Así empezó la fiesta de la Eurocopa: la fuga del trofeo en un baúl, el altavoz de Morata y las cervezas gigantes en el vestuario
La selección comenzó a celebrar en el estadio Olímpico, de nuevo con ‘Potra salvaje’, antes de seguir este lunes en Madrid con la afición
Henri Delaunay, nombre con el que se conoce el trofeo de la Eurocopa en honor al primer secretario general de la UEFA, partió hacia el Checkpoint Charlie de Berlín a la 1.22 de la madrugada oculto en un baúl metálico con ruedas del que tiraba el jefe de material de la selección española. La copa rodó así por la rampa de la zona mixta repleta de periodistas y desapareció en el interior del autobús de España, donde alguien ya había añadido el cartel de “Champions” en la luna delantera. Atrás quedaba otra réplica del trofeo que habían utilizado para las fotografías de los campeones.
Tres minutos más tarde, a lo lejos, empezó a oírse el “Que viva España…” acercándose a la zona de aparcamiento. La música la traía el capitán, Álvaro Morata, en un inmenso altavoz con la bandera. “Que España es la mejor”. Y ya, cuando había dejado atrás a la prensa y se acercaba al autobús: “Con la garganta llena de arena / Y con el odio, el orgullo y la pena / Así no puedo sentirme libre como el halcón”. Otra vez, también en la victoria, Potra salvaje, de Isabel Aaiún. Al llegar, abrió el cofre y sacó el trofeo Henri Delaunay, que parece español, aunque se lo lleven oculto en un baúl. Desde que lo rediseñó un taller de Londres para el torneo de 2008, se han disputado cinco ediciones de la Euro y tres las ha ganado la Roja (2008, 2012 y 2024).
Para entonces, ya había pasado casi una hora desde que un empleado de la UEFA se había acercado a anunciar: “El equipo de Inglaterra se ha ido”. La marcha había resultado dolorosa. El primero en salir fue Harry Kane. Si hubiera girado el cuello hacia la derecha antes de enfilar el último breve repecho hacia su autobús, al fondo, por una bocana, habría podido ver a los futbolistas españoles celebrando todavía sobre el césped con sus familias. El capitán, que no ha podido levantar un título en toda su carrera, y que acaba de perder su segunda final de Eurocopa seguida, aún tuvo que esperar 40 minutos hasta que Gareth Southgate cerró el penoso desfile y desaparecieron todos del estadio Olímpico.
Todavía pasó otra media hora hasta que comenzaron a asomar los españoles. Dejaban atrás un vestuario azul en el que, al terminar la final, alguien había encontrado tiempo para colocar en la parte superior de las paredes los carteles de “European Champions”, entre el logo de la Eurocopa y la bandera española. Sobre la mesa central quedaban restos del principio del festejo: botellas de la cerveza oficial de la selección y botellones de la marca del torneo, del tamaño de las de champán, además de varias copas gigantes a medio vaciar. Quedaban también manzanas, plátanos y uvas de las cestas prescritas por la nutricionista, Toscana Viar. Y restos de pan y bolsas de hielo, botellines de agua, latas de Coca-Cola, toallas azules, un calcetín blanco viudo y unas cuantas etiquetas de las camisetas celebratorias con la leyenda “Reyes de Europa” y el 4, el número de Eurocopas de España, más que nadie, después de superar contra Inglaterra las tres de Alemania.
David Raya enfiló el camino al autobús recordando la promesa de algún compañero: “¡El pelo, el pelo!”, gritaba detrás de Fabián Ruiz y Ferran Torres, que se llevaban una pelota de recuerdo. Fermín salió con una bandera de Andalucía a los hombros y Cucurella, el tipo con el que los alemanes pagaron su frustración con dos noches de pitos hasta que dio la asistencia del título, se despidió chocando a su paso las manos de los voluntarios.
A las dos menos diez, cuando había llegado al autobús hasta Dani Carvajal, que tuvo que pasar el control antidopaje, Álvaro Morata se declaró cansado de esperar. Ya habían puesto música. Ya habían tocado el claxon. El capitán bajó la escalerilla, se plantó en el aparcamiento de los bajos del estadio, abrió los brazos y se quejó: “¿Dónde está el míster?”. El míster apareció unos segundos después hablando por teléfono, acompañado por Juanjo González, el técnico auxiliar, con los que se dio por completado el embarque para el trayecto al hotel Grand Hyatt.
Allí los esperaban sus familiares. “¿Cuánto tardan en ducharse?”, preguntaba la madre de Cucurella. Menos impacientes, pero igual de cansados, estaban los padres de Dani Olmo, goleador del torneo. “Lo esperamos a Dani para darle un abrazo y nos vamos a nuestro hotel. No nos quedamos en la fiesta”, decían, mientras todavía en el Estadio Olímpico, un par de operarios todavía retiraban los rastros del campeón de un vestuario en el que aún quedaban botellas de medio litro de cerveza alemana en la nevera. El estadio consumía la noche en un trajín despreocupado de retirada de cables y otras instalaciones, mientras muchos empleados y periodistas se fotografiaban sobre el césped regado de confeti de oro y plata.
La fiesta, en una sala privada del hotel Grand Hyatt, a apenas tres minutos del checkpoint Charlie, el lugar sobre el que aún se ve el célebre cartel que avisaba antes de cruzar al otro lado del Muro —”Está abandonando el sector americano”—, esperaba por los campeones de Europa. El primero en aparecer por la recepción del hotel a las 2:13 fue Luis de la Fuente. Entonces, por los altavoces del hotel había dejado de sonar la música house para dar lugar Puede ser tu gran noche de Raphael. Tras el técnico apareció Ferran Torres, con la pelota de la Euro en la mano. Lo seguía Rodri, medio cojo, con el MVP, mientras Lamine y Nico bailaban y saltaban. Unai Simón parecía serio hasta que vio a su familia. Y Le Normand se paraba con todos los huéspedes del hotel que le pedían una foto. El último en aparecer fue Morata, que llevaba la copa en la mano.
Después, la Henri Delaunay volvió al baúl metálico. La espera Madrid, tiene cita este en Madrid para el festejo con los aficionados.
Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.