Lamine Yamal parece normal, pero no lo es
El delantero de España, tan inteligente como precoz, supera una infancia difícil abrazado al fútbol
Lleva unos mechoncitos rubios y usa brackets. Es normal, tiene 16 años. Acaba de terminar la ESO y hace extraescolares de inglés. Es normal, tiene 16 años. Le gusta el reguetón, el trap y usa ropa oversize. Es normal, tiene 16 años.
Pero es el sostén económico de su familia y toma decisiones financieras millonarias. No es normal, tiene 16 años. Tiene chófer y viaja en primera clase. No es normal, tiene 16 años. Lionel Messi asegura que le gustaría conocerle, después de haberlo ungido de manera anónima; le roba el protagonismo en la Euro a Kylian Mbappé, flamante galáctico del Real Madrid. Y no es normal, tiene 16 años.
Se llama Lamine Yamal y acaba de catapultar a España a la final de la Eurocopa en Alemania. Parece normal, pero no lo es.
Hace unos meses, según explican fuentes de la marca deportiva Adidas, la empresa alemana pidió una cita con Lamine Yamal. Los agentes tenían una carta guardada: el vídeo de presentación para convencerlo del fichaje lo cerraba Leo Messi. “Me gustaría que formaras parte de nuestra familia”. Nike buscó contratacar y utilizó para su spot a Mbappé. Ya era tarde, el futuro ya era presente en el fútbol moderno y el francés no era héroe sino rival para Yamal. “Lamine veía a Messi como a su ídolo, y a Mbappé como a un jugador de su generación”, rematan las mismas fuentes.
“Hay que entender la cabeza de estos chicos. Esas cabezas son únicas, especiales”, explica Jordi Roura, exdirector de la cantera del Barcelona, responsable del fichaje de Lamine Yamal; “para llegar a ser esa clase de jugadores, para aguantar la presión que aguantan, deben tener una autoestima distinta. Carácter, valentía, atrevimiento, llámelo como quiera”. En definitiva, para convertirse en el mejor, primero hay que creerse el mejor. “Lo veo ahora en el campo con los profesionales y tengo la misma sensación de cuando lo veía en el equipo del pueblo: es un chico al que le gusta divertirse. No cambia. Ni va a cambiar”, asegura Mounir Nasraoui, el padre del 19, en una charla con EL PAÍS.
Mounir Nasraoui es de Marruecos. Él y su familia andaban a la búsqueda de la idealizada prosperidad cuando se mudaron a Barcelona. Allí conoció a Sheila Ebana, natural de Guinea Ecuatorial. Ella tenía 16 años cuando nació Lamine; él, 21. “Hice todo lo posible para sacar a mi hijo y a mi mujer adelante”, suele recordar Mounir. Cerca de la familia de Mounir, en el barrio de Rocafonda (Mataró, Barcelona), que cuenta con un porcentaje de población de extranjeros del 32,8%, según Capgrós, medio de comunicación del Maresme, Lamine saltaba de la casa de sus padres a la de sus abuelos, como de la plaza Joan XXIII a la pista de cemento a orillas del club Rocafonda. Siempre con la pelota, aliada eterna de los niños que necesitan burlar la dura infancia de los barrios invisibles. “Tiene el fútbol de la calle: regateador, sin miedo, acostumbrado a jugar con gente más grande”, explica Roura.
Mounir cambiaba de empleos, algunos más irregulares que otros, hasta que su relación con Sheila se rompió. Ella decidió mudarse a Granollers, consiguió trabajo en un McDonald’s y rehízo su vida. Hoy tiene otra pareja y Lamine un hermano. Para Lamine la distancia entre los padres se tradujo en una vorágine, a veces, difícil de procesar, como también lo eran sus compañías para los responsables de la cantera del Barcelona.
Había aterrizado en la cantera azulgrana a los 7 años. “Mucha gente me pregunta: ‘Ya hacía estás cosas Lamine cuando era pequeño?”, cuenta Jordi Roura, captador de Lamine. “Era medio desgarbado, caminaba medio raro, pero de repente hacía un control impresionante. Chutaba de una manera especial, fintaba como nadie. Era diferente”, insiste. Por entonces, Lamine vivía entre Granollers y Mataró. A los entrenamientos lo llevaba Mounir. “Cuando otros padres llegaban en coche una hora antes del partido, yo me tenía que levantar tres, cuatro y, a veces, hasta cinco horas antes para llevar a mi niño. Y ahí nos íbamos los dos, siempre en tren. A veces él se dormía, otras jugaba y estaban los días en los que me tocaba los cojones. Cosas de niños. Pero él siempre ha sido muy bueno”, recuerda Mounir.
