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Ciclismo
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Indestructible para siempre

Pantani sigue vivo para los jóvenes que apenas lo conocieron, reflexiona la autora, porque parece no haberse ido nunca

Marco Pantani, camino de Madonna di Campiglio, en el Giro de 1999.
Marco Pantani, camino de Madonna di Campiglio, en el Giro de 1999.STEFANO RELLANDINI (REUTERS)

Los momentos en que oyes noticias que conmocionan al mundo los recuerdas todos.

Cuando cayeron las Torres Gemelas yo estaba en un columpio, en el jardín.

Cuando se conoció la noticia de la muerte de Marco Pantani, yo estaba en el rellano de la casa de mi abuela, bajando las escaleras. Aún recuerdo ese momento, aunque entonces apenas sabía quién era realmente. Mi hermano -que era menor que yo- llevaba a menudo una bandana y gritaba “¡W Pantani!”, por emulación, como hacen los niños.

En 2004 yo era poco más que una niña y no podía saber que, años más tarde, me enamoraría del ciclismo por un demarraje y abriría un blog llamado E mi alzo sui pedali (‘Y me levanto sobre los pedales’) como la conmovedora canción que Stadio dedicó al Pirata, inspirada en las notas encontradas en su habitación de hotel escritas en sus últimas horas de vida.

Dicen que cuando Marco Pantani ganó el Tour de Francia, Cesenatico, su pueblo, fue el ombligo del mundo: millones de personas acudieron a lo largo de la costa para celebrar a una especie de dios nacional recibido en triunfo. Nosotros, que no pudimos ver a Marco en las carreteras, tenemos este único, gran e íntimo pesar: no haber podido sentir nunca la magia de cuando miraba hacia atrás imperceptiblemente y se alejaba esprintando, con esa forma suya de atacar con las manos abajo sobre los pedales.

Hemos visto fotos, vídeos, pero ese instante nos lo hemos perdido.

No sabría decir por qué los jóvenes -incluso los nacidos después del 14 de febrero de 2004- siguen viendo a Marco Pantani como un ídolo, probablemente tenga mucho que ver con el hecho de que parece no haberse ido nunca. Incluso tiene un club de fans que le espera a cada paso, animándole como si siguiera en el pelotón y fuera a aparecer en cualquier momento, solo, como siempre. Escriben “I tuoi Pirati” (Tus Piratas) en sus carreteras como si fuera a volver, como si marcharse fuera solo una broma suya, una pataccata como dicen en su Romaña.

Cuando se sube al Monte Carpegna, en una pared está escrito “Solo se oye la respiración” y cualquiera que haya estado podría jurar que allí los pinos susurran constantemente, en verano y en invierno, como si alguien realmente estuviera pedaleando en silencio, solo, por esa carretera.

Y cuando el cielo está azul, azul sin una sola nube, piensas que así lo veía Pantani cuando soñaba con las grandes carreras en aquel rincón perdido en las colinas, lejos de todo.

Iba tan rápido que querían destruirle, pero él, no sé cómo, ha encontrado la manera de permanecer indestructible. Para siempre.

Miriam Terruzzi es escritora y fotógrafa.

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