Mohamed Attaoui, la nueva joya española del 800m, es una bomba imprevisible
El atleta de Torrelavega, que disputa hoy, a los 21 años, la semifinal en su primer Mundial de atletismo, posee el ataque más explosivo del medio fondo, pero aún no sabe bien cuándo lanzarlo
Es el 800m. Cafetería del hotel del equipo español. Al principio, en la mesa solo había dos. Estaban Saúl Ordóñez y su entrenador desde hace unos meses, Llorenç Solbes, que explica que ha encauzado “a collejas” al berciano que dudaba (morales), que lo peor que se puede hacer, donde más energía se desperdicia, es mezclarse en batallas que no te van a hacer mejor atleta, que los mejores atletas que ha tenido han sido los que menos pensaban y otras bellezas y sabidurías del atletismo que fascinan. Luego se sienta Adrián Ben, esclavo del ritmo y dueño de su palabra, un torrente, estratega de nacimiento, y solo al final, y brevemente se sienta junto a ellos para saludar Mohamed Attaoui, el último llegado también a la elite tan loca de la distancia más loca e igualada. Acaba de llegar y todos le temen. No solo los españoles, que le conocen.
Attaoui vive en Torrelavega, donde le entrena Raúl Gutiérrez, pero este año, el primero que ha vivido como profesional el atletismo, ha estado más fuera de casa que en ella. Pagándoselo de su bolsillo (“con el dinero ganado en las millas urbanas”, dice el atleta, cuyo padre falleció y su madre es ama de casa) en tres ocasiones se ha concentrado en Ifrane, en el Atlas marroquí, donde se machacaba en un bosque de cedros y en una pista de tartán su ídolo máximo, el campeón mundial y olímpico, y plusmarquista mundial de la milla y los 1.500m, Hicham el Guerruj. Una cuarta concentración, en Sierra Nevada, se la pagó la federación española.
“Es extraordinario, es peligrosísimo, tiene un cambio explosivo que no tiene nadie, qué digo un cambio, tiene cuatro”. A Jorge González Amo, el técnico sabio del medio fondo español, le desborda la alegría cuando habla de él, un chaval de Torrelavega (Cantabria), de 21 años, al que le encanta el ciclismo, que comenzó con el 1.500m (y es subcampeón de Europa de la distancia) y solo este año ha empezado a correr los 800m a fondo, y en el primer campeonato de España absoluto que disputa terminó segundo, justo entre Ben, primero, y Ordóñez, tercero. “Con Attaoui cualquier cosa puede pasar. Solo necesita acertar con el momento de hacer el cambio…”
“Así es, así es. Eso me lo ha dicho mucha gente y tiene toda la razón.”, reconoce Attaoui, quien logró a principios de verano una marca, 1m 44,67s, que le daba la mínima para un Mundial que a principios de año ni se planteaba, y en su serie se clasificó dejando fuera de las semifinales (hoy, 20.50) al keniano Emmanuel Korir, actual campeón olímpico y mundial. “Porque yo siempre me precipito y sé que tengo un cambio brutal, pero no me sé controlar. Me ha pasado, por ejemplo, en el campeonato de España, que cambié a falta de 100 metros, y no tenía que haber cambiado. Tenía que haber esperado un poco más, ser más paciente. Ya me gustaría ser como Ben, aunque me haya ganado, que corre muy inteligentemente, siempre la clava, siempre sabe cuándo moverse. O tendría que ser como Freire en los sprints, que siempre saltaba al final, en el momento justo. Y siempre antes de la carrera digo eso, digo, espérate a que cambie otro y vas detrás y vas a ganar cien por cien. Pero llega la carrera, veo los demás y digo, es que voy muy bien, voy a atacar... Y ya está. Luego cruzo la meta y digo, joder, otra vez. El mismo error”.
Adrián Ben se sorprende tanto por la falta de reloj interno del atleta del pueblo de Freire, un talento innato que él ha perfeccionado con largas sesiones marcadas por las pedaladas de su suegro en la pista de Segovia, que hasta llega a pensar mal cuando comparte entrenamiento en Budapest y no logra que le tire a los 26s los 200m que le reclama. Pero aun así le tiene cariño y le aconseja. Le grita desde la grada que use la cabeza y en el hotel, donde hay un croma instalado, una pantalla verde ante la que los atletas hacen el gamba, bailan, se mueven, para grabar unas imágenes que se emitirán a su espalda en el estadio cuando se presenten a la final, le dice, ¿por qué no bailas como un egipcio? Y dobla los codos y se pone de perfil y se mueve atrás y adelante. Y Ben, riéndose, concluye. “No sé si lo haces muy bien, pero ya te has ganado un apodo. A partir de ahora será El Egipcio”. Y corriendo no como un egipcio, sino como un atleta de gran clase, y explotando en el momento exacto, se hará grande.
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