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el juego infinito
Columna
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Maradona, Bellingham y la dimensión mundial del fútbol

La FIFA tomó una decisión política inteligente repartiendo en tres continentes el campeonato de 2030 en su legítimo afán de que el balompié abrace al mundo

Napoles futbol
Dos niños, con las camisetas de Maradona y Messi, juegan en el barrio Napolitano de Forcella.Paolo Manzo
Jorge Valdano

Aún no lo saben. Hay jugadores capaces de expresar a un pueblo. Diego no necesitó del misterio: desde la condición de genio hasta su atroz final, lo sabemos todo de él. Por sus fortalezas fue admirado, por sus debilidades fue amado. Más de treinta años después de sus gestas y a poco menos de tres desde su muerte, Nápoles lo sigue idolatrando con fervor religioso: la gente se persigna cuando lo nombra. Idolatrado en los murales que adornan la ciudad, comercializado en los negocios que explotan su figura, invocado por las multitudes en el estadio. Las emociones tienen mucha memoria. Los que lo vieron jugar aún no se lo pueden creer y los que no habían nacido repiten el relato que escucharon tantas veces. Cómo extrañarnos de aquel grafiti que alguien escribió en el cementerio de la ciudad cuando Diego los hizo campeones: “No sabéis lo que os habéis perdido”.

El vagacampista. En el Diego Armando Maradona, Bellingham maradoneó durante 45 maravillosos minutos. A partido grande, jugador grande. Fue hermoso ver pasear ese talento con su desparpajo veinteañero y la suficiencia dominante implícita hasta en sus gestos. Estamos ante uno de esos jugadores de un nivel superior que no necesitaría entrenador, porque su inteligencia sabe responder a todos los problemas de un modo espontáneo. Como es poderoso, puede permitirse jugar en un campo de acción amplísimo; como es técnicamente bueno, es difícil verle perder algún balón; como es sacrificado, también resulta importante para ocupar un espacio cuando toca defender; como sabe los secretos del juego, es en las inmediaciones del área cuando se le ocurren cosas sorprendentes. Saber qué pide el juego en cada zona del campo y en cada momento del partido, es lo que distingue a los cracs. Al Madrid llegó uno que junta eficacia y belleza.

Sé lo que me digo. Mientras Bellingham maradoneaba, el comisario Villarejo Villarejeaba. En un medio de comunicación, como si se tratara de un referente de algo decente, y tan suelto de cuerpo como siempre, acusó a Florentino Pérez de haber “amañado partidos antes de que lo hiciera el Barcelona”. Florentino no demoró ni cinco minutos en llevar las declaraciones ante un juzgado, lo que tiene cierta desproporción: es como si Jesucristo llevara a juicio a los ladrones. El “desprestigia que algo queda” ya se convirtió en un deporte más en el que las redes sociales hacen un aporte diario. Trabajé en el Real Madrid bajo la presidencia de Florentino en distintas responsabilidades durante seis años. En un club como el Madrid, siempre exagerado por la fuerza de la pasión, es fácil entender que me tocara lidiar con episodios buenos, regulares y malos. Pero en cuestiones arbitrales pongo las dos manos en el fuego por Florentino Pérez.

El próximo en Marte. Hemos pasado de jugar un Mundial de fútbol (2022) en una ciudad, Doha, a disputarlo (2026) en una dimensión continental: EEUU, México y Canadá. Puestos a abarcar, el de 2030 se jugará en tres continentes: Sudamérica (Uruguay, Argentina y Paraguay albergarán un partido), Europa (España y Portugal recibirán el grueso de la competición) y Marruecos. Sudamérica representará la parte histórica, con el estadio Centenario abriendo sus puertas cien años después. Un guiño romántico porque el sentimiento no da para más. Europa le dará al campeonato brillo organizativo y posibilidades comerciales, que es el quid de la cuestión. Y África sirvió para que Arabia Saudí perdiera votos y servirá para darle al campeonato lustre popular. El gesto, el dinero y la universalidad. Una decisión política inteligente que alarga la mirada de la FIFA en su legítimo afán de que el fútbol abrace al mundo. En definitiva, lo de siempre, pero con vaselina.

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