Llanto y caos en Londres
La enorme descarga ambiental con la que Inglaterra vivió el torneo y la final desemboca en incidentes en las calles y en otra histórica decepción
Grupos de aficionados ingleses se encargaron de arruinar, en las horas previas a la final de la Eurocopa, la buena imagen transmitida por la selección de Gareth Southgate. Centenares de hooligans se enfrentaron violentamente con la policía en una de las entradas del estadio de Wembley. Lograron saltar las vallas de seguridad hasta que acabaron en el suelo, en una melé desordenada. Los pocos que podían levantarse y esquivar a la policía se lanzaban a la carrera para intentar colarse gratis en el recinto deportivo. A lo largo de la avenida central que lleva hasta el estadio volaban las botellas de cerveza, y el suelo era un pasillo de cristales rotos y basura desperdigada. Una escena parecida a la que se vivía en Londres y otras ciudades de Inglaterra. En la Fan Zone instalada en la Plaza de Trafalgar, en la capital británica, se repetían los mismos enfrentamientos entre fuerzas de seguridad e hinchas, muchos de ellos borrachos, que intentaban colarse sin pagar la entrada. La estación de metro de Kings Cross tuvo que ser evacuada a primera hora de la tarde, después de que un grupo de vándalos se dedicaran a lanzar bengalas. Las alarmas se dispararon y muchos viajeros tuvieron que ser evacuados o desviados. La Policía Metropolitana de Londres ha informado de al menos 45 detenciones a lo largo del domingo. Hubo peleas entre aficionados en los alrededores del estadio, antes y después del encuentro.
Inglaterra sigue imponiendo restricciones anti-covid en sus bares y pubs, y en teoría se mantiene aún la prohibición de estar de pie en el local o beber junto a la barra. Muchos locales, sin embargo, han esquivado las normas hasta el punto de abarrotar sus instalaciones interiores y exteriores con motivo del torneo. A partir de las seis de la mañana del domingo podían verse ya colas de aficionados que intentaban hacerse con un sitio.
El destino jugó con los aficionados ingleses, y arruinó el sueño de una Gran Bretaña Global victoriosa acariciado por Boris Johnson. Era de dominio público que el primer ministro no es un particular entusiasta del deporte —más de rugby, como buen alumno del elitista colegio privado de Eton—, pero no dudó en aprovechar la buena racha de la selección para vestirse con la camiseta e inundar las redes sociales con mensajes oportunistas de ánimo. Marcus Rashford, el jugador del Manchester United que sacó el mejor espíritu del país durante la pandemia, con su campaña para que los niños menos favorecidos recibieran en casa el menú escolar gratuito, tuvo la mala fortuna de fallar uno de los penaltis que arrebataron a Inglaterra el sueño de lograr la Eurocopa.
El seleccionador, Gareth Southgate, que ha conquistado a muchos británicos con su elegancia y humildad, revivió su pesadilla: aquel penalti que falló en 1966 en la semifinal contra Alemania. La misma lotería acabó ahora con una trayectoria que casi le había situado en el mismo nivel de popularidad y afecto entre sus compatriotas que la reina Isabel II. Es muy probable, a pesar del amargo final, que obtenga el título de caballero. Será el modo de ocultar, con el consenso general de que Inglaterra tenía formas y equipo como para proclamarse campeona, que, cuando llegó la hora definitiva, por no perder la costumbre, un buen puñado de hinchas volvió a demostrar por qué hasta a los más bienintencionados les cuesta apoyar a Los Tres Leones, como se conoce a la selección inglesa. Y no hace falta echarle la culpa al Brexit. Bastaba con observar el espectáculo en la calle.
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