El Barcelona, por entonces, le entregaba una beca de estudios a Lamine. El dinero lo administraban sus padres. Sin embargo, esa administración, por momentos, era más un problema que una solución. La entidad azulgrana, entonces, decidió abrazar el futuro de Lamine. “Había que protegerlo de todo”, explicaba, en su momento, una fuente del fútbol base azulgrana. Lamine, con 13 años, se mudó a la Masia. “Era una forma de controlar sus estudios, su alimentación, sus horas de descanso”, explica Jordi Roura. Pero Lamine no olvida su barrio. Y lo ha demostrado en algunas de las celebraciones de sus 10 goles (siete con el Barça y tres con España): con sus dedos hace el 304, los últimos números del código postal de Rocafonda.
La Masia resultó un escudo contra las malas compañías y una lanza para su madurez. Lamine, con 13 años, ya tomaba decisiones. Ninguna tan importante como cuando tuvo que decidir el control financiero de su carrera. Asesorado por el grupo de trabajo de Jorge Mendes, Lamine Yamal se deja asesorar en marketing, finanzas, comunicación y salud deportiva por el grupo Mendes, una especie de barrera a su familia. Mantiene, en cualquier caso, a sus dos amigos de siempre. Como no sabe (ni puede) conducir, su primo hermano Mohamed le hace de chófer. También está Sohaid, con menos tareas oficiales, igual de cercano. Sus padres prefieren que Lamine conserve sus viejas relaciones, esas que pueden hacerse amigas del dinero, pero no tanto de la fama: están a su lado desde que no era nadie.
“Es increíble la facilidad que tuvo para adaptarse al vestuario del primer equipo”, explica una fuente del primer equipo azulgrana; “es extrovertido, pero no da la nota. Es listo, porque viene de la calle, pero es muy inteligente. Siempre está preguntado cosas”. Brillantes en el campo, a veces poco hábiles en la comunicación, a menudo cuesta calibrar las habilidades de los deportistas. “¿Un ejemplo de por qué es muy inteligente?”, se pregunta una fuente de La Masia; “las clases de inglés. La profesora siempre nos dice que capta todo más rápido que los demás”. De hecho, Lamine ya se ha animado a escuchar preguntas en inglés. Todavía, sin embargo, no se anima a responder.
Solvente en los estudios —finalizó la ESO durante la Eurocopa—, Lamine brilla en el campo. Cautivó a Xavi Hernández —“aparecen muy pocos jugadores con estas condiciones”—, también a Luis de la Fuente —”tiene ese talento especial de un elegido”.— Sus compañeros se rinden a Lamine, lo hacen los del Barcelona y los de la selección española. Sin embargo, no quieren que el ruido de una fama explosiva detone en su cabeza. Carvajal, por ejemplo, ante Alemania, le pidió a De la Fuente que lo cambiara para calibrar mejor las ayudas defensivas. Lamine tomó nota, ante Francia fue el partido que más balones recuperó, cuatro. “Es importante estar tranquilos con Lamine, no crear un monstruo”, remata un compañero del Barcelona.
“Intento no pensar en ser un icono, no me ayuda en nada en el campo”, contesta Lamine. Siempre cerca de su madre —se mudó a Sant Joan Despí para estar cerca de La Masia—, Yamal no olvida los consejos de su padre. “Somos una familia humilde. Hemos pasado por muchas cosas. Yo le he hablado muchas veces de otros futbolistas con talento que han desperdiciado sus carreras”, comenta su padre.
Y Lamine escucha, también habla. Por ahora, mejor que nadie en esta Eurocopa en el campo. Con las mismas botas que Messi, eliminó a Mbappé y borró el récord de precocidad de Pelé. Maduro, pero callejero. Académico, pero pillo. Inteligente, pero agrandado. Lamine Yamal, futbolista. Parece normal, pero no lo es.
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