Los hijos de padres deportistas: más sanos y más listos

Raquel Marín, neurocientífica y catedrática de Fisiología, explica cómo algunos de los beneficios de practicar deportes colectivos son hereditarios. Seguimos las historias de éxito de dos jugadoras adolescentes, una con el básquet en los genes y otra con un entorno que la apoya en su camino

Aficionados celebran el título de liga del Valencia Basket, club que ha logrado un histórico triplete y a cuya cantera pertenecen Lucía Rivas y Edurne Estívalis.
Aficionados celebran el título de liga del Valencia Basket, club que ha logrado un histórico triplete y a cuya cantera pertenecen Lucía Rivas y Edurne Estívalis.ALBERTO NEVADO

Puede llegar un día en que su hija adolescente le diga: “quiero dejar el baloncesto”, (o el fútbol, o cualquier otro deporte colectivo). Estadísticamente, lo más probable es que suceda: tres de cada cuatro abandonan, como demostró el informe Basket Girlz impulsado por Endesa. Y, además, seguramente su hija aduzca razones convincentes, casi irrebatibles: “Con los entrenamientos no me da tiempo a estudiar los exámenes, no puedo ver a las amigas…”. ¿Qué le responde? Si tiene tentación de decirle: “No pasa nada”, piénselo dos veces.

¿Por qué?

“Entre un padre con mala alimentación que, pongamos, cena todos los días bocatas de chorizo, pero sale a correr a diario; y uno que cada día coma verduras y legumbres pero no se mueva del sofá, el que tiene (y transmitirá durante hasta dos generaciones) una mejor salud metabólica es el primero”.
R. Marín, neurocientífica y catedrática de Fisiología

La ciencia, como explica la catedrática de Fisiología Raquel Marín, autora del libro Pon en forma tu cerebro, ofrece un arsenal de respuestas. Tenemos claro que el deporte es bueno, pero ¿sabemos hasta qué punto influye en la salud de quien lo practica e incluso en la de sus descendientes? Nos ayuda a ser más longevos, a vivir mejor durante más tiempo —es un arma más poderosa contra el proceso neurodegenerativo que la alimentación—. Pero es que, además, los hijos de padres deportistas heredan algunos de sus beneficios: mentes con más neuronas y mejor conectadas, y también mejor disposición para practicar deporte y algunas de las habilidades cognitivas que pueden hacerte destacar en una disciplina como el baloncesto. Se trata de la herencia epigenética: si el ADN fuera la instalación eléctrica de cada uno, los cables de que estamos compuestos, la epigenética serían los interruptores que encenderían unos genes y apagarían otros, que los activarían o desactivarían; con idéntico material genético, dos gemelos pueden ser uno más delgado que otro, más simpático o más tímido, uno más creativo que otro… Ahí reside parte de la respuesta.

Lucía Rivas, canterana del Valencia Basket, con sus padres, también exjugadores de baloncesto.
Lucía Rivas, canterana del Valencia Basket, con sus padres, también exjugadores de baloncesto.

Y, para los que no han tenido la fortuna de nacer de progenitores activos, la desventaja no es insalvable, como relata Marín. La práctica regular de actividad deportiva también los dotará gradualmente de esa mejor salud metabólica que podrán luego regalarle a la siguiente generación. ¡Y de mucho más! Habilidades de gestión emocional (actividad que consume el grueso de la energía cerebral en los seres humanos, como demostró la premio Nobel Rita Levi-Montalcini), habilidades sociales, mejor capacidad de aprendizaje y de memoria… Tras lo que revela la experta en neurociencia (¡y exjugadora de baloncesto!), ¿todavía tiene tentación de no animar a su hija?

“El ser humano es fisiológicamente nómada. Lo fuimos durante 200 mil años y llevamos dos telediarios siendo sedentarios. Unas piernas en movimiento significan mejor salud cognitiva y mejor memoria”.
R. Marín, neurocientífica y catedrática de Fisiología

Dos historias de padres, madres e hijas (con final feliz)

El Valencia Basket esta temporada ha conquistado un triplete histórico: Liga F Endesa, Copa de la Reina y Supercopa. No es casualidad: en la ciudad, en torno a las instalaciones de L’Alqueria del Basket, lo que se está gestando es probablemente la mejor fábrica de baloncesto femenino de Europa. Justo ahí encontramos las historias de dos canteranas que ponen rostro y cuerpo a las tesis de Marín, dos caminos distintos que, sin embargo, van bien dirigidos hacia la meta. Dos protagonistas que no abandonan.

En la casa de Lucía Rivas (2006), en Lliria, siempre hubo una canasta y un balón. Su padre, Diego, jugaba al básquet desde niño y llegó a compartir vestuario con un mito del Pamesa Valencia como el escolta Víctor Luengo. También jugaba Pilar, su madre, que siente que el baloncesto fue siempre “lo mejor de su vida”. Ambos se conocieron en una pista: “Desde que nació el primero de nuestros hijos”, cuenta Pilar, “lo llevamos con nosotros en el capazo a los partidos. Era muy especial: mientras jugábamos su padre o yo, eran nuestros compañeros de equipo quienes le echaban un ojo y lo cuidaban. Ha vivido el básquet desde bebé y guarda recuerdos de ello. Los tres lo han vivido así”. Alejandro (1998) y Diego (2003), hermanos mayores de Lucía, también se han dedicado al baloncesto: juegan en LEB Plata (la categoría de bronce del baloncesto nacional). Lo suyo parecía un destino lógico.

