Roglic gana por los pelos la etapa reina de la Tirreno-Adriático
El esloveno, que regresa a la competición seis meses después de su caída en la Vuelta, lidera la carrera de los dos mares tras imponerse al sprint a Mas, Landa y demás escaladores en la cima de Sassotetto
Fácil, pero tan tentador que es imposible resistirse, inevitable. Ya en las montañas de las Marcas, donde los Papas eran reyes, se llega a San Ginesio, pueblo en colina, el pueblo de las 100 iglesias, dicen los carteles, agitados por el viento del marzo ventoso que hace anular en la Provenza la etapa de la París-Niza y que en las autopistas del Mediterráneo obligan a los camioneros a agarrar fuerte el volante. El balcón de los Montes Sibilinos, también es San Ginesio, según las guías turísticas, estribaciones de los Apeninos, cuevas de adivinas, sibilas que a la pregunta del viento, cuando pasa el pelotón, ¿quién ganará en la fuente Lardina, la cima de piedra del Sassotetto, 1.266 metros, 10 kilómetros al 7%, nieve en las cunetas, nieblas eternas, viento pesado, etapa reina de la Tirreno-Adriático, subida final recortada dos kilómetros, y 200 metros de altitud, por los vientos?
La sibila repasa la lista de contendientes y los categoriza. Todos en el mismo cajón, escaladores de largo aliento y escaso cambio, mucho diésel, poco turbo, mucha cautela, escaso riesgo, muchos Hindley, Mas, Landa, Buitrago, Caruso, Tao, Kämna, Vlasov, Almeida, una panda calculadora y temerosa, y muy igualada. Su inspiración necesita más dureza. La poesía del sufrimiento y la soledad no se teje sin dureza. Y piensa en los ausentes, piensa en que no está Tadej Pogacar, el único ciclista tan loco que no teme ni al viento ni a nada, y rompe, ni tampoco está Jonas Vingegaard, que se pega con el esloveno en Francia y también quiere exhibir su gramito de locura, aunque le cuesta la bronca, la derrota. Visto lo visto, responde la sibila mayor, ganará Roglic, el piloso, y reprime la carcajada. Podría haber añadido, ganará por los pelos, pero sobraba. Ya lo sabe todo el mundo, además.
Desde el día de septiembre en el que abandonó la Vuelta después de darse un golpe, el esloveno mayor no se depila las piernas. No competía desde entonces. Seis meses llevan ya su pelos creciendo, y no le importa, aunque bromea y dice que quizás perdió tanto tiempo en la contrarreloj (49s en 11,5 kilómetros) por el pecado aerodinámico cometido por no afeitarse. “Me afeitaré cuando gane”, prometió y repite en la salida de Morro d’Oro. Ganó el jueves, las colinas de Tortoretto, y no se afeitó, porque, dice, necesitaba cera o láser, tan crecido el vello está. Ganó, como era sabido, en Sassotetto –una subida de vigilancia y bloque, a rueda y protegidos; Movistar acelerando al pie; Caruso, abriendo camino para que Landa, su compañero en Bahrein, respondiera a los ataques que le hicieran los ambiciosos, y que no hicieron; pequeña aceleración de Mas sin mucha intensidad ni convencimiento; sprint de 20 en la cima: el más rápido, el esloveno, que no pierde el jump, la pegada, con los años. Y con la bonificación se viste de azul líder de la carrera de los dos mares y el tridente de Neptuno como premio--; ganará, como es previsible, si Girmay, Van Aert o Van der Poel, los especialistas, no lo impiden, el sábado, nuevo día de montecitos, muros y repechos de las Marcas en la estación de Osimo y sus estatuas romanas acéfalas, sin cabeza, y ganará la general, por supuesto. Y quizás más ciclistas dejarán de depilarse las piernas, una costumbre que todos siguen y nadie sabe por qué, sin razón científica que la apoye.
No hay puertos para montañeros en marzo, ni en Italia un Pogacar que lo rompa todo.
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