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Estefanía Banini: una falta, el gol y la Copa de la Reina, a la cama

La jugadora del Atlético, heroína en la final ganada en los penaltis por las rojiblancas, fue discriminada de niña por jugar al fútbol

Jordi Quixano
Estefania Banini Copa de la Reina
Banini, con la bandera de Argentina al cuello en los festejos del título.AFP7 vía Europa Press (AFP7 vía Europa Press)

Queda menos de un minuto para que se termine la final de la Copa de la Reina y el Atlético pierde por 2 a 1 ante el Madrid. Falta para las colchoneras en el balcón del área y Estefanía Banini (Mendoza, Argentina; 32 años) suelta la pierna derecha para enviar el balón por encima de la muralla humana y colar el esférico en la escuadra. Golazo y Banini, con los brazos abiertos, extasiada por el instante, recibe el abrazo de las suyas. La volverían a abrazar poco después: su equipo ganaría en los penaltis.

Para llegar a vivir esos momentos de gloria, la jugadora pasó por lo suyo. Con cinco años, Estefanía descubrió que lo que más feliz le hacía era ir detrás del balón. Se lo dijo a sus padres y estos, aunque sorprendidos, apoyaron su voluntad. Se inscribió en el Cementista de Mendoza, de fútbol sala, única chica con las botas puestas. Pero el club no le permitía jugar los torneos: aducían diferencia de físico. Así que los padres, molestos, acudieron a un escribano para que diera fe de una nota en la que ellos se hacían responsables ante cualquier cosa que pudiera pasarle en la cancha. “Me sentí discriminada por realizar un deporte que estaban acostumbrados a ver en los hombres. Es un deporte que no tiene que ver con el género. Eso lo entendí ahora, antes lo sufrí”, reflexiona la ahora jugadora del Atlético. Y resultó que, regateadora y de buen pie, se hizo un hueco para dar el salto al fútbol grande, al club Las Pumas, con 16 años. Pronto llegarían las inferiores de la Albiceleste.

En una convocatoria con la Sub-20, desde los medios, por eso de llevar el 10 a la espalda y por su toque y gambeta, le compararon con Messi. “Sería bueno que no nos comparen, sino que nos reconozcan a nosotras mismas”, defendió para poner en valor al fútbol jugado por mujeres. “Entiendo que en lo económico no podemos ganar lo mismo si no generamos lo mismo, pero siento que hay muchas cosas que no tienen nada que ver con el dinero, sino con el trato, con la importancia que le dan...”, afirma.

Habla Banini y siempre lo ha hecho clara y directa. Como tras el Mundial de 2019 en Francia, cuando la selección no pasó la fase de grupos y el equipo solicitó un cambio, disconforme con el entrenador pero también con las condiciones porque no hacían amistosos, no se preparaban los partidos, no tenían ropa, los viajes eran un guirigay… Ella fue la que habló como capitana y ella fue la que lo sufrió porque la excluyeron de la selección, decisión conjunta de la AFA y el entrenador. Tres años después, con el cambio de técnico y con la presión de la prensa, volverían a llamarla —aunque sin el 10 a la espalda— para la Copa América que acabó por vencer y que le llevó al Mundial de este verano. Éxito que también tuvo su susto previo: a dos meses pareció que se había roto el cruzado de la rodilla; al final, solo tenía dañado el menisco y, trabajadora como es, llegó a tiempo. “Es una loca, una obsesa del fútbol y de la profesionalidad. Gimnasio, comida, fútbol y más fútbol”, le describen desde su entorno; “cuando se le mete algo en la cabeza, lo consigue”. Como silenciar al machismo, ser jugadora de élite —tras pasar por Chile, EE UU y España—, o mejorar las condiciones en la selección. Como levantar la Copa. Y, de paso, dormir con ella, como han desvelado las redes sociales.

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