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SIEMPRE ROBANDO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fue Benzema

Nos hizo mejores a los madridistas, más entendidos y menos enfadados, nos hizo más felices, y convirtió unos años, los años de Benzema en el Madrid, en una época, la más alegre que hayamos visto

Karim Benzema celebra su último gol con el Real Madrid.
Karim Benzema celebra su último gol con el Real Madrid.Óscar J. Barroso (AFP7 / Europa Press)

El fútbol es el deporte más popular del mundo porque un niño tímido de ocho años, miembro de una familia numerosa de inmigrantes argelinos que vive en unas viviendas sociales en el extrarradio de Lyon y acaba de ser rechazado por el club de su barrio por ser bajo y gordito y torpe, necesita dos árboles para ser Balón de Oro. Dos árboles en un descampado, uno separado del otro a suficiente distancia como para ser considerados postes de una portería. Dos amigos, uno centrando desde la derecha y otro desde la izquierda, bajo la lluvia y el frío, bajo el calor extremo del verano. Y muchas horas, las suficientes como para olvidarse de comer, las necesarias como para escaparse por la ventana de casa con el balón debajo del brazo.

La memoria retiene aquello del pasado que le interesa para conservar el presente. En Benzema par Karim, un documental sobre el francés en Madrid, la estrella se detiene con su deportivo frente a aquel descampado, donde todavía están los árboles, y dice que si hoy todavía marca goles es gracias a ellos. Es curioso que su carrera en el Real haya seguido los mismos pasos que su carrera desde niño: un jugador siempre de los mejores pero no el mejor, sospechoso, incomprendido, indolente, a ratos discreto y a otros desconectado, a veces incluso conflictivo, en el alambre hasta emerger en situaciones límite para él y provocar un Big Bang desparramando un juego escandaloso y feliz, pletórico, que sacude a los rivales como a una estera.

No hay, sin embargo, tal cambio, o al menos cambio tan grotesco. Lo que ocurre es que cansado de que los demás no traduzcan su fútbol, lo traduce él mismo para hacérselo fácil al hincha tribunero o a la prensa desesperada, y entonces gana por unaminidad lo que ya había ganado en privado a ojos de sus compañeros, de sus entrenadores o del público menos agitado; acerca su galaxia a la nuestra, la enseña, pero el resultado siempre es el mismo: Benzema siempre ha marcado goles, siempre ha dado asistencias, nunca perdió la elegancia ni la personalidad, siempre hizo mejor todo lo que tocó en el campo, empezando por el Real Madrid. Nos hizo mejores a los madridistas, más entendidos y menos enfadados, nos hizo más felices, y convirtió unos años, los años de Benzema en el Madrid, en una época, la más alegre que hayamos visto.

Fue Zidane si Zidane hubiese jugado toda su vida en el Bernabéu; fue Ronaldo si Ronaldo hubiese llegado con 21 años a Madrid. Deja para siempre jugadas y goles, obras de arte que no solapan su condición de delantero de otro siglo: rápido cuando parece que no avanza, violento disparando cuando parece que la coloca mansa, con el partido en la cabeza cuando mira al suelo desconectado, olisqueando al defensa más débil y al portero que mejor disfraza el miedo cuando está de espaldas a ellos, letal en el área cuando se está atando los cordones. Se va sin sentarse en el banquillo y sólo un año después de la obra de su vida, la Champions de Benzema, un continente sujeto al fuego y la destrucción de un hombre que encuentra su destino al final de su carrera, cuando toda su generación está de vuelta o descansando en Arabia, Japón y Estados Unidos. Es entonces cuando Benzema pasa la cuenta y exige propina en lo más alto de la élite. Enchufado, desbordante, desatado.

Llevo 14 años viéndole jugar y escribiendo sobre él cuando tocaba, que tocó mucho. Y el mejor recuerdo que me llevo no es su juego, sino un gesto: la sonrisa en el Etihad Stadium que captan las cámaras cuando el City le mete el cuarto al Madrid en semifinales de la Champions 2022. Esa sonrisa es una demostración sentimental de madridismo. Es una sonrisa irónica que parece decir “ya hemos metido dos, tendremos que meter otro”; es una sonrisa que enfada a los aficionados que la están viendo y que han de esperar al panenka de unos pocos minutos después para entenderla, y los 120 minutos de la semana siguiente para admirarla, como siempre pasa con él. Es la sonrisa de “todo está bien, el destino está escrito, esta Copa de Europa la ganamos cuando fui a preguntarle a Donnarumma la hora”. Esa sonrisa fatal, puro veneno para el City, fue Benzema en el Madrid: un baile que no se acaba nunca, un recuerdo inalterable, una fiesta de etiqueta en la que quienes más felices nos hacen son, siempre, los niños gordos y bajitos y torpes que nunca serán leñadores, siempre serán árboles.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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