Charles Dubouloz, el icono del alpinismo mundial que se retira a los 36 años y emula al inigualable Walter Bonatti con una gira de despedida
El gran alpinista francés completa en el Mont Blanc la primera de sus tres últimas ascensiones invernales antes de dejar las actividades de riesgo: “Deseo que la muerte de tantos grandes alpinistas me sirva para saber parar y no colmar el vaso de la fortuna”


Charles Dubouloz apenas cuenta 36 años, pero el francés es un icono del alpinismo mundial, un especialista de los grandes retos invernales en solitario, un joven que creció devorando literatura de montaña y que sabe muy bien que la muerte prematura aguarda a los mejores alpinistas. El pasado domingo 14 de diciembre, se plantó en la cima del Mont Blanc con ocho kilos menos de peso tras pasar seis días y cinco noches en la pared del Grand Pilier d’Angle, primera gesta de una trilogía que será su despedida, su reverencia. Dejará para siempre el alpinismo de compromiso, igual que lo hizo el inigualable Walter Bonatti: señalado como el Dios del alpinismo, dejó la montaña en 1965 tras abrir una vía soberbia en invierno y sin compañero en la norte del Cervino. Así que esta es su gira particular de despedida: deja atrás una forma de vida y de expresión.
Por teléfono, su voz no suena cansada, pero asegura que necesita recuperar fuerzas antes de viajar a los Écrins, escalar una vía en el Pic sans Nom y desplazarse después a los Pirineos, al macizo del Vignemale para cerrar su trilogía de despedida. Para enlazar todos estos escenarios, se moverá pedaleando sobre una bici de gravel tirando de un carro con 25 kilos de material mientras unos amigos, en coche, le llevarán lo que no pueda acarrear cuando pedalee.

Para escalar el Grand Pilier D’Angle, Dubouloz escogió su ruta más exigente, bautizada en 1984 como Divina providencia por sus aperturistas Patrick Gabarrou y François Marsigny. El nombre de la vía hace referencia a un grave percance que estuvo a punto de matarlos cuando varios seguros de los que colgaban saltaron y ambos quedaron colgando de un solo seguro, que aguantó su peso de milagro. Gabarrou, muy creyente, decidió el nombre de la ruta. Después, se convirtió en una de las joyas de dificultad del macizo del Mont Blanc y en los años 90 vio las primeras ascensiones en solitario a cargo de Jean Christophe Lafaille (en verano) y Alain Ghersen en invierno.
“En este viaje final busco la dureza, lo más salvaje posible, pasar mucho tiempo solo en las cimas”, asegura Dubouloz. Salió de su casa el 7 de diciembre, pedaleó bajo un aguacero 120 kilómetros hasta Chamonix, donde se calzó los esquís de montaña, remontó el valle blanco, alcanzó el refugio de Torino y de ahí la base de la pared, donde la aprensión le “revolvió el estómago”. Antes de empezar, ya estaba “cansado”, asegura.
Durante seis días avanzó pared arriba desplazando 35 kilos de material con ropa, comida, gas, saco de dormir y demás material de escalada. “Lo más duro no ha sido la ascensión en sí misma, sino la espera, las noches interminables con casi 16 horas de oscuridad, muerto de frío: en estas condiciones no descansas y cuanto más subes, más se moja el saco de pluma y más frío tienes. Cuando me levantaba estaba más cansado que la víspera”, confía. Llevaba consigo un diario que rellenaba cuando las tiritonas no se lo impedían. La ruta que discurre por el Pilar observa altas dificultades en roca, lo que le permitió escalar con pies de gato “gracias a la orientación este que me regalaba preciosas horas al sol”. El final de la ruta enlaza con la arista de Peuterey que lleva a la cima del Mont Blanc. De regreso a Chamonix, pedaleó de nuevo hasta su casa en Annecy.

“Para hacer este tipo de viajes me he inspirado en figuras como Patrick Berhault y Lionel Daudet porque estoy en un momento de mi vida en el que necesito pasar más tiempo en la montaña, no solo subir y bajar rápido, sino intentar comprender qué busco allí arriba. Estoy en una fase en la que pienso mucho en lo que hago. Moverme en bici no es solo una inspiración externa: adoro la bici, de pequeño llegué a competir y en primavera y verano me hincho a rodar, me encanta esa fluidez”, confiesa.
En el invierno de 2022, Dubouloz firmó la ascensión en solitario de la vía Rolling Stones en la cara norte de las Grandes Jorasses, gesto que le concedió el carnet de leyenda. Paradójicamente, desde entonces su ilusión empezó a difuminarse: “Mi motivación no es la que tuve, está menguando. Cuando me planto debajo de la pared siento un fuego interior que me motiva a meterme en el juego, pero todo lo que rodea el mundo del alpinismo empieza a cansarme. Por eso esta trilogía será mi último viaje de compromiso. Después, seguiré ligado a la montaña, pero de forma más serena. Ya tengo 36 años y siento que no soy joven, que ya he hecho muchas cosas en la montaña, que he disfrutado mucho, que ha sido increíble y que ha llegado la hora de dejar sitio a los que vienen. Me dije que lo dejaría a los 35, como Bonatti, pero para hacer esta trilogía necesitaba encontrar mi momento, que ha llegado ahora… necesito encontrar un alpinismo más razonable”, explica y el tono de su voz decae momentáneamente hasta susurrar casi.
Después, profundiza: “Además tengo mucho miedo de forzar la máquina y de acabar muriendo como tantos amigos. Deseo que la muerte de tantos grandes alpinistas me sirva para saber parar, para no colmar el vaso de la fortuna. Todos sabemos lo que la historia del alpinismo enseña: apenas hay grandes alpinistas que hayan llegado a viejos. Creo que hay que saber escalar duro y conformarse con lo logrado, saber dar un paso al costado. Pero no es fácil encontrar el momento en el que parar, es más bien imposible: si todos los que han muerto hubiesen sabido que esa actividad iba a matarlos, lo hubieran dejado justo antes. Yo he llegado a estar satisfecho de lo que he hecho y también siento que empezaba a repetirme, porque al final todas las ascensiones son parecidas: exigentes, pasas miedo, bajas y vuelves a empezar… así que ¿por qué no hacer otra cosa? Lo que hizo Bonatti fue de una belleza soberbia… ojalá tuviese la fuerza de imitarle, sería magnífico”.
Su honestidad resulta brutal, pero reconfortante. En 2021, Dubouloz y Benjamin Védrines abrieron una nueva vía en el Chamlang y sorprendieron a la comunidad bautizándola A la sombra de la mentira, una crítica extensible a todos aquellos alpinistas que mienten o exageran el relato de sus ascensiones. “Hoy pienso que fue un poco estúpido poner ese nombre a la vía, pero en el mundo del alpinismo hay que ser honesto, transparente: en atletismo, el cronómetro no engaña, pero en las montañas no hay nadie para comprobar que dices la verdad o te inventas un relato”. Dubouloz no sabe aún cuándo acabará su trilogía invernal, pero se permite anticipar el momento, proyectar sus sentimientos: “Sé que voy a sentir alivio, pero también tristeza y cierta nostalgia por lo que dejo atrás”.
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