La Suiza de Xhaka termina con la agonía de Italia
Los helvéticos, más organizados y con más categoría, pasan a cuartos a costa del desconcertante equipo de Spalletti, que sentó a Jorginho
Italia regresó este sábado al estadio Olímpico de Berlín, lugar venerado por su hinchada desde que allí celebró su cuarta Copa del Mundo en 2006, alentada por las trovas de Buffon, el legendario portero, ahora miembro del equipo técnico nacional. No encontró gloria sino ruina. Suiza le mostró el espejo. Ahí se patentaron los ensueños de Spalletti y la pobreza de la plantilla de una selección que vivió la Eurocopa como una agonía. Suiza merece de sobra estar en cuartos.
“¡Tenemos que dar una oportunidad a los jóvenes!”, dijo Luciano Spalletti el viernes, en un discurso vibrante que parecía inspirado por una visión profética. El seleccionador de Italia lo plasmó en una decisión capital cuando dejó a Jorginho en el banquillo y puso de mediocentro a Nicolò Fagioli, un chico de 23 años que se pasó prácticamente toda la temporada en blanco, suspendido por participar en apuestas ilegales. Gran parte de la prensa avalaba una medida que removía al jugador nacionalizado sin contemplar que se trataba del hombre más experto de la plantilla y el más lúcido con la pelota en los pies. Spalletti creyó encontrar al sucesor. Apostó a que la regeneración que el pueblo espera se produciría en Berlín. De pronto. Sin darse cuenta, este verdadero sabio del fútbol, incurrió en el error que más estragos produce: confundió deseos con realidades.
Suiza es la realidad. Se trata de un equipo con fundamentos. Sommer, un portero notable; Akanji, un central de referencia mundial; Xhaka, uno de los mediocentros más influyentes del torneo; Freuler, un escolta dinámico, humilde, apasionado, de una energía que contagia a sus compañeros. Es difícil ser suizo y no enchufarse a los partidos con estos directores y eso hicieron Ndoye, Vargas, Embolo y Aebischer, en un arranque de hostilidades que metió a los italianos en su campo.
A fuerza de jugar juntos durante años, los suizos han logrado la clase de empatía y sincronización que les proporciona una ventaja sideral frente a equipos como esta Italia, que presenta líneas distintas en cada alineación. A Spalletti lo atormentan sus propias ideas. “Yo me tomo el veneno solo”, confesó en Leipzig. A los suizos, tan serenos en el túnel de vestuarios y tan decididos en el campo, no los inquietó nada. Se juntaban, presionaban, robaban sin cesar, se desmarcaban y se asociaban con sencillez frente a un Fagioli que se vio tan solo como se vio Jorginho contra España. Más de lo mismo. El problema de Italia nunca fue su mediocentro: fue todo lo que tuvo por delante y por detrás. Defensas sin agresividad, más pendientes de la salida que de la marca, y atacantes sin imaginación, progresivamente intimidados hasta alcanzar la apoteosis del complejo de inferioridad. Pasada la media hora, después de un mano a mano de Embolo que salvó Donnarumma, lo suizos dieron el primer mazazo. Akanji partió líneas con un pase a Embolo, Ndoye se llevó la pelota contra la resistencia del mediocampo rival y Vargas se sumó a la cuadrilla para habilitar a Freuler con un pase al corazón del área. El mediocampista entró libre y retrató a Fagioli, sorprendido en su puesto de guardián del carril central. Donnarumma no evitó el 1-0.
El paso del tiempo aceleró la espiral de deterioro azzurro. En el primer balón jugado en el primer tiempo, Fagioli habilitó con un pase largo a Xhaka, el capitán suizo. La jugada pilló a los italianos a contrapié. Vargas aprovechó la pasividad de sus oponentes en el repliegue para embocar el tiro en el segundo palo. El segundo gol en el marcador sumió a Spalletti en la desesperación y a sus jugadores en el desánimo. Las entradas del heroico Zaccagni, el afanoso Retegui, el melancólico Pellegrini y el fervoroso Frattesi no disiparon la sensación general de que todo esfuerzo resultaría inútil. Hasta el minuto 72 no tiró Italia entre los tres palos: un remate previsible de Retegui a las manos de Sommer.
Suiza acabó la tarde administrando pacientemente su ventaja. Pudo aumentarla frente a un rival traumatizado tras cruzarse con España. Los italianos completaron lo que restaba del partido como quien rellena un formulario. El gran Jorginho lo vio desde el banquillo. Tal vez con alivio. Ahora nadie podrá culparle del desastre que le rodea.
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