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La París-Niza del doctor Tadej y míster Pogacar

Risueño y cariñoso cuando se baja de la bici, el corredor esloveno arrasa como un monstruo sin piedad en la carrera francesa ante Vingegaard y Gaudu: tres etapas y la general

Carlos Arribas
Reverencia de Pogacar al cruzar, ganador, la meta de Niza.
Reverencia de Pogacar al cruzar, ganador, la meta de Niza.SEBASTIEN NOGIER (EFE)

Es la rutina del monstruo la que rige el ciclismo y lo sumerge en una época que nadie de los que están vivos cree haber vivido antes. “A Merckx no le veíamos. De Merckx oíamos cosas y leíamos lo que contaban de él, y veíamos las clasificaciones, pero de este hemos visto con detalle casi todos los kilómetros que ha pedaleado en su vida, y bien puedo decir que nunca había visto nada igual”, dice Eusebio Unzue, que lleva 40 años en el ciclismo y ha dirigido al mejor ciclista español de la historia, a Miguel Indurain, ganador de cinco Tours. “Todos los ciclistas, y Miguel también, de una forma u otra, han sido de jóvenes víctima de sus virtudes, de un motor muy potente en un cuerpo que ha tardado en formarse. Este monstruo, no, pero sí los que quieren ser como él”.

El monstruo es Tadej Pogacar, que ha ganado la París-Niza, en su primera participación, y tres etapas, como hace tres semanas ganó la Vuelta a Andalucía y tres etapas, y la Clásica de Jaén. Trece días de competición entre febrero y marzo, y nueve victorias, y todos aquellos que sueñan con ganar el Tour, o lo han ganado, a sus pies se preguntan, como Lenin, ¿qué hacer?

En Andalucía, es el frente español —Mikel Landa, Carlos Rodríguez, Enric Mas—; en la Costa Azul, en el Col d’Èze, persiguiendo al esloveno de sonrisa infantil y mirada asesina —”es mi patio de recreo”, dice Pogacar, de 22 años, que vive en la vecina Mónaco y se entrena entre Èze y el Turini y las carreteras del rally de Montecarlo, “aquí me divierto”—, son el danés Jonas Vingegaard, el único que le ha podido en el Tour, y David Gaudu, el francés que le desafía, el ciclista que llega de la misma Bretaña de Bernard Hinault, donde nació en 1996, 11 años después de que el conocido como El Tejón, el último gran campeón francés, ganara el último Tour de un francés. Y los dos le escoltan en el podio. Vingegaard, que ganó hace dos semanas O Gran Camiño, y todas sus etapas, y al terminar dijo, “estoy ready para desafiar a Pogacar en la París-Niza”; Gaudu, que en las dos anteriores etapas con relieve había tuteado al esloveno, y se habían sonreído, y se habían dado la mano, y estaba en la general a solo 12s antes de la última etapa, y hasta dijo que intentaría atacar y ganar.

Los dos, y todo el pelotón en todas las carreras, fueron víctimas de un ciclista tan risueño y sonriente, y esos ojillos, y el mechoncito rubio colándose entre las rendijas del casco, que engaña, y cuesta pensar que cuando ataca, como ataca ayer en su Col d’Èze, y lo hace de amarillo, y lo hace inesperadamente, cuando aún faltan 18 kilómetros para la meta, y hace un interior en una curva a Simon Yates, que marca el tempo de la subida de los mejores, y sin levantarse del sillín acelera bien sentado y no tiene sentido práctico, le habría bastado para ganar mantenerse en el grupo y que le llevaran, lo haga con tanta agresividad y tanta impiedad. Doctor Tadej y míster Pogacar, concluyen todos, y tiemblan. Ese es el punto de locura del que tanto habla y sin el cual, dice, sin la capacidad para correr así, para ganar así, para el espectáculo que espanta a los derrotados, no sería ciclista. “¿Locura atacar con el maillot amarillo? ¿Riesgo? Para nada”, dice Pogacar. “Cálculo. Conocía perfectamente la subida de tanto entrenarme ahí y sabía exactamente cómo estaban mis piernas y cuánta energía necesitaba para llegar a la cima. He calculado bien”.

El monstruo cruza la línea de meta arengando a las masas que aplauden y se dobla en una reverencia de soprano de las Valquirias. Más de medio minuto después —la cantidad de tiempo no importaba: podría haber sido un segundo solo y la conciencia de impotencia habría sido la misma— legaban Vingegaard, Gaudu, Jorgenson, los más cercanos.

Es la París-Niza la última carrera por etapas programada por Pogacar antes de junio y el Tour de Eslovenia. Dedicará lo que queda de marzo y abril a las clásicas, a la conquista, por encima de todo, de tres monumentos, la San Remo (18 de marzo), Flandes (2 de abril) y Lieja (23 de abril).

En la Tirreno-Adriático, Primoz Roglic, el compatriota esloveno al que Pogacar robó hace tres años el fuego en el Tour, ganó la general y tres etapas también. Las coincidencias acaban ahí. Roglic, que intentará en mayo ganar el Giro, es el delantero centro, el rematador que se aprovecha de las circunstancias. Pogacar crea las circunstancias como Dios crea el mundo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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