‘Paluegos’ de oro
Hay gente que se ha hecho famosa por estupideces, de hecho a veces parece imprescindible hacerlas si se quiere ser conocido, pero concedamos a Salt Bae un récord del mundo en la relación entre la fama y la estupidez
Nada más acabar la final de la Copa del Mundo, un hombre bajó al césped, en mitad de las celebraciones, para hacerle recordar a todo el planeta, como la batita negra transparente de Messi, que la competición de Qatar nació y murió viciada, obra maestra de una película de terror en la que, tras un majestuoso partido, el hombre que quiere erigirse protagonista no es Lionel Messi, sino el que le hace los bistés. El famoso Salt Bae, chef viral y personaje bien construido (gafitas redondas, camiseta blanca ajustada, coleta), corrió de un lado a otro del campo, se incrustó entre jugadores argentinos para hacerse fotos con ellos, levantó la Copa, la besó y hasta le hizo el famoso gestito de tirarle la sal por encima, gesto al que por otro lado le debe su fama mundial: deja caer la sal por el antebrazo para que caiga en la chuleta; hay gente en este mundo que se ha hecho famosa por estupideces, de hecho a veces parece imprescindible hacerlas si se quiere ser conocido, pero concedamos a Salt Bae un récord del mundo en la relación entre la fama y la estupidez. Es el chef que merecemos, y que haya terminado correteando por el campo después de la final del Mundial, y acosando a Messi, es el final lógico a su trayectoria, que cerraría aún de forma más brillante si con el oro del trofeo espolvorea unas mollejas.
Hay una palabra exacta para esto: desubicación. Suele pasar además cuando uno abandona su lugar de trabajo y se presenta en el del cliente. Es decir, Messi fue hace cuatro años al restaurante de Salt Bae, pero jamás pudo imaginar que el cocinero se presentase en su Copa del Mundo a tirarle del brazo para hacerse una foto con él. Y aún hay que darle las gracias porque no haya pedido tirar el penalti; es probable que a Infantino, comensal de Salt Bae, no le importase mucho. ¿Hay dinero en Qatar para que Salt Bae tire un penalti con cada selección durante la tanda final? Por supuesto: aquí se paga todo y algo aún más importante, se cobra. Si lo hubiese tirado habría coincidido el chef de las carnes con otro famoso desubicado, Dibu Martínez, el héroe absoluto de la final que perdió la oportunidad de hacer algo muy fácil: recordar la grandeza de quien gana, no regodearse en los vencidos, enseñar a los demás que la victoria educa mucho más y mucho mejor que la derrota si se sabe gestionar bien.
Tú imagínate que acaba el partido y te vas, como el Dibu, a consolar en el campo a Mbappé, que te ha metido tres goles, y acto seguido te vas al vestuario a reírte de él y decides, dos días después, hacer la caravana del festejo por las calles de Buenos Aires con un muñeco con su cara. Qué inseguridades hay que tener, y qué poca categoría para ser incapaz de celebrar un triunfo propio a lomos del derrotado. Llevarse el guante de oro a la entrepierna después de recogerlo es lo de menos, hasta la explicación de por qué lo hizo tiene su gracia: “espera, que esto tiene una justificación: era por la afición francesa”. Ah, entonces sí, qué se habrán creído.
¿A qué sabe el estropicio que hace con la carne Salt Bae cuando la llena de polvillo de oro? Al dinero que se puede pagar por ello. Una manera de decirle a los demás que has llegado. Que has llegado y has tenido la idea de comer carne con oro. O sea que pudiste haberte quedado en casa.
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