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Esperando a Pogacar en el Poggio de la Milán-San Remo

El ciclista número uno del mundo volverá a enfrentarse en la ‘classicissima’ con los especialistas de las clásicas, Van Aert y Van der Poel, y los sprinters para ganar el monumento que más desea

Carlos Arribas
Tadej Pogacar
Pogacar, el viernes en Abbiategrasso, en la presentación de la Milán-San Remo.MARCO BERTORELLO (AFP)

Los eruditos de la San Remo, y cualquier italiano se siente uno, se pierden en la gasa de las palabras, un laberinto eterno, tratando de explicar lo que llaman los misterios de la classicissima, la carrera más fácil de ganar, tan soso es su recorrido, y la más complicada de interpretar, porque es estudio y espera, y un momento, una Cipressa que desgasta a 20 kilómetros de meta, y un Poggio que llega en la séptima hora, casi en el kilómetro 290, en el que todos hablan, los que suben, los que bajan, los que se agarran, los que resisten, y los sprinters.

Pese a que sea tan joven, 24 años, y casi inexperto, todo esto lo sabe Tadej Pogacar. El mejor ciclista de los últimos años ha disputado dos sanremos y no ha desentrañado el misterio, no ha encontrado la clave de bóveda del Poggio, con el punto en el que convertir su superior energía potencial en energía absoluta, y sustentarse por encima de todos. Algunos, como Eddy Merckx, que ganó siete sanremos, o Miguel Poblet, dos, u Óscar Freire, tres, gozaron del conocimiento innato de los grandes artesanos. No el esloveno maravilloso.

Pogacar es único porque, como Merckx, quiere ganar todos los Tours que pueda y también todos los monumentos. No es Julian Alaphilippe, Wout van Aert o Mathieu van der Poel, gente de monumentos solo, de agudeza extrema en las carreras de un día, aquellas en las que no hay que pensar en el día siguiente, y velocidad a la altura de su decisión. Tampoco es Mads Pedersen o Jasper Philipsen, sprinters que quieren ser algo más que ganadores de etapas en el Tour, y Pedersen, el danés que ama el frío y la lluvia, ya ha ganado un Mundial. Ni es Arnaud de Lie, el toro belga con el físico de Peter Sagan, siempre desgraciado en San Remo, y la misma velocidad y ambición.

Pogacar quiere ser eso y más.

Dos Tours, una Lieja y dos Lombardías ya son de Pogacar, como podrían serlo también la San Remo y el Flandes de 2022 si no hubiera sido por sus errores de ingeniero demasiado confiado en su fuerza. En Flandes, no supo jugarle a Van der Poel con frialdad el sprint final; en el Poggio, entre rosas e invernaderos, sufrió tal ataque de impaciencia y derroche que estableció una relación inversa entre vatios y dureza de la pendiente: tantos vatios de más entregó en los momentos más suaves —cuando a Van Aert, el que más de cerca le marcaba, más fácil le era seguir su rueda— que llegado el momento, el 8% de la recta del duque de Aosta pasada la curva de ballesta del Santuario de la Madonna della Guardia, no encontró más energía que su voluntad. Su compatriota Matej Mohoric aprovechó su frenesí para comerse las aceras en un descenso loco —y una tija telescópica en el sillín para subir y bajarlo hasta cinco centímetros a su voluntad acompañado de la música de James Bond, su arma secreta—y llevarse en Vía Roma el premio que tanto ansiaba el mejor.

Cuando Pogacar dijo que este año sus grandes objetivos antes del Tour eran la San Remo, que este año, por primera vez en 114 ediciones, no saldrá de Milán, sino de la vecina Abbiategrasso, y Flandes, y lo dijo antes incluso de su abusivo comienzo de año —nueve victorias en 13 días de competición, victorias de todo tipo, de lejos y de cerca, en repechos y en montañas, y en descensos, en la París-Niza y en Andalucía, y el miedo se extiende entre sus rivales—, su buzón se llenó de docenas de consejos contradictorios y alertas: cuidado con el viento si atacas en la Cipressa; no ataques de lejos, no esperes, espera, llega solo, llega en grupo, haz lo que quieras. La San Remo se puede ganar de un millón de maneras y perderse de un millón más una. Y los demás esperan y quieren saber.

“No sabemos dónde va a atacar Pogacar”, dice Van Aert, quien, como Alaphilippe entre los cazadores de monumentos, ya ha ganado una San Remo. Van der Poel, más intrépido, solo dice que quiere ganar en Italia para aumentar su cuenta monumental, que es de dos Flandes, por ahora. ¿Y él, Pogacar? “Será un día largo, un día duro”, dice el esloveno, que vive en Mónaco, no tan lejos de San Remo, 40 kilómetros, y cruza las fronteras de vez en cuando para entrenarse en el terreno más complicado que conoce. “Ya sé que todos esperan que ataque, pero ya veremos qué hago… Pero lo que haga tiene que ser perfecto. Y si todos me vigilan a mí, quizás otro del equipo pueda aprovecharse…”

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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