Edurne Estívalis lanza un triple con el infantil del Valencia Basket.
Edurne Estívalis lanza un triple con el infantil del Valencia Basket.

En el parqué, hay pocas cosas que le gusten más a Edurne Estívalis (2010) que tirar un triple (“Si fallo, sé que mis compañeras estarán ahí para apoyar, y cuando entra… uf”). Su padre era un enamorado del deporte, practicó básquet y windsurf hasta que a los 20 un accidente de moto y 16 operaciones en la pierna le obligaron a replantearse su afición. Pascal y su mujer, María Jesús, tal vez no le hayan legado en sangre a su hija el talento que atesora Edurne, pero sí la pasión y su forma de afrontar el presente y mirar con optimismo adelante. Han construido un entorno de apoyo para una niña que desde los tres años demuestra que tiene mimbres y actitud. Primero fueron los torneos escolares de tenis (“los ganaba todos”, dicen) y, a los seis años, se cruzó el baloncesto: “Se notaba desde el principio que tenía una facilidad innata, unos reflejos privilegiados y un control de su propio cuerpo anormal”, destaca sobre Edurne su padre. Este año recaló en el equipo infantil del Valencia Basket, logró su objetivo soñado: sumarse al club de L’Alquería.

“El estrés es un enorme factor de riesgo para la descendencia durante la preñez de una madre. Y es también un acelerador del envejecimiento. El cerebro gasta mucha energía en la gestión de emociones. Una jugadora de baloncesto que lleva muchos años trabajando esa gestión cuando, por ejemplo, tiene que tirar un tiro libre al final de un partido, va a verse favorecida también en esos otros aspectos”
R. Marín, neurocientífica y catedrática de Fisiología

¿Qué significa para dos chicas adolescentes recalar en equipos de cantera que cuidan tanto a sus jugadoras como los del Valencia Basket?

“El pabellón y el instituto están a cinco minutos. Aunque sea difícil sentarse a estudiar tras el cansancio de dos entrenamientos, aunque a veces digas: ‘Creo que necesito una siesta’, estar aquí me permite sentir que compatibilizar estudios [cursa primera de Bachillerato] y deporte nunca haya sido un sacrificio. Esfuerzo sí, pero no un problema. Hay un psicólogo deportivo, una coordinadora académica…”, explica Lucía Rivas. Para ella llegar a Valencia supuso un reto: dejar el hogar familiar y mudarse a la capital. “Yo tenía claro que el baloncesto iba a ser mi vida desde que jugaba con chicos que se asustaban de mi fortaleza [mide 191 cm]. Y es que el deporte me ha dado mucho más que una buena forma física: mis habilidades sociales, una mente abierta, desarrollada a base de convivir y compartir objetivos con personas muy distintas. Me ha hecho quien soy…”

Lucía Rivas durante un calentamiento de su equipo.
Lucía Rivas durante un calentamiento de su equipo.
“Hay cualidades cognitivas cuyo aprendizaje también surgir y transmitirse en los deportes colectivos: trabajar de forma autónoma, asumir las consecuencias de tus actos, gestionar tus expectativas y las ajenas y desarrollar habilidades sociales”.
R. Marín, neurocientífica y catedrática de Fisiología

Rivas comparte la posición de pívot con una compañera de generación a quien le une una amistad fraternal, Awa Fam, que despunta ya en la primera plantilla. Quemaron juntas todas las etapas del básquet formativo y, ahora, se concentra en acumular experiencia para dar ella también el salto. Con tesón y conciencia, sin atajos. Porque lo que espera del básquet va mucho más allá de llegar o no llegar a la profesionalidad… “Mi sueño es criar a mis hijos como nos han criado nuestros padres: en un pabellón. Hemos sido felices desde siempre.”

Edurne Estívalis con su familia durante la Copa de la Reina 2024.
Edurne Estívalis con su familia durante la Copa de la Reina 2024.

Y, en ambas, puede mirarse Edurne Estívalis, que también entiende su equipo como una segunda familia con la que pasar el duelo de los momentos complicados y disfrutar de las victorias. “Pero ¡si viajamos por toda España para ver jugar a sus amigas del baloncesto!”, cuenta divertido su padre, Pascal, que explica que su hija ha tejido una red de amistades que va más allá de sus compañeras de equipo y que alcanza a otras jugadoras de todas partes del país. Y que ellos mismos han hecho lo propio con otros padres. “Ahora nos pasamos el año de aquí para allá animando a las niñas y disfrutando con ellas”.

Valencia Basket, campeonas de la liga Femenina Endesa
Valencia Basket, campeonas de la liga Femenina EndesaFEB

Premios a la mejor idea para frenar el abandono precoz

Endesa y sus premios Basket Girlz buscan proyectos que fomenten el baloncesto femenino en etapas formativas. Hasta el martes 20 de mayo, pueden inscribirse en esta web aquellos que tengan en marcha o quieran hacer realidad iniciativas que persigan educar a niñas y jóvenes en los valores que promueve el básquet. La mejor idea recibirá 5.000 euros de financiación, para ayudar a remediar el abandono prematuro.


Archivado En