Nuevos cracks, viejo fútbol
Después de perderse en pases laterales, a España le han bastado Nico y Lamine, dos adolescentes rápidos, hábiles y atrevidos para faltarle el respeto al atildado fútbol europeo
No esperábamos tanto y, sin embargo, España lo merece todo. En el recuento inicial, nos salía un grupo con un nivel notable y solo un indiscutible sobresaliente, Rodri. No parecía suficiente frente a la experiencia de Croacia, el oficio de Italia, la confianza de Alemania o la personalidad de Francia. Todas fueron rindiéndose ante España, armada con el más sencillo de los argumentos: juega bien. Mucho mejor que todos. Alrededor de ese genio de la razón pura que es Rodri, varios jugadores alargaron el paso hasta el sobresaliente. La inteligencia y el aplomo del mejor mediocentro del mundo sirven de barrera a la seguridad defensiva y de eje para que Olmo y Fabián disparen su confianza y su talento. Si España gana y a Rodri no le dan el Balón de Oro voy a pensar que el fútbol, además de confundido, está ciego.
Pero jugar bien implica a las porterías. Eso parece haber aprendido España después de exagerar el “tiqui taca” perdiéndose en la multiplicación de pases laterales. La solución al problema, como siempre, tiene que ver con el perfil de los jugadores antes que con la omnipresente táctica. Bastaron dos adolescentes rápidos, hábiles y atrevidos para cambiarle el ritmo a todo el equipo y faltarle el respeto al atildado fútbol europeo. Nico y Lamine nos están poniendo ante el auténtico fútbol, el viejo, ese con el que no hay metodología que pueda. Especialmente llamativo es el caso de Lamine Yamal, un chico que todavía no salió del cascarón y, desde su colosal instinto, nos está contando la verdad del fútbol. Si es para confundirlo, no le enseñen nada más, por favor. Déjenlo ser. Viendo la viral foto me dan ganas de pedirle a Messi que bañe a mis nietos para que, al menos, le peguen con efecto al segundo palo.
Espera Inglaterra y su colección de talentos confundidos, que llegaron hasta aquí a tropezones, como si no creyeran en lo que hacen, como si el equipo le restara posibilidades a cada una de sus grandes individualidades. La táctica está siendo tan glorificada que solo hablamos de sus logros. De los desastres que provoca no decimos nada. Solo me queda desear que el fútbol, por una vez, deje de desconcertar al personal premiando al mejor.
En la otra punta del mundo, no son los jóvenes sino los viejos los que están marcando la Copa América. Por un lado, Messi, que sigue exprimiendo su sabiduría. Messi es otro eje, futbolístico, claro, pero también moral, con la legitimidad de su genial veteranía y del último Mundial ganado. Camina la cancha descubriendo espacios a los que corren sus compañeros. Así, la pelota le viaja a Argentina cada vez a más velocidad. Todo esto dentro de un fútbol militarizado en el que los árbitros parecen estar de adorno. No hay manera de ver tres minutos seguidos de fútbol. En la final, tendrá enfrente a Colombia con un James que parece haber rejuvenecido 10 años, cuando la frescura de su fútbol claro como el agua lo trajo al Madrid. Hasta aquí es el mejor jugador de la Copa América acariciando la pelota para ponerle veneno a sus pases. En San Pablo le cuesta ser titular. Al parecer, al entrenador no le cabe en el equipo el mejor jugador del continente. ¿A que parece raro?
Bien visto, estos jóvenes españoles y estos viejos sudamericanos están dando lecciones que contradicen la tendencia de este fútbol cada día más algorítmico que no sorprende a los rivales y, mucho menos, a los aficionados. Si en las dos finales los mejores jugadores tienen más protagonismo que los peores, además de emocionarnos, nos vamos a divertir.
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