Sara Alonso, la guipuzcoana en la élite del trail mundial: “Somos un poco masocas”
La corredora, vencedora del Maratón del Mont Blanc, regresa con fuerza tras vivir el peor momento de su corta carrera que le ha tenido siete meses sin correr
El 14 de mayo jarrea en Zegama (Gipuzkoa) y Sara Alonso (San Sebastián, 24 años) se muere de envidia cuando ve ese barro sobre el que desea volar y no puede porque su fractura en la cadera se niega a curarse. Lo intenta y sale a animar, pero cuando pasan las dos primeras, las rivales a las que un día espera superar, se marcha al coche a llorar. Como aquellos días en los que volvía ahogada tras correr a cinco minutos por kilómetro, un ritmo sedentario para su mejor versión, la que duda si podrá recuperar. Tras una progresión meteórica en 2022 que le llevó a asustarse por haber alcanzado semejante nivel en tan poco tiempo, el cuerpo frena sus sueños. “No sé si voy a poder correr sin dolor, si voy a salir de esta”, reconoce. Pero hay luz al final del túnel. Lo cuenta en un camping de Manitou Springs, a dos días de afrontar la subida a Pikes Peak, al igual que el año pasado. No solo vuelve a Colorado (Estados Unidos), vuelve a sonreír.
La vida de esta guipuzcoana no se entiende sin el deporte, desde jugar a polis y cacos con seis años a darle al fútbol como delantera. “No sabía regatear, era pichichi sólo porque podía correr”, cuenta. Lo dejó a los 17 años por el atletismo. Paradojas de la vida, quería ser velocista y ha brillado como fondista. De los 3.000 obstáculos a la montaña, en parte por culpa de la pandemia, su excusa para obsesionarse con los vídeos de las Golden Trail Series. Zegama, claro, pero sobre todo Sierre-Zinal por sus paisajes. En el fondo sólo quería viajar. Debutó por todo lo alto ganando en Canfranc en 2020, la llamó Salomon y en 2021 pasó de ver los vídeos producidos por la marca de montaña a salir en ellos. Y descubrió un nuevo mundo.
“Sufres por amor al arte. Ahora vivo de ello, pero hace dos telediarios yo sufría porque me gustaba. Dices, ¡qué guapo! Estos meses que he estado lesionada, en la bici no conseguía sufrir tanto, no me llenaba. Somos un poco masocas”, admite. Así derribó la puerta el año pasado con un tercer puesto en Zegama, la victoria en el Maratón del Mont Blanc o el bronce en la general de las Golden. “Pasé de que no me conociera nadie a ser un personaje público. Tuve resultados demasiado rápido y la lesión me frenó los pies”, acepta.
Quizás llevó el cuerpo más allá de sus posibilidades. “Estás en la ola, te va bien, te invitan a una carrera, te invitan a otra… Igual competí demasiado, pero tienes 23 años, acabas de llegar y te apetece”, relata. Está seleccionando las carreras del año que viene, pero le cuesta adelgazar el calendario. “El problema es que quiero ir a muchas. Yo soy muy competitiva, si no hubiese competiciones no me entrenaría”, aclara. Pero lo hará, promete. “No me apetece volver a lesionarme, no ha sido el mejor momento de mi vida”, señala.
Habla de un problema de expectativas. Que habría asumido los siete meses en barbecho mejor que plazos fallidos más cortos. “Cada mes iba con ilusión y me deprimía, fue una mierda”, apunta. Inscribirse a carreras para luego renunciar. Y la presión de sus nuevos patrocinadores, Asics y Coros. “Había dado el paso a ser atleta profesional y ni siquiera podía entrenarme. Tenía un contrato de tres años y no sabía si iba a poder cumplirlo. Veía que no iba a volver a competir nunca, estuve cerca de tirar la toalla”, desliza.
Cuando le dieron el alta en julio no esperaba una recuperación tan rápida, una victoria en ETC, una carrera corta del Ultra Trail del Mont Blanc de 15 kilómetros. “Hace menos de dos meses corría 20 minutos y me estaba muriendo. Me llevé una sorpresa, fue el momento en el que me di cuenta de que voy a ser capaz de volver donde estaba”, se ilusiona. Cuando le invitaron a la gira americana de las Golden, lo condicionó a aquella actuación, por eso está en Colorado, pese a que no es su perfil: demasiada subida continuada y altitud. “Tengo mi autoestima, no quiero humillarme, pero prefiero quedar octava en una carrera con nivel que primera en una carrera del pueblo”, sentencia.
Tres meses sin dolor valen más que cualquier podio. Y los viajes han vuelto. “Cuando hablo con la gente, me sabe mal porque me siento demasiado afortunada”, argumenta. A la vez, no quita mérito a esos entrenamientos a las seis de la mañana en Lleida para asistir a nueve horas de clase. A entrenar el 1 de enero, a salir a correr en Canarias cuando la gente salía de la discoteca. “Un fondista es mucho trabajo”, resuelve. Por eso, cuando no podía cumplir como corredora, lo hacía con la bici. “Quieta no me puedo quedar”, aclara.
Cuando piensa en qué quiere ser, añade un adjetivo que ahora aprecia más que nunca: “Estar en la élite todos los años que pueda, sana. Yo aspiro a ganar todas las carreras, pero luego está la calidad. Una Nienke [Brinkman] no me sale. Por mucho que trabajes, no vas a ganar a Kilian Jornet. Yo sé que tengo un límite”. Sí quiere uno de los premios de la holandesa, bronce europeo en maratón con una plusmarca de 2h22m, ocho minutos menos que el récord de España. “Aspiro a ganar Zegama una vez en mi vida”, proclama.
No se le ocurre una forma mejor de pasar los mejores años de su vida. “Soy feliz así, no lo soy de otra manera. Me llena. Me despierto, salgo a correr y estoy feliz, aunque no haga más en todo el día. Esa sensación de agonía, las vistas, el ambiente de las carreras, la superación personal. Luchas contra rivales, vale, pero sobre todo lo haces contra ti misma, tus objetivos”, explica. Esa simpleza de ponerse unas zapatillas y el vacío inabarcable de no poder hacerlo.
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