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La última gira de Shelly Ann y la irrupción africana de Gift Leotlela marcan el sábado de la velocidad en el Mundial de Tokio

El ‘sprinter’ sudafricano opaca el debate jamaicano-estadounidense con una marca de 9,87s en las series de 100m

Leotlela, en primer plano, se impone en la primera serie.
Carlos Arribas

En el asfalto, al amanecer nublado de un Tokio bochornoso, el carácter, el amor; en la pista, al anochecer, sopla el viento, una brisita que refresca mientras por los altavoces suena el Pedro, Pedro, Pedro, Pe de Raffaella Carrà, en la pista, los bólidos, las balas, el weekend de la velocidad. Un esprit que se resume en una mujer de 38 años y madre, e increíble extensión naranja en la cabeza que se aparta con cuidado al colocarse en la salida para no pisarla y tropezar al botar desde los tacos. No lo hace. Ejecuta perfecta, pero sin la frescura, la fuerza de su primor. Termina segunda en su serie (11,09s) y pasa a semifinales sin problemas. Es la gran Shelly Ann Fraser Pryce, que, con los años pasó de ser llamada el cohete de bolsillo (1,50m de estatura) a convertirse en mamá cohete, más mujer, más veloz, y en diosa ahora que se despide del atletismo en Japón, el país en el que todo empezó cuando debutó con el relevo jamaicano en el Mundial de Osaka, 2007. A partir de ahí, la luna y más allá en una carrera espacial paralela en su isla y en el mundo a la del gran Usain Bolt. Cinco oros mundiales en los 100m, más que ninguna en la historia, y dos oros olímpicos.

Un deseo de seguir más lejos que Bolt para demostrar al mundo y a su isla que, “pasados los 30, una mujer y madre puede seguir persiguiendo sus sueños”, alargado, sin embargo, un año más por su necesidad de borrar compitiendo la crisis de pánico que la empujó a retirarse de los Juegos de París pocos minutos antes de las semifinales. Este domingo (13.20) disputará las semifinales, sin duda, y poco después, quizás, la final (15.13) para cerrar el bucle de su vida deportiva. No aspira a una medalla, lejos está ya de las fabulosas Melissa Jefferson y Sha’Carri Richardson (EE UU), de la campeona olímpica de Santa Lucía, Julien Alfred, o de su compatriota Shericka Jackson, sino a dejar abiertas las puertas a sus herederas en un mundo de la velocidad que, tanto en hombres como en mujeres, es puro torbellino.

Cuando se fue Bolt hace ocho años, la Jamaica masculina, la testosterona pura de la velocidad, desapareció del mapa. Mientras las mujeres —Shelly Ann, Elaine Thompson Shericka Jackson…— mantuvieron el tipo, los poderes del sprint mundial se dispersaron por un mundo global, muy estadounidense con el inciso italotejano de Marcell Jacobs, campeón olímpico en Tokio, y cada vez más africano, el continente de donde todos salieron, esclavos. Y llegado 2025, cuando los sabios de la velocidad pronosticaban antes de llegar a Japón un Mundial en el que Jamaica, por medio de Oblique Seville, un cuchillo afilado que corta el viento silencioso, y el poderoso Kishane Thompson, sometería a los prepotentes y peleones de taberna estadounidenses con aires de estrella y gustos asiáticos —el manga de Goku Noah Lyles, las artes marciales de Kung Fu Kenny Bednarek—, resurge África como un vendaval inesperado en las series nocturnas de 100m.

Siete velocistas africanos se clasificaron para las semifinales de los 100m (domingo, 13.43; final, 15.20) y dominando todos los debates, de una manera tempestuosa, un atleta sudafricano de 27 años y solo conocido de los muy especialistas. Fue un boom y un viento desatado a su espalda la primera serie. Todos los ojos en Oblique Seville, que se duerme en los tacos (casi tres décimas de velocidad de reacción), y es tal el impulso desde los tacos de Gift Leotlela, la velocidad, que hasta parece que es una salida nula, tanta ventaja saca con los primeros apoyos tras una velocidad de reacción de 13 centésimas. No es nula. Es una bomba que estalla durante 9,87s, un tiempo apenas visto en unas series que le supone una mejora personal de siete centésimas sobre sus 9,94s conseguidos hace cuatro años en la altura de Johannesburgo. No dejó secos a todos, quizás solo a Seville, favorito para muchos en la final, que penó para pasar la serie como tercero con sus magníficos 9,93s, pues otro africano sorprendente también le superó pegadísimo a Leotlela, el nigeriano Kayinsola Ajayi (9,88s), mejorando su mejor marca en cuatro centésimas, un fenómeno potente que cumple hoy 21 años y se ha forjado en la Universidad de Auburn, en Alabama. Leotlela, en cambio, no ha salido de Sudáfrica en una larga carrera marcada por sucesivas y largas lesiones.

Mala noche española

Dani Arce, en el suelo, tras su caída en las semifinales de 3.000m obstáculos

Mientras el atletismo español, pasado el esplendor del oro de María Pérez, pasó un mal día —eliminación del relevo mixto, del pertiguista Artur Coll, de la saltadora Irati Mitxelena, de las mediofondistas de 1.500 Esther Guerrero y Águeda Marqués (solo Marta Pérez pasó a semifinales) y de los obstaculistas Alejandro Quijada y Dani Arce, que se dio un buen golpe al tropezar con una valla—, el honor europeo lo mantuvo vivo la república italiana, con la magnífica campeona europea Nadia Battocletti, de 25 años, haciendo sudar a la mítica keniana Beatrice Chebet —doble campeona olímpica, la única mujer que ha bajado de 14 minutos en los 5.000m y también plusmarquista mundial de los 10.000m— en unos últimos 200m de unos 10.000m que hizo arder la destronada etíope Gudaf Tsegay con un ataque feroz a mil metros. Con su zancada limpia, amplia, clara, hermosa, Battocletti (30m 38,23s) batió el récord italiano, pero no puedo, como en la final olímpica de París, alcanzar a la fabulosa keniana (30m 37,61s).

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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