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RELATOS DE UN AMATEUR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El penúltimo balón dividido de David Guachamín

Hay un mantra futbolístico muy conocido que anima a pelear cada pelota “como si fuera la última”. David, en medio de ese atardecer dominguero lleno de polvo, a punto estuvo de hacerlo realidad

David Guachamín
David, celebrando el campeonato conseguido con su equipo Panteras, en una imagen cedida.

Hay veces que la muerte llega un día como otro cualquiera. Son los días trágicos que se dice. Días de accidentes, de mala suerte, de estar en el momento y en el lugar equivocado. Y sin embargo, pocos días hay en la vida en los que uno va y viene de su propia muerte como quien se acuesta y despierta de un mal sueño. Cuando David Guachamín salió de casa el 29 de septiembre en el barrio de la Concepción, todo estaba en orden. Cuando regresó, cinco días después, el hombre, de 50 años, venía de estar en el más allá. Había dejado su hogar recogido, el desayuno le había sentado bien y condujo junto a su mujer, Neisa, y a su hijo, Michael, hasta un campo de Getafe donde jugaría la final de un campeonato de fútbol amateur con su equipo, el Panteras. Tras proclamarse campeón, apenas celebró la victoria. Almorzó corvina con ensalada y continuó su ruta en otro bonito domingo de fútbol hasta otro descampado de Las Retamas, en Alcorcón. “Llevo jugando desde que tengo uso de razón”, admite orgulloso desde el sofá de su casa.

En el minuto 39 del segundo tiempo del último partido de la jornada, David saltó levemente al disputar un balón aéreo para su equipo, el Nacional. Hay un mantra futbolístico muy conocido que anima a pelear cada pelota “como si fuera la última”. David, en medio de ese atardecer dominguero lleno de polvo, a punto estuvo de hacerlo realidad. Porque el hombre, conductor de paquetería, al volver al suelo después de aquel salto, cayó desplomado sobre la arena. Había sufrido un trombo y luego un paro cardiaco. “Fue una muerte súbita”, dice su esposa, Neisa, de 40 años.

Hasta él corrió todo el que presenciaba el partido. Compañeros, rivales y los pocos espectadores que quedaban le rodearon sin saber cómo reaccionar. El hijo, Michael, de 21 años, le abrazaba entre sollozos mientras su padre, inmóvil, con los ojos en blanco, se ponía a cada segundo más y más pálido. David cuenta que allá donde estuviera, le llegaban los ecos de aquella muchedumbre gritando su nombre como en una ovación. Entre la desesperación, solo había en aquel terreno de juego baldío una persona segura de sí misma: el portero del América Máster, Hernán Andrés Monges, de 47 años, que se hubiera marchado a su casa diez minutos antes si su hijo Iván no le hubiera desobedecido cuando le llamaba.

Al llegar hasta David y ver que no respiraba, Hernán apartó a todo el que tenía por delante para ponerse a realizar una RCP con tres golpes sobre el pecho y dos boca a boca de forma ininterrumpida. Dice que aprendió la técnica en los cursos de formación de la construcción. A la segunda vez, Guachamín volvió a respirar brevemente, pero se volvió a marchar. Otra chica que era enfermera ayudó a la causa mientras la tripa del hombre se endurecía. La policía y el Samur tardaron cuatro minutos en llegar. Se le dieron corrientes con un desfribilador antes de trasladarlo a la UVI del Hospital 12 de Octubre donde pasó una noche y un día en coma inducido. Vestido de futbolista, David Guachamín, un mediocentro ofensivo con buena salida de balón, despertó en la cuarta planta del hospital durante madrugada del lunes al martes, vio a su mujer y a sus hijos como si estuviera ante una revelación. Cuando movió las piernas se percató que una pequeña figurita descansaba en sus tobillos. Era la Virgen del Cisne que la tía del pequeño Michael le colocó antes de marcharse en ambulancia sin que nadie se diera cuenta. Entonces supo que venía de la muerte.

Los cardiólogos y médicos del 12 de Octubre le dijeron a David que lo suyo había sido un milagro. Pocos regresan de una muerte súbita y menos aún sin secuelas como él. “En los momentos más críticos, tuve cerca personas santas que acertaron en todas sus decisiones como si fueran profesionales, como si estuviéramos en un estadio de Primera División”, apunta. Y es cierto, salvo por el detalle de que en su liga amateur de los domingos, la Liga Casa de Campo, a diferencia de los campos de élite, no hay ningún presidente que permita el acceso a aquellos aficionados justicieros que desean la muerte a sus rivales mientras al resto del fútbol le echan la soga al cuello con total impunidad.

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