugada fronteriza, y que ya que el árbitro mostró amarilla pues con eso nos quedamos.

Ese es el fleco suelto del VAR, fleco imposible de atrapar. No hay dónde poner la línea, de modo que no resuelve tanto como irritación provoca cuando no interviene o no decide según cada cual lo ve en este mundo traidor donde nada es verdad ni es mentira porque todo es del color del cristal con que se mira.

Hemos tenido unas jornadas de Copa sin VAR, gracias a que muchos partidos se disputaron en campos sin condiciones para instalarlo. Partidos interesantes, sin los enojosos parones del VAR. Los goles eran goles porque los concedía el árbitro, se podían gritar a pulmón abierto, sin miedo a que se evaporaran luego.

Sé que el VAR vino para quedarse. Mueve dinero en archiperres y da actividad a los árbitros y operadores de sala. Pero no ha acabado con las polémicas, como se pretendía. Al revés: aumenta la frustración del que se siente agraviado, refuerza ese tipo de malicias como que la Supercopa está pensada para que su final sea un Clásico.

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